viernes, 26 de febrero de 2010

Tycho Brahe en Uraniborg


[TYCHO BRAHE; imagen procedente de http://www.mnsu.edu/]

Los planetas se desplazan alrededor del Sol describiendo órbitas elípticas, estando situado el Sol en uno de los focos. El radio vector que une el planeta y el Sol barre áreas iguales en tiempos iguales (ley de las áreas). Por tanto, cuando el planeta en su órbita alrededor del Sol se encuentra en el afelio (posición más alejada) su velocidad es menor que cuando está en el perihelio (más próximo al Sol). Esta ley de las áreas es equivalente a la constancia del momento angular del planeta (L = momento angular = m r v = constante). Para cualquier planeta, el cuadrado de su período orbital, o tiempo que tarda en completar una vuelta alrededor del Sol, es directamente proporcional al cubo de la distancia media al Sol (P2/r3 = constante). La expresión matemática de Newton de esta última ley es : P2 = 4"pi"2a3/G(M + m); siendo P el período orbital, “a” el semieje mayor de la órbita, M y m las masas del cuerpo central (el Sol) y del cuerpo que orbita alrededor de él (el planeta) respectivamente y G la constante de gravitación universal. Señalemos que estas leyes también se aplican a otros astros que interaccionen gravitatoriamente, como el sistema Tierra – Luna. Éstas son las célebres leyes de Kepler, enunciadas por el matemático y astrónomo alemán algunos años después de la muerte del más grande astrónomo observacional que había escrutado los cielos hasta entonces: Tycho Brahe (Knudstrup, a la sazón de Dinamarca, hoy de Suecia, 1546 – Praga, 1601), a veces llamado “el Leonardo de Dinamarca”, pues encarna perfectamente el espíritu del Renacimiento. Johannes Kepler (Weil, Alemania, 1571 – Ratisbona, 1630) enunció las dos primeras leyes en Astronomia Nova (“Nueva astronomía”), 1609, y la tercera diez años más tarde en Harmonices Mundi (“La armonía de los mundos”). No podría haberlo hecho sin contar con las numerosas y precisas observaciones realizadas por Brahe, cuyos datos constituían un auténtico tesoro astronómico. Las leyes de Kepler describieron el movimiento planetario pero también, a partir de ellas, Newton dedujo la ley de la gravitación universal. Como señala A.C. Crombie, Kepler tuvo asimismo el mérito de hacer las primeras sugerencias de una nueva cosmología física acorde con sus leyes sobre el movimiento de los planetas alrededor del Sol; mas este asunto, de extrema dificultad, sólo fue resuelto cuando Isaac Newton, aquel genio que había visto más lejos al estar “de pie sobre los hombros de gigantes”, unió las leyes de Kepler con la dinámica terrestre de Galileo “por medio de la ley puente de la gravitación universal”. Como se ha indicado, fueron las precisas observaciones celestes de Tycho Brahe (sin precedentes) las que posibilitaron la cadena de cruciales descubrimientos.





