Hay libros que no puede dejar uno de recomendar porque, cada vez que fueron abiertos para su lectura, supusieron un plácido rato de disfrute y conocimiento. Y si el tema es abordado por el autor con un original enfoque la recomendación se hace poco menos que obligatoria. Tal es el caso de
Chiripas de la Historia ("una antología de las casualidades más increíbles que han forjado el destino de la humanidad"), de
Gonzalo Ugidos (La Esfera de los Libros, Madrid, 2013), al que conocemos de su magnífico e imprescindible espacio radiofónico (RNE5)
Vidas Contadas.
Entre tantas amenas y jugosas páginas leo "Su Majestad George Washington" (imagen de la izquierda), en donde Gonzalo Ugidos narra una muy interesante historia: la epidemia de viruela que asoló la costa este de Norteamérica durante la Guerra de Independencia. Precisamente
George Washington tenía una vital ventaja, un escudo protector biológico, pues el comandante en jefe de las tropas rebeldes que luchaban contra los británicos había sobrevivido a la viruela que padeció en su adolescencia, de manera que era inmune a dicha enfermedad vírica.
El hecho es que la viruela hizo estragos en las tropas continentales rebeldes, jugando un muy importante papel en la Guerra de Independencia, afectando a miles de soldados y ocasionando que la guerra se prolongara por más tiempo. En 1776 unos cinco millares de soldados rebeldes, la mitad del Ejercito Continental en las proximidades de Quebec, padecieron la enfermedad, convirtiéndose pues en peor enemigo que los británicos, canadienses e indios juntos, como dijera John Adams, segundo presidente de Estados Unidos.
Los soldados británicos gozaban de cierto grado de inmunidad contra la viruela, desde luego mucho mejor que las tropas rebeldes americanas. Cuenta Gonzalo Ugidos que tal vez (es un asunto de controversia entre los historiadores) la epidemia de viruela de
1776 que azotó al Ejercito Continental rebelde fue deliberadamente propagada por los británicos, en lo que sería una pionera guerra biológica para debilitar o acabar con el enemigo. La hipótesis es plausible porque, dice Ugidos, "los
redcoats (casacas rojas) del ejército británico habían sido previamente vacunados". Esta afirmación me mueve a profundizar algo más y a hacer una aclaración sobre la
vacunación.
Edward Jenner (1749 - 1823) descubrió la vacuna en
1796, es decir, veinte años después de aquel terrible brote de viruela que castigó a las tropas rebeldes norteamericanas, con miles de afectados. Por tanto, creo que no es muy acertado emplear aquí el término
vacunación, pues puede inducir a cierta confusión histórica. Con mayor propiedad podríamos hablar de inoculación (aunque es cierto que hoy día se emplean indistintamente los términos inoculación y vacunación para referirse a cualquier inyección protectora de infecciones). Con anterioridad al hallazgo de Jenner, para inmunizar a las personas contra la enfermedad infecciosa se inoculaba pus (en la época de la Guerra de la Independencia de Norteamérica al procedimiento se le llamaba
virulación) de pacientes que sufrían la enfermedad de forma moderada, menos grave. La
viruela (enfermedad infecciosa que sabemos hoy que es provocada por un virus) es muy contagiosa, ocasionando en el enfermo fiebres altas y una erupción cutánea característica y pudiendo causar la muerte. Cuando la enfermedad no tenía fatales consecuencias para el paciente, éste quedaba inmunizado contra la enfermedad de forma duradera. Pero, a pesar de usarse la inoculación como técnica de inmunización, en ocasiones el procedimiento tenía un fatal desenlace para el inoculado. Fue
Edward Jenner quien halló una solución efectiva al problema de la inoculación al descubrir su
vacuna (del latín
vacca, es
decir, vaca), obtenida de la viruela bovina, una forma mucho más benigna de la enfermedad infecciosa (Jenner observó que las ganaderas que ordeñaban las vacas con viruela bovina se infectaban con una forma leve o inocua de la enfermedad que les confería inmunidad frente a la temida viruela humana). La vacunación fue reconocida como una poderosa técnica de inmunización por la comunidad médica tras la publicación en 1798 de la obra de Edward Jenner titulada
Inquiry into the Causes and Effects of the Variolae Vaccinae. La vacunación tomó fuerza y rápidamente se extendió el procedimiento profiláctico por Europa y también por el continente americano. A mediados del siglo XIX la vacunación pasa a ser obligatoria con la finalidad de mejorar la salud pública y la calidad de vida de la población (como así fue), pero ante ello reaccionaron ciertos grupos organizándose en contra de tal medida, particularmente en Gran Bretaña, al considerarla una injerencia del Estado (¿les suena esto de algo?; no hay nada nuevo bajo el Sol).
Los soldados británicos de las colonias norteamericanas fueron inoculados con carácter voluntario. Por este motivo, entre otros, creo que la hipótesis del contagio premeditado, de la "guerra biológica" de los británicos contra los rebeldes norteamericanos, no es cierta aunque sea posible. De pretender diezmar al ejército enemigo con el mínimo riesgo la inoculación contra la viruela entre la tropa británica habría sido obligatoria (aunque es cierto que el procedimiento de inmunización de la época no era completamente seguro).
El caso es que, dada la alarmante y grave situación, George Washington tuvo la valentía y perspicacia suficientes como para ordenar la inoculación obligatoria contra la viruela para todos sus soldados, a excepción de aquellos que ya hubieran padecido y superado la enfermedad, de manera que eran inmunes a la misma. Esto ocurrió en 1777, tan sólo un año después del terrible brote epidémico. Hubiera sido mejor, evitándose muchas víctimas, que la inoculación se realizara con anterioridad (lo cual incluso acaso habría modificado el devenir de Norteamérica). Pero no podemos negar el arrojo de Washington, quien, tal vez animado por su propia inmunidad, fue el artífice de la inoculación del Ejército Continental norteaméricano, que se convirtió así en el primero del mundo al que se aplicó un plan organizado de prevención de la viruela.
Nota:
La inoculación o vacunación consiste en inyectar, con carácter profiláctico, microorganismos, vivos o muertos, o sus productos, para prevenir una enfermedad infecciosa (o bien para que esta aparezca en forma atenuada o leve). Parece ser que ya en la antigüedad se practicaba la inoculación de la viruela en Asia y Oriente próximo. Posteriormente, en el siglo XVII, fue introducida en Europa. Destacable es el caso de Mary Wortley
Montagu (1689 - 1762), quien a comienzos del XVIII escribió sobre la práctica de la inoculación que se realizaba en Turquía (ella misma sometió a sus hijos al proceso). Esta técnica de inoculación o
virulación provocaba una forma de viruela más leve.
Bibliografía:
- BYNUM, W. F., BROWNE, E. J., ROY PORTER; Diccionario de historia de la ciencia. Herder, Barcelona, 1986.
- UGIDOS, G.; Chiripas de la historia. La Esfera de los Libros, Madrid, 2013.
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