domingo, 3 de diciembre de 2017

La importancia de las relaciones cuantitativas en Física

[ROBERT A. MILLIKAN (1868 -1953) fue un físico experimental estadounidense que fue capaz de determinar la carga del electrón en su célebre experimento de la gota de aceite]

"El propósito de esta obra es el de presentar la evidencia de la estructura atómica de la electricidad, el de describir algunas de las propiedades importantes más significativas de la unidad elemental eléctrica, el electrón, y el de discutir el alcance de sus propiedades sobre los dos problemas más importantes de la Física moderna: el de la estructura del átomo y el de la naturaleza de la radiación electromagnética. En esta exposición no evitaré la discusión de los experimentos cuantitativos exactos, pues sólo sobre esa base, como afirmó Pitágoras hace más de dos mil años, es posible un verdadero tratamiento científico de los fenómenos físicos. En realidad, desde el punto de vista de este antiguo filósofo, el problema de toda filosofía natural es el de alejar los conceptos cualitativos reemplazándolos por relaciones cuantitativas. Y sobre este punto de vista han insistido todos los que supieron prever a través de toda la historia de la Física hasta el momento actual."


[De la Introducción de la obra Electrones (+ y -), protones, fotones, neutrones y rayos cósmicos (Espasa-Calpe, Buenos Aires, 1944), de Robert A. Millikan


[Aparato para el experimento de la gota de aceite de Millikan. 
Procedencia de la imagen aquí].

[Experimento de Millikan para la determinación de la carga del electrón.
 Imagen procedente de http://fisicap4.org/fisica/moderna/mill.html]

lunes, 30 de octubre de 2017

El ácido de las hormigas


[Molécula de ÁCIDO FÓRMICO]

El ácido metanoico es el ácido carboxílico (orgánico) más sencillo, pues tan solo tiene un átomo de carbono  (de ahí el prefijo met-). Su fórmula semidesarrollada es HCOOH. Es un líquido incoloro de olor picante. Su densidad es algo mayor que la del agua (1,2 g/cm3) y sus temperaturas de fusión y de  ebullición tampoco difieren mucho de las del líquido de la vida (8 ºC y 101ºC, respectivamente). Además es soluble en agua. Como su propio nombre indica tiene carácter ácido y, a pesar de ser un ácido orgánico, es relativamente fuerte (el ácido metanoico, H-COOH, es más fuerte que el ácido etanoico o acético, que tiene un átomo de C más al tener un grupo metilo unido al C=O: CH3COOH). Tiene importantes aplicaciones, como es su uso en el depilado y curtido de pieles. Es empleado asimismo en numerosas reacciones orgánicas de interés, como la elaboración del ácido oxálico (el más sencillo de los ácidos dicarboxílicos: COOH-COOH).


[Los ácidos carboxílicos sencillos tienen un pKa comprendido entre 4 y 5 dependiendo de la longitud de la cadena carbonada. Un ácido es más fuerte cuanto menor es su pKa. Es lo que ocurre con el ácido metanoico o fórmico, de un solo átomo de C, que es el de menor pKa de la serie y, por tanto, el más fuerte. El ácido fórmico (en la imagen; HCOOH) tiene un pKa de 3,75, mientras que el ácido etanoico o acético (CH3COOH) -el del vinagre- tiene un pKa de 4,76, es decir, es más débil. Los ácidos propanoico y butanoico tienen valores de pKa algo superiores. La presencia en la cadena carbonada del ácido carboxílico de elementos más electronegativos (como algún halógeno) aumenta de forma importante la acidez del compuesto (disminuye su pKa)]



Pero algo muy a tener en cuenta del ácido metanoico (HCOOH) es su toxicidad. Además de los serios problemas que puede provocar su ingesta (dolores de garganta y abdominales, diarrea, vómitos...) o su inhalación (sensación de quemazón, tos, dificultad respiratoria...) hay que evitar el contacto con la piel (puede ocasionar enrojecimiento, dolor e incluso quemaduras graves) y, por supuesto, con los ojos.

Las propiedades ponzoñosas de este ácido orgánico relativamente fuerte, el metanoico, son empleadas en el mundo animal y vegetal como mecanismo de defensa o incluso ataque. Está en las hormigas, las orugas procesionarias y las ortigas. Precisamente de las hormigas le viene su otro nombre, pues el ácido metanoico es también conocido como ácido fórmico (del latín formica, hormiga). Las hormigas son insectos sociales que pertenecen a la familia denominada Formicidae (formícidos) y lo utilizan como autodefensa.

El ácido fórmico fue aislado por primera vez a partir de las hormigas. Fue el naturalista inglés John Ray o Wray (1627 - 1705) quien en 1671 aisló dicho ácido orgánico por destilación partiendo de un gran número de hormigas rojas machacadas. John Ray es considerado el padre de la Zoología y la Botánica en Gran Bretaña y uno de los antecesores de Linneo en la clasificación de los seres vivos o Taxonomía. Su obra científica es muy extensa, incluso se publicaron póstumamente algunos de sus trabajos, como una Historia de los insectos en 1705 (Method and history of insects).



La primera síntesis de laboratorio del ácido fórmico fue realizada en 1831 por el químico francés Pelouze, quien  utilizó ácido cianhídrico (HCN). Pelouze fue ayudante de Gay-Lussac y llegaron a ser buenos amigos y colegas. Posteriormente (en 1855 -56) el también químico francés Marcellin Berthelot sintetizó el ácido fórmico partiendo de monóxido de carbono (CO). El monóxido de carbono (CO) se hace reaccionar con hidróxido de sodio (NaOH) para formar formiato sódico (HCOONa):

NaOH + CO → HCOONa


El ácido fórmico se obtiene finalmente al hacer reaccionar el formiato de sodio obtenido con un ácido como el sulfúrico (H2SO4). Así es como se obtiene industrialmente hoy en día el ácido fórmico o metanoico: se hace reaccionar hidróxido de sodio en polvo y monóxido de carbono (gas) a 6 - 8 atm de presión y 120 - 130 ºC de temperatura (con rendimiento cuantitativo); el formiato de sodio así formado se hace reaccionar con ácido sulfúrico anhidro y finalmente se procede a una destilación a vacío, siendo el resultado un ácido fórmico prácticamente puro.

