martes, 30 de diciembre de 2008

Para todos los matemáticos

Dedico esta bella canción, "Per ogni matematico", de Angelo Branduardi (el poema es de Giorgio Faletti) a todos los matemáticos, especialmente a Carlo Frabetti.
Y recuerdo aquí también el célebre adagio de Pascal (1623 - 1662), que nos invita a la reflexión:

"El corazón tiene razones que la razón desconoce".

La Luna (por Angelo Branduardi)

He aquí mi pequeño regalo navideño para los amigos de este cuaderno de bitácora. Se trata de la canción "La Luna", de Angelo Branduardi, músico poco conocido en España (¿por qué?).

domingo, 28 de diciembre de 2008

Fragile Shells



La víspera de la festividad de Epifanía del año 1991 Luis y yo tomamos el vuelo, con el estómago lleno de mariposas revoloteando, hacia la ciudad escocesa de Aberdeen (en la fotografía, su universidad). En la población del mar del Norte íbamos a continuar nuestros estudios de máster en Química Analítica, bajo la supervisión del inolvidable profesor Ian Marr, en cuya casa nos alojamos los primeros días hasta encontrar acomodo definitivo en la residencia de estudiantes de Hillhead. Allí, precisamente, por una azarosa coincidencia en el espacio y en el tiempo, conocí a una inquieta bióloga sevillana que, transcurridos unos años, se convertiría en mi mujer.

Hillhead Halls of Residence era un complejo residencial habitado temporalmente por cientos de jóvenes estudiantes británicos y extranjeros, en busca de conocimiento (y de amor). Yo me alojaba en Keith House, en la colina más lejana, próxima al río Don, allá donde encontraban su paraíso los enormes cuervos negros de tan septentrionales latitudes. Las comidas las hacía en el gran comedor del Central Building. Esa es una de las razones por las que no tuve mucha relación con mis tres compañeros de piso. Las otras eran mi timidez, mis problemas con la lengua de Shakespeare y que casi siempre estábamos juntos los españoles que estudiábamos allí (y no éramos pocos precisamente).

Mis compañeros en Keith House eran Mike (un estudiante escocés de Derecho), Paul (también escocés, estudiante de Bioquímica, que me contó una vez que era descendiente del mismísimo James Clerk Maxwell) y Dan (un inglés que utilizaba su lengua a la velocidad del rayo y del que yo era incapaz de entender una sola palabra). Recuerdo que cuando coincidía con Mike a la hora de acostarse, lacónicamente y con una amable sonrisa, me decía en un cristalino inglés: "Another day is over".

Al rubio de Dan trataba de esquivarlo, pues me resultaba bastante embarazoso que me bombardeara con una verborrea incomprensible. Una vez le pregunté por el significado del cartel manuscrito que había puesto en la puerta de su habitación y que simplemente decía: "Fragile shells". Como de costumbre no pude entenderle bien, pero creo que me insinuó que era un mensaje con profunda significación. "Conchas frágiles" debía ser una metáfora de la naturaleza humana, sin duda más quebradiza de lo que nos pueda parecer en principio. Ciertamente debemos tener cuidado de no pisotear a los demás injustamente, pues, como frágiles conchas que son pisadas en la arena húmeda de la orilla de una playa, pueden hacerse pedazos. Fragmentos de un alma humana que, probablemente, no se puedan recomponer.

martes, 23 de diciembre de 2008

Inés Fernández-Ordóñez, savia nueva para la R.A.E. (y Alfonso X)

Doble motivo de satisfacción para nosotros la elección de Inés Fernández-Ordóñez, catedrática de Lengua Española en la Universidad Autónoma de Madrid, como miembro de la Real Academia Española (savia, y sabia, nueva para esta institución): por su juventud (nacida en 1961) y por ser mujer (hasta ahora sólo había tres). Ocupará el sillón P (de pasión por el conocimiento), que quedó vacante tras la muerte del poeta Ángel González. Entre otros, fue propuesta para el puesto por la académica, y prestigiosa bioquímica (discípula de Severo Ochoa), Margarita Salas.
En el diario El Mundo, del pasado viernes 19 de diciembre, encontramos una jugosa entrevista a la nueva académica. En ella, Inés Fernández-Ordóñez, especialista en la obra de Alfonso X el Sabio, decía del rey medieval:

"Promovió un conjunto de producciones culturales, sin parangón con otro rey medieval hispano, como medio de difundir y convencer de las bondades de su proyecto político. Quizá lo más actual de la iniciativa alfonsí sea la idea de que el conocimiento es una fuerza transformadora (y para bien) de la sociedad".

Nueva académica de amable sonrisa y dulce mirada; cuya mente adivinamos llena de palabras.

(Nota: Sobre Alfonso X diremos en "El devenir de la Ciencia" que desempeñó un papel crucial en el desarrollo de la Astronomía de su época y posterior. Eduardo Battaner le dedica el capítulo "El más distinguido astrónomo español" en su libro Planetas (Alianza Ed., Madrid, 1991). En él nos dice Battaner que las "Tablas alfonsíes", aunque no elaboradas directamente por Alfonso X, sí se realizaron bajo su encargo, patrocinio y cuidado, siendo abundantemente copiadas. El propio Copérnico utilizó frecuentemente dichas tablas astronómicas).

domingo, 21 de diciembre de 2008

La cafetera mágica. Huevos hervidos en hielo.

El pasado mes de noviembre tuve la suerte de adquirir un ejemplar de la revista de divulgación Alrededor del Mundo, dirigida por Manuel Alhama, en la feria del libro antiguo de Sevilla. Se trataba del número 266, de 7 de julio de 1904. Algunos de los sugerentes artículos que incluía eran: "Sucedidos curiosos de perros", "Ida y vuelta a América en una semana" (sobre los grandes trasatlánticos de vapor con turbinas), "Cómo se hace el cristal", "¿Ha sido y volverá a ser cometa la Tierra?", "La Piedra Filosofal y la Química", "Una hormiga que vale millones" (sobre cierta clase de hormiga roja que vive en Guatemala y que parece ser que extermina al gorgojo del algodón), "Cómo es el polen de las flores" y "Secretos de grandes inventos (cómo se pierden; cómo se roban)", entre otras curiosas noticias y comentarios.
Entre estas curiosidades de las que se hacía eco este número de Alrededor del Mundo, en los albores del crucial siglo XX, traemos aquí "La cafetera mágica (huevos hervidos en hielo)", que espero interese al amable lector que, intencionadamente o por azarosa circunstancia, ha ido a parar a esta ínsula que es "El devenir de la ciencia". He aquí la noticia:

"LA CAFETERA MÁGICA.
Huevos hervidos en hielo
Pocos espectáculos tienen tanta importancia científica como el que está presentando en estos días al público neoyorkino, con el título de La Cafetera Mágica, el notable prestidigitador José Yarrik.
En el escenario no hay más que algunas elegantes mesillas, sobre las cuales se ve una porción de variadísimos objetos, y una gran cafetera, cuyo contenido hierve a pesar de hallarse, no sobre un fogón ni una estufa, sino encima de un bloque de hielo. Con estos accesorios, el prestidigitador hace una porción de cosas que no pueden menos de asombrar al público.
Empieza por echar parte del contenido de la cafetera en un sombrero, y en presencia de todo el mundo lava algunos pañuelos, que pide prestados a los espectadores, y que devuelve inmediatamente sin el menor rastro de humedad. Luego mete unas uvas en la cafetera, y las saca duras como cantos; echa un chorro del hirviente líquido sobre un trozo de hielo, y éste comienza a arder con brillante llama y, por fin, coloca un huevo sobre el hielo, echa encima el agua de la cafetera, y lo presenta pasado por agua al admirado público.
El secreto de tan maravillosos experimentos no consiste en otra cosa sino en que el agua de la cafetera no es tal agua, sino aire líquido, cuyas misteriosas propiedades hacen posibles todas aquellas aparentes maravillas".
Digamos nosotros que el aire líquido se obtiene al licuarse el aire a altas presiones y posteriormente ser enfriado a muy bajas temperaturas. Si quiere conservarse a temperatura ambiente, el aire líquido debe mantenerse en un vaso Dewar. El aire líquido tiene un punto de ebullición de -194,35 ºC. Puede observarse cómo se desprende del nitrógeno (o del aire) líquido una niebla cuando hierve. Esta niebla es en realidad vapor de agua del ambiente, que condensa en pequeñas gotitas cuando el nitrógeno (que es un gas incoloro) enfría el aire circundante. Por otro lado, cuando se echa nitrógeno líquido sobre un huevo, éste parece cocerse. Aunque aparente ser un huevo duro ordinario no es así, pues no se ha producido una desnaturalización irreversible de las proteínas (albúminas) de la clara, sino que el huevo recupera su estado líquido cuando se calienta.
(Para saber más: http://es.wikipedia.org; http://www.lowy-robles.com/2_6.htm, en "Ciencia ambulante: más que frío", con interesantes explicaciones y descripción de 12 experimentos sobre el tema, muy recomendable)

