jueves, 1 de marzo de 2012

Inquisiciones filosóficas en "El árbol de la ciencia"

[Escalinata y fachada de la Biblioteca Nacional de España. Fuente: BNE]


El buscador salvavidas que es Google homenajea hoy, con un simpático doodle, a ese tesoro cultural que es la Biblioteca Nacional de España, pues tal día como hoy de hace trescientos años abría sus puertas (aunque con otro nombre y en otro lugar). 

Efeméride que me lleva (me apetece) a hacer una recomendación, no en este caso de un libro científico o de divulgación, sino de una novela. Y no de una novedad editorial, sino de una de las más importantes obras de la literatura española contemporánea: El árbol de la ciencia (1911), de Pío Baroja, escritor vasco y español universal.  

Descubrí a Baroja con quince años, cuando en la asignatura de Lengua y Literatura tuve que leer Paradox, rey. Comencé con dudas pero al poco la singular obra me cautivó y me divirtió. En las vacaciones tras aquel curso compré El árbol de la ciencia. El ejemplar, hoy de amarillentas páginas, estaba editado por Alianza Editorial con una sugestiva cubierta del genial Daniel Gil (un rostro, semioculto, nos mira inquietante, ¿o somos nosotros mismos que nos vemos reflejados en la portada?).


Pío Baroja comentó de El árbol de la ciencia que era la mejor novela de carácter filosófico que había escrito, probablemente el libro más acabado y completo de todos los suyos. Estoy de acuerdo. El protagonista es un joven médico, Andrés Hurtado, que sufre con lo que ve, una realidad, la de España a comienzos del siglo XX, en la que la injusticia, la crueldad, la decadencia caen sobre las personas y los paisajes como una insoportable niebla que ciega y agota. Pero Hurtado, con profundas inquietudes intelectuales, pregunta e indaga, sondea sobre la falta de sentido de la existencia. Para ello cuenta Hurtado con un interlocutor excepcional, su tío Iturrioz, también médico como él, y como el propio Pío Baroja. Parte esencial de la novela son las jugosas conversaciones, de carácter filosófico, entre tío y sobrino. En ellas se manifiestan dos concepciones filosóficas en conflicto dialéctico: Iturrioz, con un enfoque empirista; Hurtado defiende las ideas de Kant y Schopenhauer (recordemos que Baroja realizó su tesis doctoral sobre el dolor, haciendo un estudio psicofísico del mismo).


En la cuarta parte del libro, "Inquisiciones", estos diálogos filosóficos alcanzan su momento álgido. Hablan sobre las verdades, el conocimiento de la realidad, la razón, la experiencia... Hurtado dice que la ciencia valora los datos de la observación, relaciona las diversas ciencias particulares, "que son como islas exploradas en el océano de lo desconocido; levanta puentes de paso entre unas y otras de manera que en su conjunto tengan cierta unidad". Puentes que no pueden ser más que hipótesis, teorías, aproximaciones a la verdad, concluye.

Con El árbol de la ciencia comencé a interesarme por la filosofía, y el curso siguiente, en tercero del antiguo BUP, lo inicié predispuesto a aprender, y a razonar. Así mismo, leyendo esta novela de Pío Baroja, descubrí quién era Haeckel. En la segunda parte del libro, "Las carnarias", Iturrioz y Hurtado dialogan sobre la "crueldad universal". Iturrioz expone una extravagante, mas muy interesante, teoría sobre la psicología humana (varios millares de años serán necesarios para superar el homo homini lupus, el hombre como lobo para el hombre, afirma). Dice Iturrioz que puede adaptarse el principio de Müller, según el cual el desarrollo embrionario de un animal reproduce su genealogía, o, en palabras de Haeckel, la ontogenia (o desarrollo del individuo en su fase embrionaria) es una recapitulación de la filogenia (evolución de la especie), a nuestra psicología; ésta, denuncia Iturrioz, no es más que una síntesis de la psicología animal. "Así se encuentran en el hombre todas las formas de la explotación y de la lucha: la del microbio, la del insecto, la de la fiera...". Usureros, maleantes y demás gente indeseable llevarían en su interior (en los genes) reminiscencias de animales chupadores de sangre, de insectos que se valen de todo tipo de tretas fatales para otras especies, o incluso para otros individuos de la misma especie. Es más una metáfora que una teoría, pero sin duda impactante. Por ejemplo, el estafilino se lanza a traición sobre otro individuo, atrapándolo y absorbiéndole los jugos.

Pero, a pesar de todo, El árbol de la ciencia para nada es una novela deprimente, más bien diríamos que invita a la reflexión y a actuar en aras de superar el abatimiento y cambiar el estado de las cosas. La profesora Mercedes Laguna lo ve así: "Podríamos concluir, en consecuencia, que El árbol de la ciencia, más que al nihilismo, invita a la acción".  Y es que, como murmura un médico al final de la novela, había en Andrés Hurtado, el protagonista,  "algo de precursor".


 Más en "El devenir de la ciencia" sobre lo tratado:

(1) SOBRE PÍO BAROJA:






(2) SOBRE HAECKEL:

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