Hay también otros procedimientos de laboratorio para sintetizar el ácido fórmico, como: por oxidación del metanol o del formaldehído; o por hidrólisis de cloroformo (CHCl3) con potasa alcohólica.

Y no podemos concluir esta breve introducción al ácido de las hormigas, el ácido fórmico, sin mencionar dos curiosidades realmente llamativas e importantes. La primera de ellas es que este ácido carboxílico, el más sencillo de todos los ácidos orgánicos (pues solo tiene un átomo de C), fue hallado en la cola del cometa Hale-Bopp y se ha detectado en numerosas nubes interestelares. La segunda, no menos sorprendente, es que el ácido metanoico o fórmico está presente en la troposfera (la capa de nuestra atmósfera en contacto con  la superficie terrestre y donde ocurren los fenómenos meteorológicos que nos afectan) y es responsable en parte de la lluvia ácida (particularmente en regiones forestales boreales y tropicales).


sábado, 21 de octubre de 2017

Las mejores citas (matemáticas)

La School of Mathematics and Statistics de la escocesa Universidad de St. Andrews tiene una excelente web sobre historia de las matemáticas que incluye, entre otros aspectos, biografías, curvas famosas, matemáticos del día (por ejemplo, vemos que tal día como hoy de 1914 nació el gran divulgador científico Martin Gardner) o un índice cronológico. Y una estupenda selección de citas de célebres matemáticos y físicos (en inglés).


Valga como muestra esta cita del inolvidable filósofo y matemático británico Bertrand Russell:

"Ordinary language is totally unsuited for expressing what physics really asserts, since the words of everyday life are not sufficiently abstract. Only mathematics and mathematical logic can say as little as the physicist means to say".The Scientific Outlook, 1931.

Que podemos traducir como:

"El lenguaje ordinario es totalmente inadecuado para expresar lo que la física realmente afirma, ya que las palabras de la vida cotidiana no son lo suficientemente abstractas. Solo las matemáticas y la lógica matemática pueden expresar justo lo que el físico quiere decir".

[BERTRAND RUSSELL en 1939]


Animo al lector a indagar en la magnífica web de historia de las matemáticas de la Universidad de St. Andrews.

martes, 19 de septiembre de 2017

Luz y Universo

Luz y Universo es el título de la conferencia de Alberto Casas González, profesor de investigación del CSIC especializado en física teórica y cosmología, que traigo hoy a El devenir de la ciencia. El físico parte en su interesante exposición de dos teorías esenciales y un hito trascendental: la teoría electromagnética de la luz de Maxwell (1865), la teoría de la Relatividad General de Einstein (1915) y el descubrimiento de la radiación cósmica de fondo por Penzias y Wilson (1965).

Y, claro, entra de lleno en la materia y la energía oscuras, temas de candente investigación. Conferencia muy recomendable (disfrútela a partir del minuto 11).



[MAXWELL y sus célebres ecuaciones.
Procedencia de la imagen aquí]

[EINSTEIN en 1921]

[WILSON (izquierda) y PENZIAS tras recibir el premio Nobel en 1978.
Procedencia de la imagen aquí]

lunes, 17 de julio de 2017

Una pila de conocimientos

[A. VOLTA presentando su pila a Napoleón]


A finales de 1801 Alessandro Volta, el gran científico lombardo, acude al Instituto de Francia para mostrar su pila eléctrica y realizar diversas experiencias con ella ante los académicos franceses. A alguna de estas sesiones científicas asiste el mismísimo Napoleón. El Primer Cónsul de Francia queda admirado con lo que le muestra el físico de Como. 

En sus Notas biográficas el matemático, físico y astrónomo François Arago escribió :


"Esta pila [de Volta] de tantas parejas de metales diferentes separados por un poco de líquido es, por la singularidad de los efectos, el instrumento más maravilloso que el hombre nunca ha inventado, sin exceptuar el telescopio y la máquina de vapor".


Ilustrativo. Recordemos que Arago jugó un papel (aunque poco divulgado) muy importante en el origen de las investigaciones electromagnéticas, cuyos experimentos sirvieron para que otros obtuvieran las explicaciones teóricas pertinentes. Su disco de cobre ("disco de Arago"), en el que observa el magnetismo de rotación, fue precursor del de Faraday, descubridor de la inducción electromagnética  (1831).

Con anterioridad a su presentación en París, Volta había mandado una carta a la Royal Society londinense (1800) con información de su pila eléctrica, generándose una controversia respecto al origen de la fuerza electromotriz de la pila.

Hay que tener en cuenta la rivalidad, también científica, entre las dos grandes potencias europeas. Durante las últimas décadas del siglo XVIII y buena parte del XIX la hegemonía científica la ostenta Francia pues Inglaterra (pese a ciertos nombres de gran relieve, como Davy o Dalton, entre otros) ha entrado en cierta decadencia, como denunció Charles Babbage ("padre de la informática"). Y ello debido al apoyo estatal que se dio en Francia a la formación y la investigación científicas, particularmente en tiempos de Napoleón. Este, con criterios utilitarios, actuó de mecenas científico y en educación pública puso en marcha un plan regido por los principios de uniformidad y autoridad centralizada y claramente jerarquizada, al más puro estilo militar. Las Escuelas Normal y Politécnica, que habían nacido en el periodo revolucionario, llegaron a ser instituciones fundamentales para la formación de futuros científicos y técnicos civiles y militares. París era el centro neurálgico del mundo científico (por tal motivo Alexander von Humboldt decidió establecerse en la capital de Francia tras su regreso del continente americano, quien, dicho sea de paso, fue partidario de la tesis de Galvani sobre la supuesta electricidad animal, mientras que Coulomb defendió las ideas de Volta, centradas en los metales).

Como se ha  dicho Napoleón quedó impresionado con las experiencias de Volta y nombró una comisión, formada por sabios como Laplace, Coulomb, Monge, Fourcroy, Biot y otras celebridades, la cual propuso otorgar la medalla en oro del Instituto de Francia al ciudadano Volta, por su gran contribución en el campo de la electricidad y como prueba de reconocimiento por haberlo comunicado.

Poco después comenzaría a desarrollarse la electroquímica y la investigación en electrodinámica y electromagnetismo, que alcanzará su momento álgido con el descubrimiento de la inducción electromagnética por parte de Faraday.