(Foto: manipulación de nitrógeno líquido. Tomada de: www10.uniovi.es. )

miércoles, 17 de diciembre de 2008

El Sol de San Isidoro

(Foto tomada de: http://bligoo.com/media/users/0/1068/images/)



(Foto tomada de: www.uark.edu/)



El Sol de San Isidoro

Figura esencial de la cultura hispana en el período visigótico es, sin duda, San Isidoro de Sevilla, arzobispo de esta ciudad nacido en Cartagena hacia el año 560, y fallecido en el 636. Escribió un compendio de cosmología, "De la naturaleza de las cosas", dedicado al rey visigodo Sisebuto, su discípulo en materias astronómicas. Sin embargo, la principal contribución del santo erudito fue su monumental diccionario enciclopédico, las Etimologías. La magna obra de San Isidoro está dividida en veinte partes, versando algunas de ellas sobre matemáticas, astronomía, medicina, anatomía humana, zoología, geografía, meteorología, geología, mineralogía, botánica y agricultura (todo ello bajo el prisma del saber medieval). Tengamos en cuenta, no obstante, que en la Etimologías se recogen conocimientos de otros autores que son tratados de forma concisa y poco crítica (quedan diez siglos aún para la eclosión de la ciencia moderna). La titánica labor de San Isidoro fue la de compilar en sus Etimologías el saber clásico (que arraigaría de forma desmesurada en nuestro país, particularmente en instituciones como la Universidad y la Iglesia), ejerciendo su obra una enorme influencia posterior, convirtiéndose en el libro más difundido durante buena parte de la Edad Media.
Incorporamos a este cuaderno de bitácora histórico-científico unos fragmentos de las Etimologías (libro III, traducido por Cortés y Góngora), que tomamos del inolvidable y delicioso libro "Historia de la Filosofía y de la Ciencia", de Julián Marías y Pedro Laín Entralgo (Ed. Guadarrama, Madrid, 1964), que amablemente me prestó mi inquieta alumna Isabel. En ellos San Isidoro nos muestra la visión que del Sol se tenía en su época:
"DE LA MAGNITUD DEL SOL
1. La magnitud del sol es superior a la de la tierra, por lo que en el mismo momento que nace, se aparece al mismo tiempo en el oriente y en el occidente. Y como a nosotros se nos aparece del tamaño de un codo, conviene tener presente cuánto dista el sol de la tierra y cuánta sea la distancia para que se vea tan pequeño.
DE LA NATURALEZA DEL SOL
1. Siendo el sol de fuego, se caldea aún más por el excesivo movimiento de rotación, y dicen los filósofos que este fuego se nutre del agua y que recibe la luz y el calor de ese elemento contrario; de aquí que muchas veces le vemos húmedo y lluvioso".
Curiosa visión del Sol. Aún quedaba mucho para que el sabio de Pisa, Galileo, orientara su telescopio hacia el astro rey.

domingo, 14 de diciembre de 2008

El arce en otoño


Traemos a este cuaderno de bitácora la imagen de un precioso arce en otoño. ¿Quién dijo que era esta una estación triste?

Música fractal




Este fin de semana hemos disfrutado de la compañía de mis tíos Enrique y Reme, con los que no sólo gozamos con su trato cariñoso y amable sino que, como si no fuera bastante con lo anterior, siempre aprendemos cosas nuevas, con sus relatos de viajes a lugares lejanos, y a veces recónditos, y con sus amenas conversaciones sobre todo lo imaginable.


En esta ocasión nos contaron, entusiasmados, el impacto que les causó la contemplación otoñal de los bosques de arce canadiense, cuando las ramas de estos árboles de durísima madera quedan preñados de hojas de las que parece manar la sangre. El contraste de tonalidades del bosque caducifolio en otoño no sólo impresiona la retina sino que, sobre todo, conmueve al espíritu.


Asimismo mi tío Enrique me dejó una copia del programa del concierto de Navidad de este año, patrocinado por el Grupo Siemens, en el que participaba él como miembro del Orfeón Filarmónico (con la Orquesta Filarmonía, dirigida por el ya prestigioso Pascual Osa, al que conocemos del magnífico programa televisivo infantil "El conciertazo", de Fernando Argenta). El concierto se abría con el estreno de la obra "Ojo de Horus", del compositor Tomás Marco (Madrid, 1942). Confieso que no conocía nada de este músico contemporáneo, pero la sola lectura de las notas al programa del concierto me motivan a indagar. En dichas notas nos dice Marco de su obra:


"El uso de procedimientos no es nada nuevo en la música desde Pitágoras a Ockeghem, Bach, Bartok o Xenakis. En los últimos tiempos la geometría fractal se ha utilizado en la música (también en artes plásticas), así como la llamada física del caos o de los fenómenos no lineales. La obra parte de un pequeño módulo fractal que se multiplica en varias direcciones por procedimientos de autosemejanza. En realidad, se aplican sonoramente los elementos de estructura y posibles predicciones de comportamiento de un huracán visto desde la perspectiva de su vértice u ojo. En la forma general he usado también la proporción áurea y algunas consecuencias de las series de Fibonacci y Narayana.


La alusión al ojo del huracán me lleva al título de la obra, Ojo de Horus. Horus era el dios egipcio, hijo de Osiris e Isis, que combatió con Seth perdiendo un ojo que le fue repuesto por Thot (dios, entre otras cosas, de la escritura y de la música) convirtiéndose en el Udyat mágico que cura y protege de maleficios. Estas connotacioenes mágicas, que podrían especificarse mucho más largamente, tienen mucho que ver con el contenido expresivo de la música. Y si se pregunta alguien cómo casa este aspecto esotérico con los fractales, señalaré que, desde hace mucho tiempo, considero la música como un punto de encuentro ideal y equilibrado entre el pensamiento lógico y el pensamiento mágico que procuro conjugar en toda mi producción".


No conozco su música aún, pero el sugerente planteamiento de Tomás Marco me conduce, irrestiblemente, a bucear en ella.


(Para saber más sobre fractales recomiendo "Geofractal". De Tomás Marco, encontramos una interesante entrevista en internet)

jueves, 11 de diciembre de 2008

José Celestino Mutis, defensor del sistema copernicano




Resulta difícil creer que a comienzos del siglo XIX todavía hubiera quien, obstinadamente, se negara a aceptar el sitema heliocéntrico de Copérnico, como si los trabajos de Galileo, Kepler y Newton no hubieran demostrado sobradamente cuál era el movimiento de los planetas, y nuestra Tierra como uno más entre ellos, alrededor del Sol. Entre estos obstinados hombres cultos (pero de muy escaso espíritu científico) estaban los agustinos, que seguían empeñados en la defensa a ultranza del antiguo sistema geocéntrico de Ptolomeo.


Nada que ver la postura de los agustinos con la del naturalista y sacerdote José Celestino Mutis (Cádiz, 1732; Santa Fe de Bogotá, 1808), abierto siempre a los nuevos conocimientos, sin poner por ello en peligro su fe religiosa. Mutis, inteligentemente, acomoda la teología a los nuevos, y consistentes, descubrimientos de la ciencia, sin que ambas entren en conflicto.