Tycho Brahe (Tyge Ottesen Brahe) nació en el seno de una familia de la nobleza danesa. El padre de Tycho era una figura relevante de la corte real danesa. El joven Tycho comenzó sus estudios en la Universidad de Copenhague en la primavera de 1559, donde, para satisfacer los deseos familiares, estudió derecho, junto con otras disciplinas. Pronto se sintió atraído por la astronomía. Parece ser que el hecho de que se confirmaran las predicciones del eclipse del 21 de agosto de 1560 le produjo una gran impresión. Esto le motivó de manera extraordinaria y comenzó a estudiar astronomía, la cual se convertiría en su gran pasión. Sin embargo, no tardó en advertir que los datos astronómicos disponibles no eran suficientemente precisos y había discrepancias que él, meticuloso y exigente, no podía tolerar: “hay tantas medidas y métodos como astrónomos hay, y todos ellos difieren”, se quejaba el joven Tycho. Y es que el 17 de agosto de 1563 observó que Júpiter y Saturno estaban tan próximos el uno al otro que casi no podía distinguirlos. Se apresuró a consultar las tablas planetarias y comprobó que las tablas alfonsinas tenían un error de nada menos que un mes en la previsión de dicha efeméride astronómica. Las tablas copernicanas se aproximaban más, aunque el error era también importante pues era de varios días. La inquieta mente de Tycho rápidamente se dio cuenta de que la única forma de avanzar en el conocimiento del cosmos era emprender una observación sistemática muy rigurosa, en búsqueda de la máxima precisión. Si era necesario construir nuevos instrumentos, no había tiempo que perder; debía hacer todo lo que estuviera en sus manos y agudizar el ingenio. Todas las observaciones que realizó Tycho Brahe fueron hechas sin telescopio, cuya invención es algunos años posterior a la muerte del astrónomo danés. En 1608, un óptico, Lippershey, había construido en Holanda un tubo con lentes que acercaba la imagen de los objetos lejanos. Galileo se hizo de uno de estos anteojos y lo perfeccionó notablemente. Para ello, el propio Galileo nos cuenta que tuvo que realizar un profundo estudio de la refracción. En 1609 comenzó a utilizar su telescopio refractor y no tardó en apuntar hacia el cielo. La Luna le deparó interesantes sorpresas al construir un telescopio que aumentaba los objetos casi un millar de veces, aparentando estar más de treinta veces más cerca. Galileo publicó sus valiosos hallazgos en Sidereus Nuncius (“El mensajero sideral”) en 1610, su primera obra científica (escrita en un estilo claro y conciso, algo muy novedoso para la época). Tycho por su parte, mucho antes de que el sabio de Pisa perfeccionase los anteojos para construir sus telescopios refractores, se dedicó a mejorar y agrandar los instrumentos existentes, además de usar su talento renacentista para construir otros completamente nuevos.




Una anécdota importante de la vida de Tycho Brahe, que nos muestra su carácter fogoso, es el duelo que mantuvo con un tal Parsbjerg, noble danés, en 1566, tras una fiesta con abundante bebida. Ambos jóvenes discutieron acaloradamente y se retaron a un duelo en la oscuridad de la noche. La espada de su oponente le rebanó la nariz. A raíz del suceso, parece ser que Tycho comenzó a interesarse por la medicina y la alquimia (además de ser el mejor astrónomo de su tiempo, llegó a convertirse en un practicante de la iatroquímica o química médica y en su observatorio tenía una dependencia como laboratorio, con hornos, alambiques y todo el instrumental necesario para elaborar sus preparados químicos). Debido al grave incidente, Tycho tuvo que usar un prótesis nasal hecha de una aleación de oro y plata fijada con una sustancia adhesiva (es posible también que usara diferentes prótesis, según las ocasiones, apuntándose que podría haber utilizado alguna de cobre, más ligera y confortable que la de la pesada aleación de metales preciosos). Algunos estudiosos han apuntado que la prótesis nasal debió producirle a Tycho úlceras y, tal vez, alguna infección que pudiera ser responsable, al menos en parte, de su inesperada enfermedad y posterior fallecimiento en octubre de 1601.