Más en EL DEVENIR DE LA CIENCIA sobre VOLTA y la PILA: aquí.


jueves, 1 de junio de 2017

Marie Curie, siempre viva

"Si nuestro descubrimiento tiene aplicación comercial, es algo de lo que no debemos sacar provecho. Si el radio va a usarse en el tratamiento de ciertas enfermedades, me parece inadmisible beneficiarnos de ello".

[MARIE CURIE, sobre la patente del radio. Cita incluida en Diccionario de citas científicas (La cosecha de una mirada serena); ALAN L. MACKAY; CSIC - Ediciones de la Torre, Madrid, 1992]



Gracias al esfuerzo de divulgadores y divulgadoras, el papel desempeñado por las mujeres (superando todo tipo de trabas, envidias y prejuicios) en la historia de la ciencia se ha hecho visible y nos hemos sorprendido con las vicisitudes que han pasado muchas de ellas, por el hecho de ser mujeres (vistas a veces como intrusas por sus compañeros de laboratorio o universidad), y con el número, nada desdeñable, que han protagonizado descubrimientos y avances científicos. Pero si preguntamos a nuestros estudiantes por el nombre de mujeres científicas, sin duda la más mencionada será la inolvidable polaca Marie Curie.

José Manuel Sánchez Ron ha dicho de Marie Curie (1867 -1934) que no es solo uno de los personajes más célebres de la historia de la ciencia sino que "su figura, su personalidad, está rodeada de un aura en el que se conjugan en una extraña e irresistible mezcla, drama, ascetismo, abnegación, perseverancia, excelencia y romanticismo". Es una heroína de la ciencia. No, es más, es un ejemplo para la humanidad.

Tras morir su marido, el físico francés Pierre Curie (descubridor de la piezoelectricidad), en 1906 Marie heredó su cátedra en la universidad parisina de La Sorbona, convirtiéndose así en la primera mujer en Francia en ocupar una cátedra universitaria. Además, fue galardonada con dos premios Nobel, uno de Física (1903) y el otro de Química (1911).

Marie Curie estudió tenazmente y en condiciones difíciles la radiactividad  y descubrió dos elementos químicos: el polonio y el radio. Mañana, 2 de junio,  se estrena la película Marie Curie.


Añado una conferencia de José Manuel Sánchez Ron y un interesante documental:







jueves, 4 de mayo de 2017

Despropósitos de Buffon

 [Georges Louis Leclerc, conde de Buffon (1707 - 1788). Procedencia de la imagen aquí]


El francés conde de Buffon fue uno de los naturalistas más destacables del siglo XVIII, particularmente en botánica. Con la colaboración de otros científicos escribió una monumental Historia Natural, general y particular en 44 tomos (publicándose los primeros en 1749). La obra alcanzó gran popularidad debido a su estilo eficaz y divulgativo, aunque también recibió críticas de pensadores de la talla de Voltaire o d'Alembert, entre otros. 

Pero los grandes hombres y mujeres de ciencia también dicen a veces disparates (los errores o las hipótesis equivocadas son otra cosa) propios de la  ignorancia, los prejuicios o, simplemente, la prepotencia. Y Buffon, gran naturalista, es uno de ellos. Leemos en el delicioso libro de Andrea Wulf, La invención de la Naturaleza (El Nuevo Mundo de Alexander von Humboldt), que Buffon tenía una idea muy equivocada de la naturaleza americana, basada en prejuicios sobre el Nuevo Mundo más que en hechos observados, algo que es un verdadero despropósito para un científico. Dice Wulf que el conde de Buffon había difundido la idea de la inferioridad del Nuevo Mundo respecto al Viejo a través de su popular obra. Sí, para el naturalista francés las plantas, los animales (ausencia de grandes mamíferos) y las personas del continente americano eran más pequeños y débiles. 

Afortunadamente un naturalista viajero como Humboldt, que había recorrido Sudamérica tomando buena nota de multitud de observaciones, tenía argumentos sobrados para rebatir al francés. Humboldt demostró al mundo que Buffon estaba equivocado respecto al continente americano, cuya naturaleza jamás había visto el naturalista del Jardin du Roi. Humboldt además enseñó a los europeos que los indígenas americanos no eran pequeños y débiles y que en el Nuevo Mundo habían existido civilizaciones importantes que levantaron palacios y templos, con conocimientos en astronomía y matemáticas y con lenguas ricas y complejas. Dio Humboldt, quien estuvo muy próximo a la cima del colosal volcán Chimborazo, una lección a los prepotentes europeos mostrando las riquezas naturales y culturales del Nuevo Mundo, aquellas que había visto con sus propios ojos. Un continente magnífico y diverso.

[Chimborazo. Procedencia de la imagen aquí]

sábado, 22 de abril de 2017

Tierra, libros e historias con Runrig

[El legendario grupo de folk rock escocés RUNRIG, en activo desde 1973, con una trayectoria de más de 40 años repleta de inolvidables temas en inglés y gaélico escocés]

En El devenir de la ciencia celebramos el Día de la Tierra (hoy, 22 de abril) y el Día del Libro (mañana) con la música de ese magnífico grupo escocés que es Runrig. Que ustedes lo disfruten.






lunes, 10 de abril de 2017

La ciencia en la literatura

Leemos con interés la cita de García Lorca en la página web del Club Científico Bezmiliana bajo el epígrafe “Ciencia y poesía” (en la sección “Arte y Ciencia”). A muchos habrá sorprendido tal relación. Ciertamente pocas cosas parecen tan opuestas como la ciencia y la poesía, sin embargo no son pocos los poemas en los que aparecen conceptos científicos o, al menos, en los que se hace referencia, aunque sea tangencialmente o metafóricamente, a términos científicos. Pablo Neruda, Vicente Aleixandre, Jorge Luis Borges, Gustavo Adolfo Bécquer y un largo etcétera de excelentes poetas han incluido referencias científicas en su obra(1).

    Destacamos entre ellos a Gabriel Celaya (1911-1991), ingeniero de profesión. Su interés por los avances científicos (a veces vertiginosos) se ve reflejado en su producción poética. Celaya escribió una serie de poemas inspirados en los descubrimientos de nuevas partículas elementales (Itinerario poético, ediciones Cátedra, Madrid, 1975). Como muestra he aquí los primeros versos de su poema Beta-1: “Un acelerador de partículas lanzadas / a millones de años-luz: un poema”.