En 1762 expuso en el continente americano los principios del sistema copernicano y de la ciencia moderna, basada en el método experimental implantado por Galileo, siendo denunciado ante la temida Inquisición que, no obstante, le absolvió. Posteriormente, en 1774, se vio obligado a convencer a la Santa Inquisición (empeñada en entorpecer todo avance) de la ineludible necesidad de la enseñanza de los nuevos principios de la "filosofía natural" y del sistema copernicano.


A comienzos del siglo XIX, cuando Mutis es un reconocido científico, escribió un informe, redactado junto con el canónigo Manuel Andrade, vindicando el sistema de Copérnico. Seleccionamos aquí un fragmento de este informe, tomado de "El sabio Mutis. Vida y obra de un gaditano universal", de Paz Martín Ferrero (Diputación de Cádiz, 1985, pág. 132):


"Querer establecer fija la Tierra es lo mismo que querer derribar todos los principios de la mecánica, de la física y aún toda la astronomía, sin dejar auxilio ni fuerza en lo humano para poder satisfacer.


Estas reflexiones se han hecho ya en casi toda Europa. No hay reino que no sea newtoniano y por consiguiente copernicano, mas no por eso pretenden ofender (ni aun por imaginación) a las sagradas letras que tanto debemos venerar. El sentido en que estas hablaron es clarísimo y que no quisieron enseñar la astronomía, sino darla solamente a entender en el pueblo. Hasta los mismos que sentenciaron a Galileo se reconocen hoy arrepentidos de haberlo hecho, y nada lo acredita tanto como la conducta de la misma Italia. Por toda ella se enseña públicamente el sistema copernicano y newtoniano; no hay religión que no le de a la prensa. Los padres Leseur y Boscowick, y aun la Academia de Bolonia no aspiran a otra cosa. ¿Puede haber prueba más evidente de que no cabe en ellos ni aun la sola sospecha de herejía, que fue la condenada, y que lejos de ella abrazan el sistema como único?".


Como diría un peridista actual: se puede decir más alto pero no más claro.

sábado, 6 de diciembre de 2008

Mutis, de Caldas y el primer observatorio astronómico de América







En este crítico 2008 que agoniza se ha cumplido, sin hacer ruido, el bicentenario de la muerte de un gran sabio español, quien, como tantos otros de su tiempo, viajó a ultramar en busca de aventura, prosperidad o, como es el caso, conocimiento. Pues el territorio americano era, nunca mejor dicho, una auténtica "mina" de ignotos tesoros naturales, a la espera de mentes preparadas y espíritus tenaces e inquietos que los descubrieran. El gaditano José Celestino Mutis, médico y naturalista, es el eximio sabio al que nos referimos. Murió en 1808 en Santa Fe de Bogotá (Colombia; entonces Nueva Granada), después de dedicar toda una vida al estudio de la flora y de la naturaleza del Nuevo Mundo.



El "patriarca de los botánicos" (así le llamó Alexander von Humboldt) abarcó más campos del saber, además del estudio científico de la flora y la fauna de Nueva Granada. Aquí queremos destacar un hecho de singular relevancia que tuvo lugar en la recta final de la vida de Mutis: la fundación del primer observatorio astronómico americano, en 1803.



En 1783 fue nombrado Mutis director de la Expedición Botánica de Nueva Granada, un acontecimiento que el sabio gaditano supo aprovechar bien, dadas sus excelentes cualidades como hombre de ciencias, observador, meticuloso y sistemático. Sin embargo, como indica González Bernal, Mutis contemplaba la astronomía como algo importante pero secundario, pues no constituía el objetivo principal de la expedición, amén de no ser nuestro ilustre personaje especialista en la materia. A pesar de ello, Mutis proyecta la construcción de un (modesto) observatorio astronómico en Santa Fe de Bogotá, que habría de ser el primero con carácter permanente en tierras americanas (sus antecesores, los observatorios de Filadelfia y Montevideo, de 1789, tuvieron un carácter provisional).



De la ejecución del proyecto se encargó el arquitecto Domingo de Petrés, en quien confió Mutis y al que dio las instrucciones necesarias. En mayo de 1802 comenzó la construcción del observatorio, sin permiso oficial para evitar insoportables demoras, finalizándose el día de San Bernardo, 20 de agosto, de 1803. Se levantó en el solar de la Casa de la Botánica de Santa Fe de Bogotá. La construcción es un prisma de base octogonal, de 18 metros de altura, con una torre cuadrangular adosada a una de las caras laterales del prisma. Constaba de dos niveles y una azotea. En el segundo se abrieron siete ventanas alargadas para hacer desde allí las observaciones. La función de la torre adosada, en la cara sur, era la de albergar en su interior la escalera. Parece ser que el arquitecto tomó como modelo la primera construcción del observatorio de Greenwich y las torres octogonales del observatorio de París.



Mutis pensó en el científico criollo Francisco José de Caldas (1768 - 1816) como el director más idóneo para el nuevo observatorio ecuatorial, dadas las excelentes referencias que tenía de él. No obstante, el observatorio no fue diseñado pensando en los instrumentos específicos que se instalarían allí y, según González Bernal, "un estudio sobre los instrumentos utilizados por ellos, más los donados al observatorio, permitiría establecer las dificultades ante las cuales tropezó el edificio por desconocer con precisión lo que en su interior se haría". Es decir, Mutis concebió el observatorio santafereño sin pensar en las características específicas de su ubicación ni en los instrumentos (posiblemente pensó que el edificio diseñado era adecuado para las observaciones astronómicas de la Expedición, sin objetivos de mayor alcance, para los que sí estaba capacitado de Caldas).



Francisco José de Caldas (de quien había dicho Mutis que "se ha hecho un hábil astrónomo" de "instrucción vastísima" que "hará honor a mi elección") llega a Santa Fe en 1806 con los equipos e instrumentos necesarios para poner en funcionamiento y dirigir el Observatorio Astronómico de aquel lugar.



Respecto a los méritos científicos de Caldas, que tanto valoró Mutis, diremos muy sucintamente que a finales del siglo XVIII realizó numerosos estudios metéorológicos y geográficos (como, por ejemplo, la determinación de la longitud local usando efemérides y fenómenos astronómicos), obtuvo las lentes para construir un telescopio con el que observó los satélites de Júpiter y los bellos anillos de Saturno, observó el tránsito de Mercurio de 1803 y los eclipses de Sol y de Luna de ese mismo año. Uno de sus ambiciosos proyectos era el de elaborar una carta celeste del hemisferio sur. No podemos dejar de mencionar su invención del hipsómetro, instrumento para determinar la altitud de un lugar según el punto de ebullición del agua; para ello se basó en las investigaciones de De Saussure y Deluc en las que se relacionaba el punto de ebullición del agua con la presión atmosférica y, en consecuencia, con la altura sobre el nivel del mar.



Francisco José de Caldas fue ferviente partidario de la independencia de su país (escribió "Nuestra Revolución" y sirvió a la causa patriótica americana como ingeniero militar). Esto le costó la vida, muriendo prematuramente y viéndose truncados muchos de sus proyectos, al ser fusilado por la espalda a finales de octubre de 1816.



(Para saber más: MARTÍN, P.; "El sabio Mutis", Diputación de Cádiz, 1985. PIMENTEL, J.; "Jorge Juan, Mutis, Malaspina. Viajeros científicos. Tres grandes expediciones al Nuevo Mundo", Nivola, Madrid, 2001. En internet: GONZÁLEZ BERNAL, D. M.; "El observatorio astronómico de Santafé de Bogotá. Modernidad y ciencia en los últimos años del Virreinato", Revista Credencial, febrero de 1997).

viernes, 28 de noviembre de 2008

Andrés Manuel del Río, descubridor del vanadio (dedicado a los amigos mexicanos)




Me produce gran satisfacción el contar con bastantes visitas a este blog procedentes de México. Y es que no sólo es un país hermano y querido, sino que, además, me siento vinculado en cierta medida con él: mi madre, a la que tanto amé, nació allí. Mi abuelo, Bernardo Taravillo La Loma, joyero de profesión, cruzó el charco (que nos une, o nos separa) buscando un futuro más próspero y se instaló en la gran urbe, hoy descomunal, de México. Allí nacieron sus dos primeras hijas, mi tía Goya (que sería esposa y madre de importantes farmacéuticos sevillanos), y mi madre. Siempre admiramos con devoción (y curiosidad) aquel bello cuadro de la Virgen de Guadalupe, pintado sobre metal, que había traído mi abuelo de las lejanas tierras mexicanas y que nos recibía al cruzar el umbral de nuestro hogar.