En 1572, en la noche del 11 de noviembre, cuando Tycho daba un paseo antes de cenar, quedó impactado al dirigir la mirada hacia la constelación de Casiopea y ver una nueva estrella brillar en el cielo con gran intensidad. ¿Era posible? La doctrina aristotélica afirmaba que las estrellas formaban parte de un cielo inmutable. “Caí en tal perplejidad, por lo increíble del suceso, que empecé a dudar de mis propios ojos”, narró Tycho. Hoy sabemos que lo que dejó estupefacto al inquieto danés fue una supernova (una estrella en violenta explosión que se hace visible en el espacio nítidamente). Esta supernova que apareció en la constelación de Casiopea llegó a superar el brillo de Venus, siendo visible incluso en pleno día. De la nada parecía surgir una nueva estrella; bien sabía Tycho que podría ser tomado por loco si contaba alegremente su descubrimiento. Debía asegurarse y comprobar si aquel intenso y sorprendente punto luminoso se encontraba más allá de la Luna. Tycho Brahe observó que en varios meses la “nueva estrella” no había cambiado su posición “ni un solo minuto” del lugar en que la vio por primera vez. Puesto que permanecía fija en el mismo punto del cielo y no mostró ningún cambio en la perspectiva al ser triangulada por observadores muy distantes, podía concluirse que dicha “nueva estrella” estaba más allá de la Luna, en el cielo “eterno e inmutable” de Aristóteles (que no podía ser pues como pensaba el gran sabio de la antigüedad); incluso más allá de cualquier órbita planetaria. Tycho, después de las cuidadosas observaciones, no tuvo dudas: la “nueva estrella” que había irrumpido en el cielo (sin permiso de los seguidores de Aristóteles) se debía encontrar en “la octava esfera, entre las otras estrellas fijas”. Una segunda supernova apareció pocos años después, en 1604, siendo observada por Kepler. Dos “proyectiles” en poco tiempo contra la teoría de Aristóteles.También Brahe demostró que el brillante cometa de 1577 se encontraba más allá de la Luna. Sin duda, el cielo era cambiante y no como pensaba Aristóteles.




De esta manera, “por la puerta grande”, Tycho Brahe se hizo un sitio entre los astrónomos ilustres. El rey Federico II de Dinamarca, mecenas de filósofos y artistas, quedó impresionado con los descubrimientos de Tycho y le concedió la isla de Hven, en el estrecho de Oresund, que separa la costa danesa de la sueca (en aquella época ambas orillas pertenecían a la corona danesa), financiando la construcción de dos observatorios: Uraniborg (en honor de Urania, musa de la Astronomía y de la Geometría, que es representada con un compás y una esfera), que también contaba con un laboratorio de alquimia (iatroquímica), y Stjerneborg (este observatorio fue construido cuando la fama de Tycho era tan grande que acudían a trabajar con él numerosos ayudantes, siendo subterráneo la mayor parte del edificio con la finalidad de proteger los instrumentos). Uraniborg fue construido por un arquitecto alemán y, tanto el edificio principal como los jardines, parecen más un suntuoso palacio que un observatorio astronómico. Parece ser que hizo época en la arquitectura escandinava. Koestler describe el palacio-observatorio como un “cruce entre el Palazzo Vecchio y el Kremlin”. Las torres del magnífico observatorio tenían techo móvil y en ellas situó Tycho sus instrumentos. En las galerías había relojes, cuadrantes, globos y figuras alegóricas. En el sótano se encontraba la prensa para imprimir, el horno de alquimista e incluso una prisión particular por si algún vasallo se rebelaba (Brahe era un auténtico señor feudal en Hven). Asimismo tenía su propia farmacia. El edificio estaba lleno de aparatos y autómatas, y un sistema de comunicaciones permitía hacer sonar una campanilla en la habitación de cualquiera de sus ayudantes. Los banquetes con invitados distinguidos eran frecuentes y en ellos, como no podía ser de otra manera, se bebía abundantemente. Tycho tenía un enano como bufón, que se sentaba a sus pies bajo la mesa. Como cuenta Koestler, la vida en Uraniborg se asemejaba más a una corte del Renacimiento que a una comunidad intelectual. Y sin embargo allí se hicieron numerosísimas observaciones astronómicas, sin telescopio, de una precisión sin precedentes y que, más tarde, cambiarían la visión del mundo: trabajo riguroso y titánico, diversión y placer a raudales, cada cosa en su momento. Tycho buscó por toda Europa los mejores instrumentos astronómicos para su observatorio y, además, como mente privilegiada y audaz del Renacimiento (y aquí nos recuerda a Leonardo), diseñó él mismo cuadrantes y esferas armilares, incorporando en su palacio-observatorio de Uraniborg un ingenioso sistema de comunicaciones, como se ha dicho, y una fábrica de papel para surtir a su imprenta. Contaba en el observatorio con una pieza fundamental para su trabajo: un globo celeste de bronce (de un metro y medio de diámetro); en él se fueron grabando las estrellas fijas, una a una, durante veinticinco años, hasta un total de un millar. Del millar de estrellas fijas, las posiciones de 777 estaban determinadas con gran exactitud, colocándose las 223 restantes de forma apresurada poco antes de verse obligado a abandonar su observatorio en la isla danesa de Hven. De esta manera alcanzaba la cifra redonda del millar. Los datos obtenidos por Tycho Brahe en la meticulosa observación de estrellas y planetas tenían una exactitud de más del doble que los disponibles hasta entonces.