    Más abundantes son las referencias científicas en la prosa literaria. De hecho, hay un género, la ciencia ficción (con el inolvidable escritor y divulgador Isaac Asimov a la cabeza), estrechamente relacionado con la ciencia (abundantemente se ha escrito al respecto y no insistiremos en este artículo). Trataremos aquí brevemente de algunos escritores, a modo de ejemplos, cuyas obras consideramos de gran interés para el tema que nos ocupa: Goethe, Mary Shelley, Verne, Baroja y Levi (muchos otros podrían citarse).


[GOETHE. Procedencia de la imagen aquí]

    Johann Wolfgang Goethe (1749-1832), precursor del romanticismo alemán, no es sólo una de las más relevantes figuras de la literatura universal sino que se interesó por diversas disciplinas científicas como la geología, la botánica, la física o la anatomía (el mineral goethita lleva su nombre en honor del escritor alemán), aportando ideas muy originales. El autor de Fausto escribió una novela, Las afinidades electivas, inspirada en el concepto químico de “afinidad”, aplicándolo a las relaciones humanas. El concepto fue utilizado por primera vez en 1775 por el químico sueco Torbern Bergman en un tratado de química titulado Las afinidades electivas (la obra de Goethe es de 1809). El término hace referencia a la disociación de dos elementos fuertemente unidos en presencia de un tercero que ejerce sobre uno de los dos una atracción más intensa. Goethe traslada el concepto a las relaciones entre los protagonistas, constituyendo la novela una reflexión sobre el conflicto entre lo natural y lo moral, entre el deseo y la conveniencia.

    Mención especial merece Frankenstein, de Mary Godwin Shelley (1797-1851), escrito cuando la autora tan sólo contaba con diecinueve años. Una novela mucho más sustanciosa de lo que pueda pensarse en principio. Recomendamos el libro La bañera de Arquímedes (Pequeña mitología de la ciencia), de S. Ortoli y N. Witkowski (Espasa Bolsillo; Madrid, 1999), donde se dedica un capítulo a Frankenstein. Para los autores, la visión que habitualmente tenemos de la novela está bastante deformada debido fundamentalmente al cine: un relato de terror con la moraleja de que debemos desconfiar de los científicos y sus extraños descubrimientos e inventos de imprevisibles consecuencias (visión ésta  demasiado simple  de la obra que, nos dicen los autores de La bañera de Arquímedes , “no somete a juicio a la ciencia sino a la cobardía de una sociedad  que terminó derrotando a la microsociedad futurista” que Mary Godwin Shelley había intentado formar con su marido y Byron). Según Ortoli y Witkowski, el pretexto científico de la obra, un engendro producto de la aplicación de los conocimientos de la medicina, la química y la electricidad, tiene su origen en el esposo de Mary Godwin, Percy B. Shelley, muy interesado por los avances científicos de su época: lector de Erasmus Darwin, Voltaire y Diderot, entre otros; curioso seguidor de los descubrimientos de nuevos elementos por Humphrey Davy mediante electrólisis y de los trabajos desarrollados por Faraday, Oersted y Ampère, que revelaban una relación entre los fenómenos eléctricos y el aún misterioso magnetismo. Asimismo conocía el célebre experimento de Galvani (1791), quien erróneamente había atribuido a una supuesta “electricidad animal” la contracción de las ancas de rana al entrar en contacto con dos metales diferentes (como es sabido, la hipótesis de Galvani fue refutada por Volta, inventor de la pila eléctrica en 1800). La experiencia de Galvani parecía mostrar un vínculo entre la vida y la electricidad (el sueño de dar vida a un ser mediante una descarga eléctrica se hace realidad en la novela: “fui reuniendo los instrumentos para transmitirle una chispa de vida a la cosa inanimada que yacía a mis pies”, narra el protagonista).


    Lugar muy destacado en la literatura con contenido científico ocupa Julio Verne (1828-1905) (2). El novelista francés plasmó en su obra el espíritu científico-tecnológico del siglo XIX, con buenas dosis de imaginación pero con una documentación extraordinaria. La ciencia juega un papel esencial en novelas como: De la Tierra a la Luna, Alrededor de la Luna, Viaje al centro de la Tierra, etc. Para escribir La isla misteriosa, según contó a su editor, tuvo que dedicar muchas horas al estudio de la Química y visitó fábricas de productos químicos, pues pretendía que fuera “una novela química”.

    Citemos dos ejemplos más de ciencia en la literatura: el de nuestro gran novelista del 98 Pío Baroja, médico con buena formación científica y lector de obras filosóficas (Schopenhauer, Nietzsche, Kant y otros) y el del químico y escritor italiano Primo Levi, de origen judío (lo cual marcaría su destino y su producción literaria).

    La obra de Baroja (1872-1956) está salpicada de referencias científicas (aunque son más numerosas las filosóficas). Muestra de ello son sus novelas protagonizadas por el singular Silvestre Paradox (Aventuras, inventos y mixtificaciones de Silvestre Paradox y Paradox, rey, ambas muy recomendables para el lector joven) y el cuento La vida de los átomos, de fácil lectura (como es característico del escritor vasco) y fino sentido del humor. El protagonista, adormecido tras la lectura nocturna de un tratado de Química, al calor de la chimenea, imagina o sueña una danza de átomos, revoloteando vertiginosamente sobre su cabeza. Así: “¡Hache! ¡Hache!, estornudaba un señor idiota, inodoro, incoloro e insípido”, o “¡Ag…, ag…, ag…! exclamó una señora vestida de blanco, con una risa argentina”. El positivista protagonista del delicioso cuento, indignado, se pregunta: “¿Quién ha visto el átomo? ¿Quién ha pesado el átomo? ¿Por qué se atreve a decir nadie que es indivisible?”. Para él el átomo es una antigualla, una hipótesis que hay que abandonar; “tenemos que remontarnos más allá, al subátomo, si se me permite la expresión”, nos dice. 