Recordamos ahora, en "El devenir de la Ciencia", a un eminente científico español, o mexicano, que descubrió el vanadio (aunque muchos autores le otorguen el mérito al sueco Sefstroem, quien "redescubrió" el eritronio en 1831 al analizar un mineral de hierro de Taberg y le dio el nombre de vanadio, como conocemos desde entonces a este metal): Andrés Manuel del Río.


Incluimos aquí la biografía que de este gran científico hizo L. Blas en su libro "Biografías y descubrimientos químicos" (Aguilar Ed.; Madrid, 1947), que compró mi padre en la capital de España en agosto de 1963, tres años antes de mi nacimiento. He querido añadir las notas manuscritas de mi padre, que figuran insertadas en el texto entre corchetes y en cursiva. Esta biografía inaugura una "etiqueta" que he bautizado como "Queridos viejos libros". He aquí el relato del catedrático y académico L. Blas:


" Mineralogista madrileño, nació en la calle del Ave María, el 10 de noviembre de 1764, recibiendo sus primeros estudios en el Colegio de San Isidro, y el grado de Bachiller, en Alcalá de Henares.


Sus aficiones a la mineralogía le llevaron a Almadén y más tarde a Francia, Inglaterra y Alemania, pensionado por el Gobierno español para ampliar estudios [corrió peligro de ser guillotinado durante su estancia en París].


En el mes de agosto de 1794 salió de España, por Cádiz, destinado a Méjico como profesor de la Escuela de Minas de Méjico, que fundó Elhuyar, cargo que desempeñó durante cerca de cincuenta años.


El año 1795 publicó su famosa obra Elementos de orictognosia que, según Humboldt [al que conocía desde sus estudios en Alemania], es el trabajo mineralógico mejor que posee la literatura española, y el año 1801 realizó el descubrimiento del vanadio, analizando un plomo pardo de Zimapán, nuevo elemento al que puso el nombre de pancromio, primero, y luego, el de eritronio, por el color rojo de sus sales; pero tuvo desconfianza de su descubrimiento y, durante algún tiempo [por influencia de otros químicos], creyó que era cromo.


El segundo volumen de su obra Elementos de orictogenia, lo publicó en 1805, y seis años más tarde montó la primera fabricación de hierro mejicana, que, según Humboldt, tenía una parte mecánica superior a la de las mejores minas de Hungría.


En 1818 vuelve a España, donde le ofrecen el cargo de director de las Minas de Almadén y del Museo de Ciencias, de Madrid; pero él prefiere volver a Méjico, donde continúa, infatigable, su labor científica y de enseñanza [después de la independencia de Méjico].


Murió el 23 de marzo de 1849 de un ataque cerebral, y en recuerdo de su valía, en 1877 se dio el nombre de Cantón de Andrés del Río a una rica región minera de Chihuahua, cuya capital es Batopilas".


PS:

En el siempre recomendable programa de RNE5 A hombros de gigantes, el 7 de enero de 2012, se dedicaron unos minutos a recordar la figura de Andrés Manuel del Río (pínchese aquí; debe irse al minuto 43). El texto, de Nuria Martínez Medina (Andrés Manuel del Río, el vanadio y la reforma de la minería), aquí





Andrés Manuel del Río descubrió el vanadio (que debería llamarse rionio en honor del gran científico hispano-mexicano, pero Berzelius es mucho Berzelius) en 1801, pocos años después del descubrimiento del cromo por Vauquelin. Nuestro eximio mineralogista identificó un nuevo elemento, que inicialmente llamó pancromo (debido a la variedad de colores de sus sales), en muestras minerales que llegaron a su laboratorio. Como buen científico, Del Río quería que su descubrimiento fuera confirmado por otros colegas. Y aprovechando el paso de Alexander von Humboldt por México le dio al explorador y naturalista alemán -colaborador y amigo- unas muestras del mineral que contenía el nuevo metal para que fueran analizadas en París por los mejores especialistas. 

Pero la fortuna no estaba del lado de Andrés Manuel del Río porque resulta que uno de los colegas de Vauquelin, cuenta Aldersey-Williams en su delicioso libro La Tabla Periódica, concluyó que no se trataba de un nuevo metal sino de cromo. Para colmo de infortunio los documentos que Del Río había enviado a Francia, por separado de las muestras, que aportaban información valiosa en apoyo de su tesis de haber descubierto un nuevo elemento se perdieron en la larga travesía por un lamentable naufragio. Del Río, que entonces ignoraba lo sucedido, aceptó la resolución de los químicos franceses con deportividad científica.

Treinta años después del hallazgo de Del Río el nuevo metal es redescubierto en un remoto lugar europeo por el sueco Nils Sefstroem (1831), en otro mineral. Los suecos, a iniciativa de Berzelius, llamaron vanadio al elemento (que posteriormente se comprobaría que no era otro que el pancromo o eritronio de Andrés Manuel del Río), recurriendo a la mitología escandinava  (Vanadis o Freya,  era diosa del amor, la belleza y la fertilidad).

No estaría mal que cuando nos refiriéramos al elemento de número atómico  23 lo hiciéramos llamándolo vanadio o rionio, en pequeño homenaje a tan gran mineralogista hispano-mexicano.

 [Pintura en la que se representa a Freyja o Freya, también conocida como Vanadis.
Fuente de la imagen Wikipedia: aquí

 

El futuro de la fusión nuclear




En su columna "El electrón libre" del pasado jueves 20 de noviembre en el diario Público (que tiene una muy digna y recomendable sección dedicada a las ciencias), el catedrático don Manuel Lozano Leyva analizaba el polémico asunto del problema de la energía. En ella, bajo el título de "La telaraña fósil", tan docto profesor se hacía la siguiente pregunta: "¿Pero puede ser Europa independiente y soberana energéticamente?". Bien sabe él la respuesta al peliagudo interrogante: "Sólo tiene dos vías realistas: basar su bienestar y desarrollo en un consumo mínimo de energía o relanzar la nuclear". Valiente postura (y creo que acertada), que seguramente le habrá provocado no pocas enemistades entre los lectores del diario Público (muchos de ellos, supongo, fervientes antinucleares). Todo plan de actuación serio, responsable y realista en este crucial asunto ha de fundamentarse, como nos indica Lozano Leyva, en tres pilares esenciales y complementarios: ahorro energético, investigación en la energía solar (para mejorar su bajísimo rendimiento) y desarrollo (nos guste o no), prudente y sin prejuicios, de la energía nuclear.


En el blog de ciencias de Público le preguntaba yo al profesor Lozano Leyva (ante mis temores de que las dificultades técnicas y económicas estén ralentizando el desarrollo de la energía nuclear de fusión y tal vez el optimismo al respecto se esté desvaneciendo) lo siguiente: ¿Podremos ver alguna central nuclear de fusión funcionando dentro de tres o cuatro décadas? El amable físico me respondió así:


"La fusión nuclear controlada se está desarrollando por etapas. Las podríamos correlacionar con sus costos y (en consecuencia) con su carácter: nacional, europeo y (casi) mundial. En España, por ejemplo, tuvimos el TJ en el CIEMAT, un dispositivo experimental tipo Sterelator. Después vino el JET (Joint European Torus), instalado cerca de Oxford en UK. Sus resultados positivos dieron paso al ITER (International Thermonuclear Experimental Reactor) que se está instalando en Francia y en el que, además de Europa, participan Estados Unidos, Japón, Rusia, India y Corea del Sur (quizá algún país más que no recuerdo). Este es del tipo Tokamak. su instalación estará a punto allá por el 2017. Si los resultados son como se esperan, tras varios años de estudios, se podrá diseñar (supuestamente) el DEMO, cuya construcción durará del orden de otra década. Este reactor ya podrá conectarse a la red, es decir, será supercrítico proporcionando más energía eléctrica de la que consume. Pero seguramente aún tendrá que proporcionar datos para los diseños industriales. Si hace la suma...con suerte tendremos la energía de fusión en unas tres décadas. Todo son incertezas salvo una: si no investigamos y abandonamos la energía nuclear, la energía de fusión no la obtendremos nunca".