[URANIBORG; imagen procedente de http://www.scienceandyou.org/]

Tycho Brahe no fue nunca un defensor de la teoría heliocéntrica de Copérnico. El que fuera eminente (y polémico) astrónomo, Fred Hoyle, pensaba que Tycho Brahe se oponía a la teoría copernicana sin prejuicios religiosos. Según Hoyle, su oposición al heliocentrismo provenía más bien de la propia psicología de los grandes observadores (“el mundo tiene para ellos, tal como lo ven, una realidad emocional más inmediata que para una persona corriente, y muchísimo más que para el teórico”): el observador tiende a dudar de la realidad de situaciones en las que no puede él mismo establecer contacto físico (por ejemplo, cuando la luz penetra en el ojo). Así, un observador no tiene conciencia directa e inmediata del movimiento de la Tierra, mientras que lo que sus sentidos le dicen es que los demás astros son los que se mueven y eso le llevaría a considerar a la Tierra inmóvil. Cualquiera con conocimientos elementales de Astronomía diría hoy: “las apariencias engañan …” Brahe se atrevió a proponer un modelo cosmológico: un modelo de compromiso entre los modelos copernicano y tolemaico. En dicho modelo (el modelo tychónico) todos los planetas conocidos entonces (Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno) giran en torno al Sol, girando éste (al igual que la Luna) alrededor de la Tierra. Es decir, el sistema de Tycho es geocéntrico. Este fue su gran fracaso teórico pues, como indica Timothy Ferris, el modelo propuesto por Brahe “creaba tantos problemas como los que resolvía”. Sería necesario esperar a que un hombre de sólida formación en matemáticas y de prodigiosa intuición, el alemán Johannes Kepler, defensor de la teoría de Copérnico, resolviera satisfactoriamente el complejo rompecabezas que constituían los numerosos datos acumulados por Tycho Brahe. Y esto sucedería después de la muerte del astrónomo danés, quien guardaba con excesivo celo su tesoro. Ambos se habían encontrado en Praga, pues tras la muerte de Federico II, su protector, Brahe perdió su pensión y los derechos que el rey le había concedido respecto a la isla de Hven. Esto le obligó a abandonar tierras danesas, instalándose definitivamente en el castillo de Benatky, próximo a Praga, al servicio del emperador Rodolfo II (en cuya corte no faltaban los astrólogos y alquimistas). Allí, en 1600, se produjo uno de los más importantes, y misteriosos, encuentros de la historia de la ciencia. Johannes Kepler, un joven matemático de oscura personalidad (ebrio de idealismo y de misticismo), llegó a Praga para trabajar con Tycho Brahe, el gran astrónomo. Fue un encuentro de dos científicos complementarios pero de antagónicas personalidades; una colaboración breve y difícil pero que fructificó espléndidamente. El secreto de las órbitas planetarias alrededor del Sol fue desvelado por Kepler pocos años después del fallecimiento de Tycho Brahe. Y no poco se ha especulado sobre la muerte del astrónomo danés …