[PRIMO LEVI. Procedencia de la imagen aquí]


    Primo Levi (1919-1987) estudió Química en Turín. Durante la Segunda Guerra Mundial fue arrestado por la milicia fascista y, dado su origen judío, fue entregado al ejército de ocupación alemán, siendo posteriormente deportado a Auschwitz, donde pasó casi un año hasta que finalmente el campo fue liberado por el ejército rojo. Levi fue uno de los pocos supervivientes del campo y sus vivencias en él quedan reflejadas en su obra literaria. El conmovedor relato autobiográfico Se questo è un uomo (Si esto es un hombre) es considerado una de las obras más importantes del siglo XX. Destacamos en este artículo su libro El Sistema Periódico, particularmente atractivo para lectores con formación en química. Con veintiún capítulos (cada uno lleva el nombre de un elemento químico: Argón, Hidrógeno, Hierro, Zinc, etc.), se narran episodios vitales del autor y se incluyen dos cuentos (Plomo y Mercurio), guardando cada uno de ellos relación con el elemento químico que da nombre al relato. Una obra ésta muy original que no nos dejará indiferentes. Nos impresionará la narración de la penosa vida en el campo de concentración, donde, más que el miedo a la muerte, el principal problema era el hambre. Lo prioritario en el campo era conseguir algo que comer. El narrador, que trabajaba para los alemanes en el laboratorio, nos cuenta cómo se las ingeniaba, utilizando sus conocimientos de química, para conseguir sustancias que pudieran aportarle algo de energía o, al menos, con las que poder saciar el hambre: ácidos grasos obtenidos por oxidación de la parafina (de sabor extremadamente desagradable), frituras de algodón hidrófilo o glicerina.

    En estas pinceladas que hemos titulado La ciencia en la literatura hemos visto cómo el conocimiento científico no es sólo cosa de sesudos hombres de ciencia, sino que muchos escritores (de los cuales aquí tan sólo se han citado algunos ejemplos), unos con sólidos conocimientos científicos y otros no tanto (algunos poco versados incluso) tienen obras relacionadas con la ciencia. Una prueba más de que el saber científico, aparte de ser de gran utilidad, forma parte de un todo que es la Cultura, entendida ésta en un sentido amplio, tal como hoy, por fin, hacemos.



Notas:

(1) Para la lectura de poemas relacionados con la ciencia consúltese en internet la página www.madrimasd.org/cienciaysociedad/poemas/ , que contiene una amplia selección.


(2) Mucho podría hablarse del gran pionero de la ciencia ficción. Sus libros no deberían faltar en ninguna biblioteca juvenil, pues estimulan extraordinariamente la imaginación y la curiosidad científica. De la Tierra a la Luna, por ejemplo, no sólo nos hará disfrutar sino que nos enriquecerá con la detallada información científica que contiene (digamos asimismo que en la novela del escritor francés se describe exhaustivamente el proceso de diseño y construcción del cohete, con todas sus etapas).



Bernardo Rivero Taravillo.
(Profesor de Física y Química)

[Este artículo fue publicado en la Revista Digital de Ciencias Bezmiliana en mayo de 2007]


P.S.:

Añado aquí unos poemas de mi hermano Antonio Rivero Taravillo, poeta y traductor, que escribió hace mucho como regalo a mi padre, amante de la ciencia y de su historia:

Planetario


MERCURIO

Te desdoblas como un Jano
en auroras y ponientes
ocultándote a las lentes
que te pretenden en vano.
Diminuto como un grano
al lado de Faetón,
soportas su gran calor
en cualquiera de tus fases,
no importa mucho que pases
más cerca o lejos del Sol.


VENUS

Estrella tú de la tarde,
estrella de la mañana,
redonda y clara manzana
asada, que quema y arde
haciendo de brillo alarde
aunque velada por nubes.
No sabemos si hay querubes
o demonios en tu suelo;
rotando estás en el cielo,
alto infierno al que te subes.



TIERRA

Con indudable ironía
la Madre Naturaleza
dispuso que en tu corteza
viviera una raza impía
a la que no importaría,
trastocando tu fortuna,
dejarte como la Luna:
baldío y árido yermo.
Para ese linaje enfermo
no hay esperanza ninguna.



MARTE

Donde acaba el anteojo
se me encara tu figura
de guerrero que en la altura
viste de bélico rojo.
Te escudriña, ansioso, el ojo
por notar tus espectrales
canales, que no son tales:
son la imagen confundida
de quien sueña con que hay vida
en tus cráteres y eriales.



JÚPITER

Oh tú, grande entre los grandes,
rostro de dios jaspeado,
a mis ojos ha llegado
la luz dorada que expandes.
De América eres los Andes,
de Asia el sagrado Himalaya,
ves desde tu alta atalaya
tu dominio, emperador.
Tu órbita es firme, señor,
tu pulso nunca desmaya.



SATURNO

Grueso balón achatado
siempre en continuo ajetreo,
girar te vio Galileo
de pulseras rodeado.
Toro trigueño enjoyado,
tus satélites novillos
—rojos, grises, amarillos—
pacen contigo en rebaño
mientras luces todo el año
tus refulgentes anillos.


URANO

Te tomaron por cometa
hace apenas dos centurias,
pero fueron sólo injurias,
pues eres recio planeta
que giras en la ruleta
de este casino solar.
Por ti resuelvo apostar,
mágico número siete,
y busco, loco, un cohete
que a ti me quiera llevar.




NEPTUNO

Verde color macilento
cubre tu esfera imprevista
que no se ve a simple vista,
reciente descubrimiento.
Para ver tu curso lento
fue necesario el acopio
de estudios, y el telescopio.
Tú circunvalas al Sol;
mientras, Nereida y Tritón
hacen contigo lo propio.




PLUTÓN

Al final del horizonte
resides casi en olvido,
cuerpo celeste aterido
sin otro que te remonte
si no es tu luna, Caronte.
Bajo un aire de metano
alienta tu cuerpo enano
aunque de muy prieta masa,
oh benjamín de la casa,
triste planeta lejano.


Publicado en RevistAtlántica de Poesía
, 31 (2007)

jueves, 2 de marzo de 2017

Borodín: ciencia y música clásica

[Busto del químico y músico ruso ALEXANDER BORODÍN (1833 - 1887)  en su tumba del cementerio de Tikhvin , anexo al monasterio de Alexander Nevsky, en San Petersburgo (próximo a este cementerio, también en el entorno del gran monasterio, está el cementerio del siglo XVIII, donde puede hacerse un interesante paseo y visitar las tumbas de los gigantes de la ciencia, Lomonósov y Euler).]


 Aunque Borodín es más conocido por su labor como compositor nacionalista ruso, realizó importantes investigaciones en química orgánica en un momento en el que la química rusa brillaba especialmente: Zinin, Bútlerov, Markóvnikov y, por supuesto, el padre de la tabla periódica, Mendeléiev, entre otros. Borodín, sin llegar al renombre de los citados, sí realizó una labor química notable. 

