La víspera de la festividad de Epifanía del año 1991 Luis y yo tomamos el vuelo, con el estómago lleno de mariposas revoloteando, hacia la ciudad escocesa de Aberdeen (en la fotografía, su universidad). En la población del mar del Norte íbamos a continuar nuestros estudios de máster en Química Analítica, bajo la supervisión del inolvidable profesor Ian Marr, en cuya casa nos alojamos los primeros días hasta encontrar acomodo definitivo en la residencia de estudiantes de Hillhead. Allí, precisamente, por una azarosa coincidencia en el espacio y en el tiempo, conocí a una inquieta bióloga sevillana que, transcurridos unos años, se convertiría en mi mujer.
Hillhead Halls of Residence era un complejo residencial habitado temporalmente por cientos de jóvenes estudiantes británicos y extranjeros, en busca de conocimiento (y de amor). Yo me alojaba en Keith House, en la colina más lejana, próxima al río Don, allá donde encontraban su paraíso los enormes cuervos negros de tan septentrionales latitudes. Las comidas las hacía en el gran comedor del Central Building. Esa es una de las razones por las que no tuve mucha relación con mis tres compañeros de piso. Las otras eran mi timidez, mis problemas con la lengua de Shakespeare y que casi siempre estábamos juntos los españoles que estudiábamos allí (y no éramos pocos precisamente).
Mis compañeros en Keith House eran Mike (un estudiante escocés de Derecho), Paul (también escocés, estudiante de Bioquímica, que me contó una vez que era descendiente del mismísimo James Clerk Maxwell) y Dan (un inglés que utilizaba su lengua a la velocidad del rayo y del que yo era incapaz de entender una sola palabra). Recuerdo que cuando coincidía con Mike a la hora de acostarse, lacónicamente y con una amable sonrisa, me decía en un cristalino inglés: "Another day is over".
Al rubio de Dan trataba de esquivarlo, pues me resultaba bastante embarazoso que me bombardeara con una verborrea incomprensible. Una vez le pregunté por el significado del cartel manuscrito que había puesto en la puerta de su habitación y que simplemente decía: "Fragile shells". Como de costumbre no pude entenderle bien, pero creo que me insinuó que era un mensaje con profunda significación. "Conchas frágiles" debía ser una metáfora de la naturaleza humana, sin duda más quebradiza de lo que nos pueda parecer en principio. Ciertamente debemos tener cuidado de no pisotear a los demás injustamente, pues, como frágiles conchas que son pisadas en la arena húmeda de la orilla de una playa, pueden hacerse pedazos. Fragmentos de un alma humana que, probablemente, no se puedan recomponer.
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