Paciencia pues, y constancia en la investigación en este asunto, que sí que es crucial para el devenir de la humanidad. Mientras tanto, los ciudadanos debemos esforzarnos en ahorrar energía dentro de nuestras posibilidades (un servidor, por ejemplo, ha escrito esta "entrada" bien abrigado, y con una manta sobre las piernas, en vez de mantener la calefacción encendida al máximo).


Manuel Lozano Leyva es catedrático de Física Atómica, Molecular y Nuclear en la Universidad de Sevilla y, además de numerosas publicaciones científicas, ha escrito tres interesantes obras de divulgación ("El cosmos en la palma de la mano", 2002; "De Arquímedes a Einstein. Los diez experimentos más bellos de la física", 2005; "Los hilos de Ariadna. Diez descubrimientos que cambiaron la visión del mundo", 2007) y cuatro novelas, que tendremos que leer ( "El enviado del Rey", 2000; "Conspiración en Filipinas", 2002; "La excitación del vacío", 2002; "El galeón de Manila", 2006).


sábado, 22 de noviembre de 2008

Ciencia y espiritismo en el siglo XIX




Probablemente el lector se sorprenderá de que, en la segunda mitad del XIX (el siglo de la eclosión y auge del positivismo), no pocos científicos solventes y de reconocido prestigio se interesaron por el espiritismo y sus prácticas; en algún caso incluso el interés pasa a ser militancia. Sin embargo, diremos que todos ellos lo hicieron honestamente e intentaron interpretar el espiritismo bajo una perspectiva rigurosa y científica.


Quizás el caso más paradigmático es el de Alfred Russell Wallace (1823 - 1913), padre, junto con Darwin, de la teoría de la evolución de los seres vivos mediante un proceso de selección natural. Wallace fue un convencido militante del espiritismo. Así, en 1875, publicó un voluminoso libro sobre el tema: On miracles and modern spiritualism. El espiritismo surgió a mediados del siglo XIX y se difundió rápidamente, de manera que, a finales de dicha centuria, había unos quince millones de adeptos en todo el mundo. Wallace identificaba las formas espirituales con la realidad objetiva y, aunque hoy nos choque en extremo, el insigne naturalista inglés (observador y teórico de gran talla) llegó incluso a afirmar en su libro sobre el espiritismo que "el espiritualismo moderno es una ciencia experimental".


Otro caso destacable es el del astrónomo francés Camille Flammarion (1842 - 1925), fundador en 1887 de la Sociedad Astronómica de Francia, meticuloso observador del Sistema Solar (particularmente de Marte, por lo cual a uno de sus cráteres se le dio su nombre) y gran divulgador (el Carl Sagan del siglo XIX). Flammarion se interesó sobremanera por el espiritismo y consideraba estos fenómenos sujetos a principios científicos no descubiertos todavía. Al igual que Wallace, el eminente astrónomo francés concebía el espiritismo como una ciencia. Para su estudio, pensaba, era preciso abordar rigurosamente la investigación de los fenómenos psíquicos (a la sazón muy oscuros). A la muerte de Allan Kardec (patriarca del espiritismo en Francia) en 1869, se le propuso a Flammarion la presidencia de la Sociedad Espiritista de París, pero éste rehusó, según el epistemólogo e historiador de las ciencias Pierre Thuillier, "por considerar que los discípulos de Kardec tenían una tendencia demasiado acusada a ver el espiritismo como una especie de religión" y no como una ciencia.


Concluimos este repaso a tan apasionante e inquietante asunto con un fragmento de la interesante biografía de Faraday (1791 - 1867) escrita por Fernando Rivero Garrayo (1925 - 2005), Michael Faraday, fundador del electromagnetismo, publicada en la Revista Digital de Ciencias del Club Científico Bezmilina (en tres partes; la última, a la que corresponde este fragmento, en la edición de 2008), que nos sirve de colofón:


"Faraday, a pesar de su aguda intuición, que le condujo a sus grandes descubrimientos, tenía una mente racional. Sobre esto, no está de más recordar su firme oposición al espiritismo. Desde que en 1848, las hermanas norteamericanas Margaret y Kate Fox afirmaron que tenían contacto con espíritus del otro mundo, esta creencia se extendió rápidamente, no sólo por Estados Unidos sino por toda Europa y, en especial, por Inglaterra. Aquí se realizaron bastantes sesiones espiritistas, asistiendo a ellas algunos científicos para convalidar su supuesta veracidad. Entre ellos se pueden citar, desde esta época hasta final de siglo, a algunos que creyeron en estos fenómenos, como el biólogo Alfred Russell Wallace, cofundador con Darwin de la teoría de la selección natural; el químico y físico William Crookes, ya citado por sus estudios sobre los rayos catódicos, y el también físico Oliver Lodge, que desarrolló la telegrafía sin hilos; el precursor de la teoría lógico-matemática de los conjuntos, Augustus de Morgan; y el astrónomo francés Camille Flammarion. Por el contrario, otros científicos eminentes, que también estudiaron el espiritismo, como los físicos lord Rayleigh y J. J. Thomson, se mostraron -como la inmensa mayoría de los científicos del presente siglo [XX]- renuentes a aceptarlo. A este último grupo perteneció Faraday, demostrando que, en algunos casos, el movimiento de la mesa en una sesión espiritista era consecuencia de la contracción muscular de las manos de los asistentes; a partir de aquí, dejó de interesarse en este asunto".


(Para profundizar en el tema: PIERRE THUILLIER, "La trastienda del sabio", Fontalba, Barcelona, 1983)


(Fotos: Camille Flammarion, superior; sesión de espiritismo, inferior)


El movimiento browniano...desde otro punto de vista (para jóvenes desorientados)


¿No nos recuerda nuestra vida a un movimiento browniano? ¿No es nuestro existir una sucesión de movimientos caóticos, sin un rumbo fijo? ¿No es nuestra vida un continuo avanzar y retroceder, un actuar sin saber la causa que nos mueve, sin saber realmente el fin de nuestras desordenadas acciones? ¿Tiene significado y propósito nuestra vida? ¿Sabemos qué rumbo debemos tomar, o simplemente dejamos que los impactos externos nos desplacen sin fin, azarosamente, no alcanzando jamás una meta, no llegando a ninguna parte? ¿Sobrevivimos en el coloide vital o acaso vivimos con un objetivo?

Desgraciadamente, creo que la mayoría de nosotros somos meros granos de polen en browniana agitación. La filósofa y pionera feminista británica Mary Wollstonecraft (1759 - 1797), madre de Mary Shelley (la autora de Frankenstein), escribió certeramente: " Nada contribuye más a tranquilizar la mente como un firme propósito, un punto en el que el alma pueda fijar su ojo intelectual".

En esta salvaje sociedad del consumo vivimos, salvo dignísimas excepciones, sin más objetivo que el de consumir para mejorar, supuestamente, nuestra calidad de vida, o peor aún, consumir por consumir, arrastrados por la vorágine que nos lleva (a ninguna parte). ¡Qué brutal contraste con las palabras de Francisco de Asís! Recordemos: "Yo necesito poco y ese poco lo necesito muy poco". Sabias palabras que deberían hacernos reflexionar. Sin llegar al extremo del santo, sí hemos de pensar si nuestra vida necesita un viraje, un punto de inflexión que inicie un camino diferente, firme, con un propósito que nos saque del caótico movimiento. Acaso nuestros objetivos no sean nada ambiciosos (¡qué importa!), pero darán significado a nuestra existencia.