Borodín, hijo ilegítimo de un príncipe georgiano y de la esposa de un médico militar, recibió una exquisita educación en la que no faltaba la formación musical (diversos instrumentos y composición). Estudió en la Academia Médico-Quirúrgica de San Petersburgo, especializándose en química y doctorándose en 1858. Al año siguiente se traslada a Heidelberg para trabajar en el laboratorio de Emil Erlenmeyer, investigando los compuestos aromáticos (derivados del benceno; C6H6). Algún tiempo pasó también en Pisa, estudiando los compuestos orgánicos halogenados.

El trabajo de Alexander Borodín en química orgánica se centra principalmente en el estudio de la reactividad de los aldehídos (R-CHO) y la halogenación de compuestos orgánicos. En particular es destacable su síntesis del fluoruro de benzoilo (C6H5COF), la primera vez que un compuesto orgánico fluorado es sintetizado en el laboratorio. El experimento, publicado en 1862, muestra el primer desplazamiento nucleofílico de cloro por flúor. El químico y músico de San Petersburgo hizo reaccionar hidrogenodifluoruro de potasio (KHF2) con cloruro de benzoilo (C6H5COCl), formándose el fluoruro de benzoilo (C6H5COF).

[Síntesis del fluoruro de benzoilo. Procedencia de la imagen aquí]


Hay una reacción de halogenación que es conocida como la reacción de Hunsdiecker (1939) y que, por semejanza con la anterior del fluoruro de benzoilo, fue llamada por los soviéticos reacción de Borodín. En ella un halogenuro de alquilo (R-X) es obtenido a partir de sales de plata de ácidos carboxílicos:

[Reacción de Hunsdiecker. Procedencia de la imagen aquí]


Antes de su regreso a la Academia de Medicina y Cirugía de San Petersburgo Alexander Borodín tuvo la oportunidad y privilegio de asistir al primer congreso internacional de Química de Karlsruhe (1860), un hito en la historia de la ciencia química. Ya en su ciudad natal, alcanzó el puesto de catedrático en la mencionada Academia (1864).  Precisamente es esta la etapa en la que nuestro protagonista (que por entonces también trabaja en su primera sinfonía) investiga en las reacciones de los aldehídos, rivalizando nada menos que con el químico alemán August Kekulé, quien a la sazón también investigaba los aldehídos.

Además de lo anterior, Borodín ha sido considerado codescubridor (1872) de la reacción aldólica, compartiendo honor con Wurtz. En la reacción aldólica, de gran importancia en síntesis orgánica (por ejemplo, en la industria farmacéutica), se forman enlaces carbono -carbono, con adición  nucleofílica del enolato de una cetona a un aldehído, formándose una beta-hidroxicetona o aldol:


[Reacción aldólica. Procedencia de la imagen aquí]

Pero Borodín, trabajador incansable (el exceso de trabajo y su mala salud cardíaca acabaron con su vida súbitamente a los 53 años, después de haber sufrido varios episodios de angina, mientras asistía a un baile, falleciendo por un infarto agudo de miocardio), como profesor de la Academia de Medicina y Cirugía tuvo que realizar un buen número de análisis clínicos. Su última publicación científica hace referencia precisamente a un método para la identificación de urea (H2N-CO-NH2) en la orina (había estudiado las reacciones de las amidas). Muy interesante es el hecho de que Alexander Borodín fue pionero en el análisis de la grasa en el miocardio. Concretamente, en 1871, Borodín informó en un encuentro de la Sociedad Rusa de Química de la investigación desarrollada por Krylov, bajo su supervisión científica, sobre la degeneración grasa del miocardio. Al analizar las grasas del miocardio afectado hallaron, con sorpresa, colesterol en lugar de los esperados triglicéridos. En particular, al saponificar la grasa del músculo cardíaco en vez de encontrar glicerol como producto de la hidrólisis de los triglicéridos lo que encontraron fue colesterol. Sin embargo, en aquel momento, Borodín y Krylov no fueron conscientes de la relevancia del hallazgo desde el punto de vista de la salud cardíaca. Varias décadas después, el también ruso Nikolai Anichkov indujo aterosclerosis en arterias de conejos al alimentarlos con una dieta rica en colesterol. 


[Molécula de colesterol, C27H45OH. Procedencia de la imagen aquí]


Habría que esperar hasta comienzos del pasado siglo para que la relación entre el colesterol y la aterosclerosis fuera puesta de manifiesto claramente. El químico y médico alemán Windaus mostró en 1910 que las paredes arteriales con ateroma contenían seis veces más colesterol que las paredes sanas.

A pesar de todo ello, Alexander Borodín es muy poco conocido entre los químicos. Si bien es cierto que no es una figura comparable a sus colegas contemporáneos Bútlerov o Mendeléiev no lo es menos que nuestro protagonista desarrolló una labor científica notable y digna de ser recordada. En el ámbito musical (siempre compaginó su profesión de químico con la tarea de composición musical) es recordado sobre todo por la ópera El Príncipe Ígor (con las Danzas Polovtsianas). Perteneció Borodín al conocido como grupo de los cinco, junto con Balakirev, Cui, Mussorgsky y Rimsky-Korsakov, quienes trataron de hacer una música nacionalista basada en las melodías y danzas tradicionales rusas. Buena música de un hombre, Alexander Borodín, que dedicó su vida a la química orgánica y, dato interesante, promovió la educación en su país y fundó una Escuela de Medicina para Mujeres en el San Petersburgo del siglo XIX.




Nota:

Es para nosotros enormemente gratificante hallar un programa tan original e interesante como Longitud de onda en Radio Clásica, de RNE. La radio pública española se mantiene en un excelente nivel de calidad y en lo que respecta a música clásica (todavía tenemos, y tendremos por siempre en la memoria a Fernando Argenta y a José Luis Pérez de Arteaga) el programa Longitud de onda es buena muestra. Longitud de onda se emite de lunes a viernes, de 10 a 12 de la mañana, en Radio Clásica. Puede disfrutarse "a la carta" aquí. En Longitud de onda (el nombre del programa nos da ya una pista) se buscan relaciones entre la ciencia y la música clásica. Así, algunas de las emisiones han sido: ¿Cómo suenan los planetas?; El violín tribológico; Neuronas espejo; La muerte térmica del Universo; Johannes Kepler; El lugar de la mujer en la ciencia; Diagnóstico de enfermedades en el arte; El día de Pitágoras; Marie Curie y nuestras pupilas; Exotierras; etc.

