“¡Vaya! Esto es ciertamente interesante”. Es lo que pensé al
leer el comentario que me lleva a escribir esta entrada de El
devenir de la ciencia. Me refiero a la sagaz observación de José
Luis Sampedro en su diálogo con Valentín Fuster, recogida en La
ciencia y la vida, sobre la diferente mentalidad de occidentales
y orientales (chinos en este caso) a la hora de aplicar ingenios.
Dice el escritor y economista que en Occidente tres fueron los
inventos decisivos que marcaron el paso de la Edad Media a la Edad
Moderna: la imprenta, la pólvora y la brújula. Trío de ingenios
que cambiaron radicalmente las perspectivas de los europeos de
entonces.
La imprenta permitió la difusión de la cultura y de las ideas; la
pólvora, con su poder destructivo, permitió acabar con los
castillos, vencer a los invencibles, a los poderosos, terminar con el
feudalismo; y la brújula, delicado instrumento que posibilitó las
grandes navegaciones, cruzar los océanos y consecuentemente
conquistar lejanos territorios, explotar sus recursos, comerciar o
intercambiar aspectos culturales. Pero, en cambio, estos tres
inventos cruciales fueron desarrollados por los chinos mucho antes,
mas le dieron (al menos principalmente) otros usos, que un occidental
calificaría como poco prácticos. No usaban la pólvora para la
guerra sino para fuegos artificiales. “Para un chino batirse con un
artefacto tan ordinario como la pólvora era un acto indigno de un
ser humano”, dice Sampedro. La brújula tardaron en usarla para la
navegación, porque no tenían necesidad (o no sentían dicha
necesidad) de largos viajes cruzando ignotos mares, ya que su
mentalidad oriental, su particular concepción de la vida, les hacía
ver que todo lo que necesitaban lo tenían dentro, no entraba en sus
esquemas salir y buscar fuera, ampliar horizontes, conquistar tierras
extrañas o integrarse en el resto del mundo. Respecto de la
impresión de textos los chinos utilizaban bloques de madera grabados
pero, afirma Sampedro, “el arte de la caligrafía les parecía algo
muy superior y tan extraordinario que lo preferían mil veces a la
tosquedad de la huella de los bloques”. No le falta razón a
nuestro entrañable e ilustre escritor, pero es interesante, y nos
enriquece, indagar un poco en el asunto y detallar algo las
aplicaciones que le dieron los chinos a estos tres antiguos inventos
que, transcurridos varios siglos, fueron utilizados con fines
expansivos por los europeos y que a la sazón suponen la entrada en
una nueva época.
Antes de hacer un breve repaso a estos inventos orientales, que
posiblemente se introdujeron en Occidente gracias a los árabes
(brújula) y los mongoles (imprenta y pólvora), incorporamos las
palabras de E. H. Schafer, que resultarán ilustrativas:
“Cuatro inventos tecnológicos chinos de los tiempos de Han
[dinastía china que abarca desde el 200 a. C. hasta el 200 d. C.,
aproximadamente] y medievales pusieron los cimientos para la
exploración y colonización europeas del mundo: la brújula se
convirtió en el instrumento de los exploradores marinos de Portugal,
Holanda e Inglaterra (sic); la pólvora permitió a los
europeos subyugar las tierras que descubrieron; el papel y el arte de
imprimir hicieron posible la difusión de sus ideologías y leyes”
(La China antigua; volumen de la obra Las grandes épocas
de la humanidad. Historia de las culturas mundiales; Time-Life,
1974).
Digamos que, aunque las principales contribuciones chinas son de
carácter tecnológico, en la antigüedad este pueblo se dedicó
profusamente a la astronomía y a la alquimia. Ambas,
para los chinos, con finalidad trascendental. La observación de los
astros pretendía, como en otras culturas antiguas, poder realizar
predicciones astrológicas, mientras que el principal objetivo de la
alquimia china, muy influida por el taoísmo y su idea de la
transmutabilidad de todas las sustancias, era la obtención de la
poción de la inmortalidad.
Pero
son los inventos chinos, que también buscan al principio una
finalidad trascendente, los que adquieren enorme relevancia y
terminarán marcando, con aplicaciones distintas a las originarias,
el destino de Occidente. Comencemos remontándonos al siglo VIII de
nuestra era, con la imprenta.