(Foto: galeriadelsur.xoc.uam.mx/images/buendcua.gif)

lunes, 17 de noviembre de 2008

El lenguaje (poético) de la Física


El escritor Antonio Muñoz Molina, miembro de la R.A.E., aficionado a los temas científicos (una rareza para un literato, que se agradece), publica mensualmente un artículo en la revista de divulgación "Muy Interesante" (en la sección "Las dos culturas", que recomendamos). En el número de este mes de noviembre escribe Muñoz Molina sobre el LHC y los temores, injustificados en su mayor parte, que despierta, incluidos catastróficos agujeros negros caníbales ("La máquina del fin del mundo" es el significativo y sugerente título).

En dicho artículo nos dice asimismo:

"Con sus hipótesis sobre la materia oscura y las dimensiones múltiples del espacio-tiempo el lenguaje de la Física se aproxima muchas veces al de la poesía".

No es el único que piensa así (no hace falta decir que sus contenidos son mucho más prosaicos).

Si el lector tiene cierta inclinación por lo poético le sugiero que no deje de visitar "Poesía y ciencia", se sorprenderá. Asimismo recomiendo los poemas de "Planetario", del poeta y traductor sevillano Antonio Rivero Taravillo (biógrafo de Luis Cernuda).

(También puede visitarse, para las relaciones entre ciencia y literatura, el blog del escritor y geólogo Jorge Ordaz, "Obiter dicta", con una exótica y fascinante sección titulada "Geoletras"; tal vez le interese al amable lector la lectura de mi artículo en la Revista Digital de Ciencias del Club Científico Bezmiliana, "La ciencia en la literatura", en la edición de 2007)


jueves, 13 de noviembre de 2008

La ciencia en la historia


Saboreaba sosegadamente una taza de café aquella tarde estival, antes de tan importante cita. Para distraer la imaginación había adquirido en el quiosco un ejemplar de "Historia y Vida" (sugerente nombre). Me había llamado la atención su portada, en la cual se anunciaba un número especial con motivo del 40 aniversario (1968 - 2008) de la histórica revista de divulgación. La hojeaba apaciblemente, repasando el especial "40 hechos que cambiaron la historia" y pronto quedé sorprendido por el gran número de acontecimientos científicos al que se hacía referencia, considerándolos momentos clave de la historia de la humanidad. Aplaudimos con entusiasmo esta propuesta. Y es que, afortunadamente, cada vez es mayor la presencia de las noticias y reportajes sobre asuntos científicos en la prensa general y en revistas de divulgación de la historia, como la mencionada. Parece, por fin, que la Ciencia comienza a ser considerada como una parte más, esencial, de la Cultura, y no como esa extraña actividad de los (raros) científicos.

En el susodicho especial, entre esos 40 hechos que cambiaron la historia encontramos: "El arma que cambió la guerra" (sobre la pólvora, inventada en China en el siglo IX y que se expandió por el resto del mundo gracias a la ruta de la seda); "Apocalipsis medieval" (que hace referencia a la terrible epidemia de peste negra que asoló Europa a mediados del siglo XIV); "Cultura para todos" (donde se narra cómo el conocimiento y la difusión de las ideas recibieron un impulso crucial y sin precedentes gracias al invento de Gutenberg en 1440, la imprenta); "Un nuevo mundo para Europa" (sobre el descubrimiento de Cristóbal Colón en 1492, ampliando el mundo conocido, que a mediados del siglo XV se limitaba a Europa, África y Asia); "En busca de las leyes del universo" (donde se nos cuenta cómo Isaac Newton se vio obligado a refugiarse en su pueblo natal huyendo de la peste que hacía estragos en Londres en 1665, y en la tranquilidad del mundo rural fue capaz, en un par de años, de esbozar los fundamentos del cálculo infinitesimal, la naturaleza de la luz y la ley de gravitación universal); "El despegue del capitalismo" (sobre la trascendencia socioeconómica de la máquina de vapor, inventada por Newcomen y perfeccionada por el escocés James Watt medio siglo después, en 1763); "La biblia del saber universal" (sobre la Enciclopedia de Diderot y D´Alembert, publicada en París en 1772, la cual era un monumental compendio de conocimientos científicos, artísticos y técnicos); "Una nueva forma de mirar" (que narra la historia de la fotografía, desde la cámara oscura descrita por Leonardo en el siglo XV y los experimentos de Boyle con sales de plata en el XVII, hasta la Leica, la primera cámara portátil, de 1913); "El gran salto de la medicina" (sobre el estudio de las enfermedades infecciosas a mediados del siglo XIX, con el gran triunfo de la antisepsia de Lister y de la asepsia de la esterilización según el método de Pasteur); "Sincronizar el tiempo" (aquí nos es contada la historia del establecimiento de los husos horarios y de cómo en 1884 se decidió adoptar como referencia el meridiano que pasaba por el centro del Observatorio de Greenwich, Londres); "El precio del progreso" (sobre el petróleo, la fuente de energía que "ha producido cambios más rápidos y trascendentales"); "Nada es lo que parece" (sobre cómo Albert Einstein transformó nuestra visión del cosmos con la publicación de su teoría de la relatividad en 1905, demostrándonos que el tiempo no siempre pasa igual de rápido, ni los objetos miden lo mismo ni la masa es constante, lo único invariable en nuestro universo es la velocidad de la luz); "El secreto de la vida" (que hace referencia al descubrimiento, por parte de los jóvenes científicos Crick y Watson en 1953, de la estructura de doble hélice de la molécula de ADN, "el descubrimiento biológico más importante desde la teoría de Darwin"); "Un idioma de ceros y unos" (sobre la revolución iniciada en 1953 con el nuevo ordenador, el 701 EDPM de IBM, que usaba cintas magnéticas para almacenar la información y que tenía un hardware binario); "La llave de la revolución sexual" (sobre las primeras píldoras anticonceptivas, a comienzos de los años 60 del pasado siglo); y "Un momento de gloria" (que nos narra el magno acontecimiento de julio 1969, cuando Neil Armstrong, al pisar el suelo de nuestro satélite, dio aquel célebre pequeño paso para un hombre pero gigante para la humanidad ).

¡Qué bien me supo aquel café!

(En la foto de la cabecera vemos a Michael Faraday en su laboratorio, quien, por cierto, no es mencionado en el reportaje y sí debería estar, pues su contribución al estudio del electromagnetismo y de sus aplicaciones cambiaron el mundo)

martes, 11 de noviembre de 2008

Caótico movimiento (browniano)







Robert Brown (1773 - 1858), médico y botánico escocés, hizo un importante descubrimiento en 1827 cuando observaba al microscopio una suspensión de granos de polen de clarkia pulchella: éstos, lejos de permanecer quietos, se movían continuamente, al azar, cambiando su posición sin cesar en un movimiento realmente caótico.



Este movimiento es debido a los impactos de las partículas invisibles constituyentes del agua, las moléculas, con las partículas relativamente grandes que forman la suspensión (en este caso, los granos de polen).



Albert Einstein (1879 - 1955) explicó teóricamente el movimiento browniano, que así se denomina al caótico fenómeno, en 1905 y el francés Jean Perrin (1870 - 1942) llevó a cabo posteriormente las experiencias definitivas. La teoría cinética de la materia tenía entonces una importantísima prueba experimental a su favor; y ello poco después del suicidio de Boltzmann.



Para profundizar en el movimiento browniano hay un excelente trabajo en: http://omega.ilce.edu.mx:3000/sites/ciencia/volumen1/ciencia2/13/htm/



Para saber más sobre Boltzmann puede consultarse mi artículo en la Revista Digital de Ciencias del Club Científico Bezmiliana (edición de 2007): "Una misteriosa ecuación en el cementerio".