 [PS: Véase también en "El devenir de la ciencia" el artículo: Tycho Brahe - Johannes Kepler (observación y teoría). Una difícil relación muy fructífera (para leerlo pínchese aquí)]

domingo, 21 de febrero de 2010

Nómadas en el espacio


[Imagen de la Estación Espacial Internacional, ISS; procedente de


Ningún aficionado a la astronomía o curioso por conocer algo más del espacio debería perderse este audio del programa de viajes de RNE1 Nómadas, dedicado el pasado sábado a la ISS (International Space Station), la Estación Espacial Internacional.


viernes, 19 de febrero de 2010

Buscando alternativas a los combustibles fósiles

Sin duda, son los combustibles fósiles los grandes enemigos del planeta, o de Gaia, como diría James Lovelock. Las energías renovables y la nuclear son alternativas viables. Las primeras, sin embargo, necesitan investigarse y desarrollarse mucho más (¿puede esperar la Tierra?), la segunda genera airadas polémicas y tiene, con mayor o menor justificación, numerosos detractores. En principio habrá que conocer un poco mejor dichas fuentes energéticas.

Aquí os dejo unos vídeos: 

 





jueves, 18 de febrero de 2010

"Eureka", los domingos

De la prensa diaria me gustan especialmente, en lo que respecta a la información científica, los periódicos Público y El Mundo (dispares en los espinosos asuntos de la política). Este último anuncia la aparición de un nuevo suplemento de ciencias, EUREKA,  de 20 páginas, que desde el próximo domingo se publicará cada semana. Es una magnífica noticia que celebramos. Incluye noticias y reportajes de ciencia, salud, medio ambiente y nuevas tecnologías. Además, se pondrá a disposición de los lectores un correo electrónico (eureka@elmundo.es) para consultas específicas. Estaremos pendientes del acontecimiento y analizaremos el contenido del mencionado suplemento. Afortunadamente, los científicos cada vez valoran más la importancia de la comunicación de sus descubrimientos y de la ciencia en general para el público no especializado. Y nosotros nos alegramos de que nos abran sus puertas.

lunes, 8 de febrero de 2010

El cálculo mató a Newton


[Isaac Newton; retratado por Enoch Seeman (1726).
Imagen procedente de: http://www.phys.ncku.edu.tw/]


No cabe duda de que la vida, sin distinción entre pobres y ricos, lo mismo para sabios que para analfabetos, nos juega a veces bromas pesadas. Amarga y dolorosa fue la burla que el destino le tenía reservada al físico más importante de todos los tiempos, Isaac Newton (1643 - 1727). El inventor del cálculo infinitesimal (junto con el alemán G. W. Leibniz) murió precisamente como consecuencia de un cálculo. Pero no a causa de su método de las fluxiones para el cálculo integral y diferencial, sino debido a un cálculo renal atrapado en su vejiga urinaria. Y ello algunos años después de la agria disputa con Leibniz (con acusaciones mutuas de plagio) por la paternidad del cálculo infinitesimal.

Newton, hipocondríaco, había gozado siempre de buena salud. Sin embargo a principios de 1722 comenzó su calvario debido a problemas renales y en sus últimos años padeció dolorosos cólicos nefríticos, muriendo atormentado por uno de ellos, tras horas de delirio y después de perder la sensibilidad, en la madrugada del lunes 20 de marzo de 1727 (31 de ese mismo mes en el calendario gregoriano). Antes, fiel a sus ideas antitrinitarias, se había negado a recibir el último sacramento. Así, tras una terrible agonía, se fue de este mundo aquel inigualable sabio que dijo haberse subido a hombros de gigantes para ver más lejos. Hay quien hiperbolizó de esta manera para referirse al sufrimiento final del genio: "El dolor se volvió tan intenso que la cama en la que yacía y la propia habitación se estremecían con su agonía, lo que asombraba a los presentes. Tal fue la lucha que debió enfrentar su alma para abandonar su refugio terrestre" (citado en el delicioso libro-cómic de William Rankin, Newton para principiantes, Era Naciente, Buenos Aires, 1995).