¿Quién se lo pierde?


En El devenir de la ciencia:





jueves, 9 de febrero de 2017

Una misteriosa ecuación en el cementerio (Boltzmann: entropía y probabilidad)

El cementerio central de Viena, Zentralfriedhof, es visita obligada para los amantes de la música que se acercan a la capital austriaca. Situado en  el barrio de Simmering, el vasto cementerio (el mayor y más famoso de Viena, que cuenta con cerca de medio centenar, y uno de los más grandes de Europa) ocupa más de dos kilómetros cuadrados y en él están enterradas personas de diferentes religiones (además del cementerio católico hay uno protestante, dos judíos y una pequeña zona reservada para los cristianos ortodoxos). Este magnífico cementerio fue abierto en 1874. En el centro del mismo se encuentra la Iglesia del Dr. Karl Lueger (iglesia mausoleo dedicada a la memoria del  que fuera apreciado alcalde de Viena a comienzos del pasado siglo), imponente edificio, como no podía ser de otra manera en la monumental Viena. Hablar del Zentralfriedhof es hacerlo de música pues ningún cementerio del mundo concentra tal cantidad de tumbas de insignes músicos: Beethoven, Brahms, Gluck, Salieri, Schubert, los Strauss (los dos Johann, Josef y Eduard) y otros compositores menos conocidos: Czerny, Goldmark, von Herbeck, Lanner, Schoenberg, Stolz, von Suppé y Wolf. El monumento en memoria de Mozart (obra de Hanns  Gasser en 1859), situado originalmente en el cementerio de St. Marx, fue trasladado al Zentralfriedhof en 1891 (centenario de la muerte del genial compositor de Salzburgo). El monumento fúnebre se encuentra en una arboleda del cementerio cerca de los sepulcros de otros grandes compositores.

Paseando por el Zentralfriedhof vienés tal vez nos encontremos el sepulcro de un personaje, que debe ser célebre, con un barbudo busto. ¿Otro famoso músico? Nos acercamos con curiosidad y en la blanca piedra, en la parte superior del monumento, leemos lo que parece ser una ecuación matemática cuyo significado acaso ignoremos: S = k log W. ¿Qué significa? No cabe duda de que no se trata de un compositor. Puede que sea un matemático. Quizás un insigne físico. Bajo el barbudo busto de serio gesto y penetrante mirada leemos: Ludwig Boltzmann (1844 – 1906). Se trata por tanto del gran físico teórico del siglo XIX, el fundador de la Mecánica Estadística (estudio estadístico de las propiedades de un gran número de partículas, átomos o moléculas, que constituyen un sistema material para predecir su comportamiento macroscópico). No es pues la tumba de un científico local mediocre sino la de uno de los más importantes científicos decimonónicos, pionero y precursor, casi más un hombre del siglo XX (acaso el primer revolucionario de la nueva física que iba a surgir).

[Imagen procedente de www.eoht.info. (Aquí)]


Ludwig Eduard Boltzmann, nacido en Viena, fue profesor en las universidades de Viena, Graz, Munich y Leipzig. Aplicó con acierto la novedosa Mecánica Estadística a la teoría cinética de los gases, completando así los trabajos de Maxwell. Pero fue más allá aplicándola a la Termodinámica, de manera que para Boltzmann el famoso Segundo Principio (la entropía, que es una medida del desorden, de un sistema aislado aumenta sin fin en búsqueda de un máximo, de un equilibrio final o situación última de máxima homogeneidad y desorden en la que cese toda actividad) tiene una interpretación probabilística. O dicho con otras palabras, la segunda ley de la Termodinámica es una ley estadística, pues para Boltzmann el desorden es más probable que el orden; así el estado de mayor entropía (y desorden) será el de mayor probabilidad. De ahí el continuo aumento de entropía anunciado por el Segundo Principio. Stephen Hawking, en su célebre Historia del tiempo(1), nos pone un ejemplo aclarador: “La segunda ley de la termodinámica resulta del hecho de que hay siempre muchos más estados desordenados que ordenados. Por ejemplo, consideremos las piezas de un rompecabezas en una caja. Hay un orden, y sólo uno, en el cual las piezas forman una imagen completa. Por otra parte, hay un número muy grande de disposiciones en las que las piezas están desordenadas y no forman una imagen. […] Imaginemos que las piezas del rompecabezas están inicialmente en una caja en la disposición ordenada en la que forman una imagen. Si se agita la caja, las piezas adquirirán otro orden que será, probablemente, una disposición desordenada en la que las piezas no forman una imagen propiamente dicha, simplemente porque hay muchísimas más disposiciones desordenadas. Algunos grupos de piezas pueden todavía  formar partes correctas de la imagen, pero cuanto más se agite la caja tanto más probable será que esos grupos se deshagan y que las piezas se hallen en un estado completamente revuelto, en el cual no formen ningún tipo de imagen”. El resultado será el previsto por el segundo principio de la Termodinámica: de una situación ordenada el sistema evoluciona hacia el desorden, más probable.

En la ecuación S=klogW, S simboliza la entropía del sistema, k es la constante de Boltzmann, que se obtiene dividiendo la constante R de los gases ideales por el número de Avogadro, y W expresa el número de estados microscópicos correspondientes a cierto estado macroscópico del sistema. El macroestado más probable será aquel que tenga un mayor número de microestados (como ocurre con el rompecabezas, donde hay un número muy elevado de disposiciones que no forman una imagen completa, frente a la única disposición que lo resuelve). Así W es una medida de la probabilidad de un determinado macroestado de un sistema material. 

Pero el físico austriaco debe ser recordado también como defensor del atomismo físico, encontrando por ello la dura oposición de los energetistas, que filosóficamente eran positivistas militantes, para quienes los átomos eran meros entes metafísicos. Aunque hoy nos pueda resultar extraña la intransigente posición de los llamados energetistas en las décadas finales del siglo XIX, la concepción de la física por ellos defendida se mostraba extraordinariamente vigorosa entonces. Los energetistas, con Ostwald a la cabeza, defendían la idea de que la energía y la termodinámica debían constituir la base segura para el razonamiento científico y no la imaginación de átomos materiales. El inolvidable Louis De Broglie, premio Nobel de Física en 1929, describe con claridad la situación en el prólogo de La Théorie physique au sens de Boltzmann et ses prolongements modernes (1959), del gran historiador de las Ciencias René Dugas(2):


 “La obra está dedicada a la Teoría física en el sentido de Boltzmann y sus prolongaciones modernas. Dugas había quedado sorprendido de la originalidad de la obra de Boltzmann y por la energía que había demostrado sosteniendo durante toda su juventud y su madurez el punto de vista de los atomistas y la utilidad para la Física teórica de emplear imágenes y de representarse estructuras; él se encontraba así en violenta contradicción con los representantes de la escuela energetista que, en esta época se imponía como una obligación en casi todos los países y en particular en Alemania y que, adoptando un punto de vista positivista y una presentación abstracta y formal de las teorías físicas, pretendía prohibir a los investigadores toda representación de los elementos no directamente observables de la materia y lanzaba anatemas y a veces sarcasmos contra los esfuerzos de Boltzmann y sus raros imitadores.[…] Todos los físicos partían evidentemente de hechos experimentales, pero, sobre esta base indispensable, elevaban, según la orientación de sus pensamientos, edificios muy diferentemente construidos. Los unos para traducir los hechos concretos construían en su espíritu imágenes, abstractas y esquemáticas, evidentemente, como todo lo que es científico; pero, sin embargo, intuitivas y creadas por la imaginación, y con su ayuda desarrollaban teorías deductivas que les permitían interpretar y prever los fenómenos mecánicos, y ellos veían en el empleo alternado de la inducción imaginativa y de la deducción lógica la mejor de las palancas que podíamos emplear para intentar levantar el pesado velo que nos oculta la naturaleza real de las cosas. Otros, más amantes de formalismos rigurosos, intentaban extraer de los hechos experimentales una serie de conceptos y postulados que no recurren en modo alguno a la imaginación, y fijados de una vez para todas, y deduciendo de ellos de una manera rigurosa todas las consecuencias posibles.[…] Sin duda alguna, Boltzmann pertenecía a la primera escuela  y estaba casi solo en la Europa de su tiempo, en particular en los países de lengua alemana, para sostener las concepciones del atomismo y desarrollar, especialmente en su célebre teoría cinética de los gases, la imagen molecular de la estructura de la materia; no debía vivir lo bastante para ver triunfar el punto de vista que sostenía.” 


Por si todo ello fuera poco, el papel desempeñado por Ludwig Boltzmann en el nacimiento de la física moderna a comienzos del siglo XX es destacable, diríamos que esencial, hasta el punto de que podamos considerarlo, sin miedo a exagerar, como precursor de la nueva física. Quizás sea Boltzmann “el primer físico del siglo XX”, aunque cronológicamente lo situemos en el XIX, cuando desarrolló sus investigaciones y teorías. El físico austriaco le comunicó a Planck que para hacer una teoría correcta sobre la termodinámica estadística de la radiación sería necesario introducir un elemento de discontinuidad aún desconocido. Valiosísima observación. Según Dugas , el descubrimiento realizado por Planck, en el estudio de la radiación del cuerpo negro, y por Einstein en el estudio teórico del movimiento browniano y en la teoría de los cuantos de luz, fueron posibles gracias al método y a las ideas de Boltzmann.

Hace algo más de cien años moría trágicamente Boltzmann (silencioso centenario en 2006) en la pequeña localidad de Duino, en la costa adriática, próxima a Trieste. La otrora ciudad del Imperio Austrohúngaro es conocida por su antiguo castillo y por aquellas bellas y místicas elegías que escribiera el gran poeta Rainer María Rilke (la décima comienza con estos versos: “Que un día, a la salida de esta visión feroz, eleve yo/ mi canto de júbilo y gloria hasta  los ángeles, que asentirán”). Ludwig Boltzmann, eminente físico que supo ver lo que era invisible para los demás, no pudo sin embargo escapar de su feroz visión y contemplar como, finalmente, todos asentirían. Boltzmann se suicidó en Duino, a finales del verano de 1906, ahorcándose mientras su mujer e hija se bañaban. Si bien las causas que le llevaron a tan drástica decisión no están claras (posiblemente nunca las sepamos), parece probable que los duros ataques que recibieron sus teorías e ideas por parte de algunos de sus colegas positivistas (Ostwald y Mach, principalmente) pudieron desencadenar tan fatal desenlace. O tal vez Boltzmann, ya cansado y agotado física y psíquicamente (no olvidemos su carácter cambiante y personalidad depresiva), decidiera no continuar el camino. Sea como fuere, el hecho es que el físico austriaco se quitó la vida poco antes de que, acaso, pudiera haber salido del túnel. La supuesta existencia real de los átomos, defendida por Boltzmann, necesitaba contundentes pruebas experimentales a su favor. Y estas pruebas no tardaron en llegar: diferentes experiencias, particularmente las realizadas por Jean Perrin, permitieron obtener, por métodos muy diversos, el valor del número de Avogadro y el diámetro de los átomos en absoluta concordancia con las predicciones de la teoría cinética.

Las guías turísticas nos hablan de las tumbas de los ilustres músicos enterrados en el cementerio central de Viena, pero no encontramos en ellas ninguna referencia a Boltzmann. Para nosotros, la contribución teórica del físico austriaco es realmente música celestial.


 Notas:

(1)    Stephen W. Hawking: Historia del tiempo. Del Big Bang a los agujeros negros. Crítica. Barcelona, 2005. Pags. 192-93. El libro de divulgación de Hawking, ya un clásico, sigue siendo de lectura imprescindible.

(2)   Este texto lo encontramos en el delicioso e interesantísimo libro de Louis De Broglie, Por los senderos de la ciencia, Espasa Calpe, Madrid, 1963, en el capítulo titulado “La obra de Boltzmann y la Física moderna” (pags. 253-55). Recomendamos asimismo la lectura de los capítulos: “El gran descubrimiento de Max Planck: la misteriosa constante h”y “Por los senderos de la Física”, entre otros.



Bernardo Rivero Taravillo



Este artículo fue publicado en la Revista Digital de Ciencias del IES Bezmiliana en marzo de 2007.