Tres telescopios con historia







Continuando con el asunto de los telescopios, traemos a este blog las fotos de tres de ellos, reflectores, con mucha historia: el de Isaac Newton (1643 -1727), inventor del telescopio de reflexión, el que William Herschel (1738 - 1822), descubridor del planeta Urano en 1781 y pionero en la construcción de telescopios de gran tamaño, diseñó para el Observatorio Astronómico de Madrid (fundado por iniciativa de Carlos III a sugerencia de Jorge Juan y ubicado en una pequeña colina junto al actual Parque del Retiro) y el de William Parsons (1800 - 1867), conde de Rosse, parlamentario aficionado a las ciencias y a la astronomía. El noble irlandés (quien durante la tristemente célebre hambruna de 1845, que castigó cruelmente a su, entonces, pobre país, se negó a cobrar los alquileres a los campesinos que labraban sus tierras para mitigar su sufrimiento) logró construir en 1848 el Leviatán, un telescopio de reflexión de 184 cm de diámetro, con un tubo de 8 metros de largo, el mayor telescopio reflector metálico del mundo, con el que se hicieron importantes descubrimientos (como, por ejemplo, la forma espiral de la Galaxia del Remolino o M51). Otra curiosidad: el gigantesco telescopio Leviatán es mencionado por Julio Verne en "De la Tierra a la Luna" (1865).



Procedencia de las fotos: Newton (www.um.es/docencia/pherrero/); Herschel (www.fomento.es/); Leviatán de Parsons (http://mizar.blogalia.com/).



Para saber más: "Historia del telescopio", Isaac Asimov, Alianza Editorial, 1986.



(Foto superior: telescopio de Newton; foto intermedia; telescopio de Herschel para el O.A.M; foto inferior: telescopio "Leviatán" de Parsons).

sábado, 8 de noviembre de 2008

Galileo y el telescopio




No está del todo clara la autoría de la invención del telescopio. Según nos cuenta Arthur Koestler en su biografía de Kepler (Biblioteca Salvat de Grandes Biografías, Barcelona, 1985), el 2 de octubre de 1608, el fabricante de lentes holandés (de Middleburg) Lippershey solicitó al gobierno de su país una licencia por treinta años para manufacturar telescopios con lentes simples y dobles. Parece ser que durante el siguiente mes vendió varios de sus catalejos, pero no le fue concedida la licencia en exclusiva debido a que en el intervalo otros dos hombres habían presentado el mismo invento.


No obstante, recientes investigaciones llevadas a cabo por Nick Pelling, atribuyen la autoría del invento a un español, el catalán Juan Roget en 1590. El catalejo de nuestro compatriota habría sido copiado por Zacharias Janssen, quien intentó patentarlo el 17 de octubre. Éste y Jacob Metius, que intentó patentarlo el día 14, serían los dos hombres a los que se refería Koestler. El informático Nick Pelling defiende su tesis apoyándose en las pesquisas de José María Simón de Guilleuma (1886 - 1965), quien no llegaría a concluir su investigación.


En 1609 varios telescopios holandeses llegaron a Italia y fueron copiados. Galileo, que había tenido noticias del invento, decidió construir un instrumento similar, para lo cual se vio obligado a estudiar profusamente la teoría de la refracción. Lo cierto es que, dadas su habilidad y capacidad intelectual, Galileo perfeccionó notablemente el catalejo, convirtiéndolo en un verdadero telescopio refractor capaz de escrutar los cielos como nunca se había hecho antes (¡ay, Tycho Brahe, si hubieras vivido un poco más para poder usar el telescopio en tus observaciones astronómicas!).


Cuenta Koestler que Galileo, tras sucesivas mejoras de su telescopio, comenzó a apuntarlo hacia la Luna y las estrellas (que anteriormente no le habían atraído demasiado). Según palabras del propio sabio pisano, logró construir un instrumento tan superior que los objetos vistos a través de él aparecían aumentados casi un millar de veces, y parecían estar más de treinta veces más cerca que vistos simplemente con los ojos (como hizo Brahe). Afirmaba esto Galileo en Sidereus Nuncius ("El mensajero sideral"), publicado en Venecia en marzo de 1610. Fue esta la primera obra científica de Galileo, en la que no sólo describía su telescopio y los descubrimientos efectuados con él, sino que el libro, como indica Koestler, estaba escrito en un estilo nuevo, claro y conciso que ningún erudito había empleado antes (se vislumbra ya aquí al gran Galileo, el que sería considerado padre de la nueva ciencia, basada en el método experimental). Con su telescopio observó la Luna (con sus "mares" de polvo, cráteres y cadenas montañosas), el Sol (con sus zonas oscuras o manchas) y los planetas. De gran trascendencia es el descubrimiento de cuatro lunas de Júpiter el 7 de enero de 1610, satélites que giraban alrededor del más gigante de los planetas exteriores. Pruebas evidentes a favor de la teoría heliocéntrica de Copérnico (aunque a la sazón no tan evidentes para muchos, ¡pobre Galileo!).

jueves, 6 de noviembre de 2008

Viajando por el cosmos con Carl Sagan









Hemos añadido a este modesto blog enlaces a vídeos científicos (y a otros que no lo son, por ejemplo, algunos musicales para que el visitante pueda disfrutarlos si lo desea, y varios del filósofo Gustavo Bueno para el debate y la reflexión).




Entre los vídeos científicos he querido incluir los de la añorada serie televisiva Cosmos, del también inolvidable Carl Sagan (1934 - 1996), astrónomo y divulgador norteamericano. La serie está presentada por el propio Sagan y escrita con su última esposa, la científica Ann Druyan (cuántos hombres de ciencia han estado apoyados fielmente por mujeres; recuerdo aquí a Caroline, hermana del gran astrónomo William Herschel).




Obras de Sagan son también: Contacto (1985), Un punto azul pálido (1994), El mundo y sus demonios (1997) y La diversidad de la ciencia (2006), entre otras.




Gocemos con este magnífico regalo del amable astrónomo de Brooklyn. Gracias.

lunes, 3 de noviembre de 2008

Laboratorio iatroquímico


Podemos considerar a la iatroquímica, o química médica, como una rama heterodoxa de la alquimia, fundada por Paracelso (1493 - 1541), que, no obstante, pronto se separaría completamente de ella y a lo largo del siglo XVII jugó un papel esencial en el nacimiento de la química moderna. En España, es justo que destaquemos a Félix Palacios y Bayá, traductor de Lemery y autor de la célebre "Palestra pharmaceutica chymico-galenica" (1706). En la foto se muestra un laboratorio iatroquímico (fuente: www.mde.es/).

Para leer mi artículo "La Química a la palestra. Una aproximación a los orígenes de la ciencia química en España", en El rincón de la ciencia, pínchese aquí.

viernes, 31 de octubre de 2008

La divina imperfección (sobre materia y antimateria)


El profesor don Manuel Lozano Leyva, catedrático de Física Atómica y Nuclear en la Universidad de Sevilla, nos tiene acostumbrados a excelentes artículos en su columna semanal (cada jueves, el día de Júpiter) del diario Público, "El electrón libre". No es por eso una sorpresa su magnífico artículo (espectacular me atrevería a decir si se me permite la expresión) del pasado jueves, 30 de octubre, titulado "Ni Dios es perfecto". En él, al hilo del Nobel de Física de 2008 concedido a Nambu, Kobayashi y Maskawa, Lozano Leyva nos explica magistralmente en pocas palabras el "milagro" de la formación de nuestro universo, que, paradójicamente, fue posible por una "divina imperfección" o "error del Creador" (no se interprete literalmente). Incluimos en este blog, dado su gran interés, el fragmento central del artículo:

" Cuando se generó el universo (o lo creó Dios, que también así se denomina al magno acontecimiento), se produjeron tres cosas: radiación, espacio y tiempo. El espacio se fue ensanchando portentosamente y el tiempo empezó a transcurrir hasta hoy: han pasado 13.700 millones de años. Lo que ocurrió con la radiación es mucho más interesante y complejo. Fue cuajando en materia en forma de partículas, pero este proceso siempre va acompañado de la creación de antipartículas. las partículas y las antipartículas se aniquilan entre sí en cuanto se ponen en contacto y se transforman de nuevo en radiación. Un objeto cualquiera, por ejemplo este periódico o el propio lector, serían absolutamente indistinguibles de otros hechos de antimateria. Así pues, nuestro universo bien podría estar formado por la mitad de galaxias de materia y la mitad de antimateria. Eso sí, sin contacto alguno entre ellas porque se desintegrarían espectacularmente. Pero resulta que no, que los telescopios de todo tipo muestran algo que, además, corroboran las leyes de la física y los resultados experimentales en los aceleradores de partículas: nuestro universo es de materia, tiene muy poca antimateria y la radiación aún está en la proporción de mil millones a uno, respecto a la materia. Conclusión: tras el Big Bang, una ligera imperfección del proceso permitió que, de mil millones de aniquilaciones entre partículas y antipartículas, sobreviviera una de aquellas y ninguna de estas. Y por eso tenemos un espléndido universo hecho de luz, acogedora materia oscura y preciosas galaxias, y no una triste zona de radiación cada vez más invisible y fría. Así pues, demos gracias a que la generación del mundo se llevó a cabo de manera sutilmente imperfecta".