Como es sabido Newton fue enterrado con grandes honores. Su cuerpo fue conducido a la abadía de Westminster, siendo acompañado el féretro por un selecto séquito formado por el gran canciller, los duques de Roxburg, el duque de Montrose, el conde de Pembroke, el conde de Sussex y el conde de Macclesfield.  Unos años después, en 1731, fue levantado en Westminster un marmóreo monumento dedicado al más eximio de todos los físicos.

Sin embargo, François Arago, el "físico y astrónomo romántico", matiza:

"El recuerdo de estos honores es evocado a menudo como una vergüenza contra las naciones que no han tratado a sus grandes hombres con la misma justicia. Pero este sentimiento de orgullo, ¿es siempre legítimo? Los señores que se unieron al cortejo fúnebre lo hacían en calidad de miembros de la Real Sociedad y no como representantes de la Cámara de los Lores. El monumento que se le erigió en el año de 1731 fue construido por cuenta de los herederos de Newton, no del Tesoro nacional. Ni siquiera lo fue la estatua de mármol que existe en la capilla del colegio de la Trinidad, de Cambridge, obra de Roubilliac, homenaje personal; se debe, en efecto, a la admiración profunda y sincera del doctor Roberto Smith, autor de un tratado de óptica, hacia quien le había dirigido en su carrera. Sobre el pedestal de esta estatua se lee la siguiente inscripción:

Qui genus humanum ingenio superavit
["Cuyo genio superó al de todos los hombres"]

Digámoslo en voz alta, puesto que es la verdad absoluta: los honores tributados, sin reserva ni límite alguno, al navegante que se apoderaba de los galeones españoles o incendiaba una capital extranjera, no le fueron acordados sino con la mayor parsimonia al sabio cuyo nombre habría de sobrevivir a las más grandes famas políticas y militares que se han dado en el largo curso de la historia del mundo".

[de Grandes astrónomos (de Newton a Laplace); FRANCISCO ARAGO; Colección Austral nº 543; Espasa Calpe, Madrid, 1968, 3ª edición]  

¿Rencor hacia los ingleses en el físico francés? Podría ser, pero no lo creemos. Nos parece que Arago pone los puntos sobre las íes con gran acierto.

Nota: Anotemos como curiosidad la etimología de la palabra cálculo. Ésta proviene del latín calculus, que designaba al guijarro o la piedra pequeña, como aquellas que se utilizaban para contar o para realizar operaciones con ábacos. De ahí que también se llamen cálculos a las piedras que se forman en el riñón y en otros órganos. Para la etimología de algunos términos matemáticos véase: http://www.epsilones.com/paginas/t-etimologias.html.

viernes, 5 de febrero de 2010

Divulgación de la meteorología


Parece que vienen buenos tiempos para el tiempo, para la divulgación de la ciencia del tiempo quiero decir, de la meteorología. Porque el asunto del clima, si no nos apresuramos en remediarlo, pinta francamente mal.

Y es que  el físico José Miguel Viñas (Madrid, 1969),  meteorólogo y  excelente comunicador científico (colaborador del programa de radio "No es un día cualquiera", RNE1 los fines de semana de 8 a 13 horas, y autor de una magnífica y más que recomendable web de divulgación meteorológica, amén de un par de libros) acaba de publicar La ciencia del tiempo (introducción a la meteorología) en la editorial Almuzara. 384 amenas páginas con 75 capítulos, no demasiado extensos y que pueden leerse de forma salteada, en las que se nos explican con rigor que no aburre curiosos e importantes aspectos de las tormentas, las nevadas, los anticiclones, las borrascas, etc. Confieso que aún no he leído el libro, pero Viñas me ofrece la máxima confianza pues en el libro se profundiza en muchos de los asuntos que el físico madrileño ya ha tratado brillantemente en el programa matinal de Pepa Fernández.