Parece ser que ya en el siglo VII los chinos utilizaban bloques de
madera como técnica de impresión, si bien el libro impreso más
antiguo es un texto
sagrado budista del siglo VIII. La imprenta evolucionó del grabado
en bloques de madera hacia los caracteres móviles, invención
atribuida a Pi Sheng (primera mitad del siglo XI). Encontramos
narraciones biográficas de los santos taoístas, instrucciones para
preparar hechizos budistas, escritos sobre artes adivinatorias y
otros, como diccionarios (un poco de luz entre tanta niebla mágica
y religiosa).
[Las propiedades explosivas de mezclas con salitre fueron advertidas por los alquimistas chinos, quienes no consiguieron elixir alguno de la inmortalidad (como es natural) pero sus trabajos, a veces peligrosos, condujeron a la fabricación de la pólvora, mezclando salitre, carbón vegetal y azufre en las proporciones adecuadas. Fuente de la imagen aquí.]
La
pólvora
posiblemente ya se manejaba en el siglo VII y en
un libro taoísta del siglo IX se recomienda a los alquimistas no
mezclar carbón vegetal, salitre (nitrato de potasio) y azufre debido
a sus peligros pues “los que lo hicieron vieron explotar la mezcla,
ennegrecer sus barbas y arder la casa donde trabajaban”. En el
siglo XI se especifica por primera vez la composición en términos
cuantitativos de la pólvora: 75,7 % de salitre; 14,4 % de carbón
vegetal; y 9,9 % de azufre. Los chinos usaron la pólvora con fines
rituales (petardos para espantar a los demonios y fuegos artificiales
con finalidades similares) y en exhibiciones pirotécnicas para las
grandes celebraciones, pero no utilizaron el poder destructivo de la
pólvora en la guerra hasta el siglo XI (emplearon, por ejemplo, fusiles de bambú).
[Brújula china, con cuchara imán que representa a la Osa Mayor, y tabla adivinatoria con simbología Feng Shui. Procedencia de la imagen aquí]
En el siglo III a. C. hay textos chinos
que se refieren a la piedra imán (magnetita) como la “piedra
cariñosa” o la “piedra que copula”. Utilizaron los chinos los
imanes con fines adivinatorios, la geomancia. Así, usaron
agujas imantadas para hallar el que creían, según sus ideas,
emplazamiento adecuado para una vivienda o una tumba. Emplearon
tablas adivinatorias en las que un imán tallado en forma de cuchara
pivotaba orientándose en el campo magnético terrestre (Norte-Sur).
Esta aplicación mágica de la brújula hizo que permaneciera
largo tiempo restringida para los iniciados en las artes secretas
adivinatorias y no tuviera otras aplicaciones prácticas de interés.
La tabla adivinatoria magnética pudo ser inventada a comienzos de
nuestra era, adoptando el aspecto de una brújula, con su aguja
imantada, entre los siglos IV y VI, aunque no puede asegurarse con
certeza ya que no hay documentos que lo atestigüen, pues los
jesuitas quemaron los manuscritos de geomancia en los autos de fe
celebrados en el siglo XVII. Aunque muy posiblemente la brújula se
emplea desde la época Han y es utilizada más tarde en la navegación
(siglo X) no es hasta 1044 cuando hallamos un tratado (de tecnología
militar) que describe el magnetismo terrestre y su capacidad de
orientar una aguja imantada en una brújula del tipo “pez flotante”
(la aguja es una fina y cóncava pieza de hierro magnetizada, con
forma de pez, flotando en un recipiente con agua).
La pólvora, la brújula y la imprenta, ingenios de origen chino,
tuvieron en Oriente unos usos iniciales muy distintos a aquellos,
relacionados con la conquista de territorios, la exploración y la
difusión o incluso dominio cultural, que alcanzaron en Occidente.
PARA SABER MÁS:
- La China antigua; E. H. SCHAFER; volumen dedicado a China en la obra Las grandes épocas de la humanidad. Historia de las culturas mundiales. Time_Life, 1974.
- Los grandes inventos; MICHEL RIVAL; Larousse, 2000.
- Referencia imprescindible para profundizar en la ciencia y tecnología china son los estudios de JOSEPH NEEDHAM.