El artículo completo puede leerse en el blog de ciencias del diario Público.

Pitágoras y las habas




El matemático y escritor Carlo Frabetti nos cuenta en su delicioso librito Melosetodo de la ciencia, ilustrado por Nivio López (Santillana, Madrid, 1996), dirigido a los más jóvenes, la curiosa muerte de un no menos curioso personaje: Pitágoras (nacido en la isla griega de Samos hacia el año 570 a.C. y no sólo célebre por su famoso teorema).


Pitágoras, para quien todos los fenómenos de la naturaleza se basaban en los números y sus relaciones, parece ser que odiaba las habas. Se cuenta (posiblemente un capítulo más de la "mitología científica") que murió hacia el año 497 a.C. al dejarse alcanzar y matar por sus enemigos, pues se topó con un campo de habas que se negó a cruzar.

Bonita zeolita, ¿no?


Club científico

El Club Científico Bezmiliana es un ejemplo de buen hacer en lo que respecta a la divulgación de la ciencia en nuestra sociedad (que los políticos, de manera pedante, llaman hoy del conocimiento), particularmente entre los jóvenes. Allí encontraremos multitud de referencias, noticias científicas, recursos didácticos y enlaces de interés (gracias por vuestro tesón y acierto).
En la Revista Digital del club ( www.ciencias.ies-bezmiliana.org/revista/ ) podrá encontrar el lector algunos de mis artículos, que tal vez le interesen: "Una misteriosa ecuación en el cementerio" (sobre Boltzmann), "La ciencia en la literatura", "Matemática ficción en internet" y "Científicos andaluces (Una aproximación histórica)". También hallará allí "Michael Faraday, fundador del electromagnetismo", en dos partes y a la espera de una próxima y última tercera, del catedrático Fernando Rivero Garrayo (1925 - 2005), especialista en historia de la ciencia (mi padre y mentor).
Amigos del Club: ¡Seguid adelante!

miércoles, 29 de octubre de 2008

Más esfuerzo... (de los profesores)



¿Qué viene sucediendo en el mundo de la educación en general, y de la enseñanza de las ciencias en particular, que cada vez los profesores están mejor preparados, dedican más tiempo y esfuerzos, utilizan mayor diversidad de recursos y, sin embargo, el rendimiento de los alumnos es cada vez más bajo (salvo excepciones)? ¿Acaso el paradigma pedagógico en el que se sustenta el sistema educativo está caduco y es preciso reformarlo o incluso sustituirlo por otro nuevo? ¿Es preciso tal vez transformar profundamente la sociedad actual, de consumo desmesurado, en la que se bombardea al ciudadano (especialmente al joven) desde los medios de comunicación, aprovechándose de su falta de formación y de espíritu crítico, con mensajes que lo único que pretenden es precisamente que éste caiga en las redes del consumo y de "la vida fácil" y sin compromiso?


Ciertamente una cosa sí parececlara: en este asunto de la educación se ha ganado la batalla de la cantidad (con la extensión de la escolarización obligatoria) pero aún se está muy lejos de ganar la batalla de la calidad.

domingo, 26 de octubre de 2008

Cita con Pasteur


Desde muy joven me sentí poderosamente atraido por la figura de Louis Pasteur (1822 - 1895). Incluyo aquí dos pequeñas citas del químico y microbiólogo francés y dejo para otro momento de mayor reposo una ansiada cita con mi admirado sabio, en la que trataré algunos aspectos de su biografía y de su prolífica labor científica.

Las citas las he tomado del libro Diccionario de citas científicas (La cosecha de una mirada serena), de Alan L. Mackay (ediciones De la Torre, CSIC, Madrid, 1992):

" En el campo de la observación, el azar sólo favorece a los espíritus preparados".

"La ciencia no tiene patria".

Los científicos sí, añadiríamos. El mayor orgullo para un país es el de contar con célebres personajes que han contribuido al progreso de su patria y de la humanidad. Los científicos, entre ellos, investigan y descubren para el progreso de todos. En el momento de publicar los resultados de su arduo trabajo lo hacen para el beneficio, intelectual y material, de toda la humanidad y, al mismo tiempo, engrandece a su patria. Un país que no da insignes hombres y mujeres de ciencia es un país mezquino.

viernes, 24 de octubre de 2008

"¡Y yo que me creía físico!" (Rutherford)


El gran físico británico (de origen neozelandés) Ernest Rutherford (1871 - 1937), discípulo en Cambridge de J. J. Thomson, estudió la radiactividad (afirmando que ciertos átomos pueden transmutarse espontáneamente en otros con pérdida de partículas alfa o beta; proceso muy diferente al soñado por los antiguos alquimistas que emprendieron el camino erróneo) y propuso un modelo de la estructura del átomo muy sencillo y que todos hemos estudiado en los libros de Física y Química: el modelo nuclear del átomo, donde este es una especie de sistema planetario submicroscópico, con un núcleo central muy pequeño en el que se concentra casi toda la masa y unos "microplanetas" veloces que girarían a su alrededor (1911).

Rutherford pensaba, como otros físicos acaso demasiado radicales siguen haciéndolo hoy, que la única verdadera ciencia era la física y todo lo demás "colecciones de sellos". Curiosamente, el científico neozelandés fue galardonado en 1908 con el premio Nobel de Química por sus investigaciones sobre la desintegración de los átomos. El bueno de Rutherford, al conocer la noticia, exclamó: "Y yo que me creía físico!". No le faltaba razón a nuestro personaje, si bien debemos considerar que su modelo de 1911 sí ha sido de gran utilidad para los químicos, al menos como punto de partida para una mejor comprensión de las entrañas de la materia. Gracias, Rutherford.

martes, 21 de octubre de 2008

"Elementos españoles"


No son muchos los que conocen que en la Tabla Periódica de los elementos químicos hay tres que fueron descubiertos por científicos españoles: platino (Pt), volframio (W) y vanadio (V). Sus descubridores fueron Antonio de Ulloa, los hermanos Fausto y Juan José Elhuyar, y Andrés del Río, respectivamente.

El sevillano Ulloa (en la foto), marino y científico, participó en la expedición hispanofrancesa al Ecuador en 1735 con el objetivo principal de hacer importantes mediciones geográficas. En Perú descubrió un nuevo metal, que llamó platina del Pinto (haciendo alusión a la semejanza de aspecto del metal con la plata y al hecho de haberlo hallado en el río Pinto).

Por su parte, los hermanos Elhuyar aislan en 1783 a partir del mineral wolfram un botón metálico (primero obtienen el ácido que reducen con carbón), correspondiente a un nuevo elemento: el volframio.

Andrés Manuel del Río se trasladó a Méjico en 1794 para ejercer como profesor de la Escuela de Minas de aquel lugar. En 1801 del Río descubrió el vanadio analizando un "plomo pardo de Zimapán". Inicialmente lo llamó pancromio y, posteriormente, eritronio, debido al color rojo de sus sales; sin embargo, por influencia de otros químicos, se apoderó de él la desconfianza y durante algún tiempo creyó que en realidad era cromo. Así el sueco Sefstroem, analizando un mineral de hierro en 1831 (re)descubrió el eritronio, al que llamó vanadio. Woehler fue quien comprobó que el "plomo pardo de Zimapán" no contenía cromo, sino vanadio.

En posteriores entregas dedicaremos algunas líneas a profundizar en nuestros protagonistas y los elementos por ellos descubiertos.