La información meteorológica  tiene una gran aceptación en el público y por ello es muy necesario  formar científicamente a la población (quizás especialmente a la del mundo rural, que tan frecuentemente mira al cielo) para que comprenda mejor lo que observa y lo que se le dice. Por cierto, ¿se han dado cuenta de que desde hace ya algún tiempo las isobaras de los mapas  meteorológicos de TVE están indicadas con los valores de presión en hPa (hectopascales) en vez de en mb (milibares)? Pleno acierto, ya que eso no supone alteración alguna pues son equivalentes (la presión atmosférica normal a nivel del mar es 760 mm Hg o 1013 mb, o 1013 hPa, es decir, para hacerse una idea clara: algo más de un kilogramo de fuerza o kilopondio por cada cm2 de superficie; valor a tener muy en cuenta, ¿no?). Sea bienvenido el Sistema Internacional a la televisión.


PS: 

Los últimos libros de JOSÉ MIGUEL VIÑAS:

 Curiosidades meteorológicas y Preguntas al aire (libros de bolsillo de Alianza Ed.)




lunes, 1 de febrero de 2010

Sobre ciencia y religión

El conflicto entre ciencia y religión no es nada nuevo. Tal enfrentamiento no tiene sentido si se considera que  ninguna religión constituye una vía válida para adquirir conocimientos sobre el mundo físico que nos rodea; la ciencia, con su método y sus procedimientos, hace siglos que se encarga ya de ello con resultados más que aceptables (la ciencia, creo, es el conocimiento más fiable del que podemos disponer, sujeta a permanente contrastación y, según Popper, sus teorías han de permitir la falsación o refutación porque de lo contrario no estaríamos hablando de teorías científicas sino de otra cosa, por ejemplo, de teorías filosóficas o de ideas religiosas). No podemos aproximarnos a la fe religiosa desde la razón , es un evidente contrasentido (sí, por supuesto, puede especularse racionalmente, filosóficamente, sobre el fenómeno religioso y la existencia o no de Dios). Quien quiera iluminar su espíritu por la fe habrá de hacerlo desde la emoción, desde el sentimiento, desde la esperanza irracional. Eso creo que es lo que quiso decir Pascal con sus célebres palabras, "el corazón tiene razones que la razón desconoce". Las "razones del corazón" son las emociones.

Al respecto he encontrado dos opiniones, para el debate y la polémica, de sendos importantes científicos contemporáneos y que quiero compartir con los amigos y los "visitantes casuales" de "El devenir de la Ciencia". La primera es de un ateo convencido, un materialista científico radical, Steven Weinberg (premio Nobel de Física en 1979 por su teoría electrodébil de unificación del electromagnetismo y la fuerza nuclear débil). La segunda es de nuestro admirado biólogo, serio y honrado como pocos, José María Bermúdez de Castro (especialista en evolución humana, codirector de las investigaciones de los yacimientos de Atapuerca, premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica de 1997 y también excelente divulgador científico, autor del recientemente publicado libro La evolución del talento, editorial Debate).

Dice Weinberg:

"La religión es un insulto a la dignidad humana. Con o sin religión siempre habrá buena gente haciendo cosas buenas y mala gente haciendo cosas malas. Pero para que la buena gente haga cosas malas hace falta la religión".
(Pronunciado en un discurso en 1999).

Y de las contundentes palabras del físico estadounidense a las más amables de Bermúdez de Castro:

"Somos espirituales por naturaleza. Es muy curioso que los humanos -que estábamos en el vértice de la pirámide ecológica como especie poderosa, social, cazadora incluso respecto a los leones del Pleistoceno- recurriésemos a unos seres sobrenaturales para que nos favoreciesen y nos ayudasen. Prescindir de la espiritualidad es muy complicado y yo no voy a decir a nadie que deje de ser religioso".
(En entrevista publicada en el diario Público el 31 de enero de 2010).

Añado un vídeo (con enlaces a otros similares) en el que Steven Weinberg reflexiona sobre el espinoso asunto: