Es frecuente pensar que la ciencia ha ido siempre avanzando a un ritmo bien marcado por las rigurosas y milimétricamente planificadas investigaciones de los científicos, con unos objetivos claros, siguiendo las estrictas pautas del método científico. Pero la ciencia, que es la forma de conocimiento más fiable que podemos disponer (precisamente debido al control de su método), con su doble componente, la inductiva (observación y experimentación) y la deductiva (teorías, que han de ser falsables según Popper), no se construye tan fácilmente como, ingenuamente, podríamos pensar. Y es que la labor del científico es compleja y, casi siempre, nuevos hallazgos plantean nuevos problemas y tal vez nos abren el portón a insospechados caminos del conocimiento, que habrá que recorrer acaso a oscuras. Además, muy a tener en cuenta, el trabajo científico, como bien señala Timothy Ferris (La aventura del Universo, p. 116; Ed. Crítica - Grijalbo Mondadori; Barcelona, 1995), recibe la influencia de las modas intelectuales, depende del desarrollo tecnológico (cada vez más, dado lo sofisticado de las investigaciones actuales) y pocas veces puede ser planificado de antemano (al menos completamente), pues generalmente el científico se ve obligado a seguir novedosas rutas en busca de un destino desconocido.
El progreso de la ciencia, nos dice Ferris, "a menudo es menos un avance decidido que un movimiento vacilante, más similar al camino de un trovador ambulante que a la trayectoria recta de una banda militar en marcha".
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