En aquellos diez pilares políticos para nuestro país incluíamos el apoyo institucional a la investigación, sin olvidarse de la ciencia básica. Al respecto hemos leído en El LHC y la frontera de la física, de Alberto Casas (CSIC - Los Libros de la Catarata; Madrid, 2009), libro que no dejaremos de recomendar en "El devenir de la Ciencia", unas agudas observaciones que suscribimos plenamente. En el capítulo "¿Para qué sirve el LHC?", Alberto Casas hace un alegato en defensa de la ciencia básica:
"Un argumento tentador para los políticos ha sido a menudo: "la investigación básica está muy bien, pero, dado que sus beneficios son universales, dejemos que otros países invieretan en investigación básica, y nosotros lo haremos en innovación y desarrollo, que es lo que realmente nos reporta rendimientos". Es una versión moderna del unamuniano "¡que inventen ellos!", ahora sería "¡que investiguen ellos!". Pero lo cierto es que históricamente esa actitud no ha funcionado. Las sociedades más potentes tecnológicamente (primero Inglaterra, luego Alemania y después Estados Unidos) también han sido a la vez las más potentes en investigación básica. Una razón es posiblemente la educación. Un país con investigación básica fuerte tiene una fuente de jóvenes preparados para atacar problemas difíciles en otros ámbitos, con imaginación y rigor".
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