A lo largo del siglo XVII van apareciendo
importantes obras en Europa en las cuales se aprecia una clara evolución hacia
una ciencia química moderna. Eso sí, de forma tardía, pues en la todavía
llamada Filosofía Natural (la Física) se produce en este siglo
la Revolución Científica, y la rigurosa ciencia física del XVIII se construye
ya bajo el paradigma newtoniano (podemos afirmar que la Química, en un sentido
moderno, surge con un retraso de unos cien años respecto de la Física). Estas
obras deben considerarse precursoras y de gran importancia para el posterior
desarrollo de la Química (pionero es el texto de Andreas Libavio, Alchemia , 1597, que contribuyó
decisivamente a la escisión entre química y alquimia; este libro, donde se
describen los hechos químicos con un lenguaje sencillo, al margen de toda
fantasía y hermetismo, es considerado el primer manual de química).
Surge pues en el siglo XVII una literatura
química que conduce de forma irreversible de la alquimia a la ciencia química.
No obstante, tengamos en cuenta que la entonces llamada “Chymica” era
considerada fundamentalmente como un arte, el “Arte Noble”. Nicolas Le Févre (o
Le Febure), químico del Jardin du Roi y excelente
farmacéutico, miembro de la Royal Society, en su Traicté de la Chymie (1660) afirma:
“La
contemplación es el único motivo de una ciencia, y su único objeto el de llegar
al conocimiento por medio de esta contemplación, por lo que debe quedar
satisfecha sin emplear la mente en ulteriores pesquisas; el arte, en cambio, se
inclina siempre a obrar y no descansa jamás, aunque los propósitos
del Artista hayan alcanzado su meta”.
Le Févre y sus contemporáneos consideran a
la “chymica” en cierta manera como Ciencia y Arte al mismo tiempo, es decir,
como una ciencia práctica u operativa (es un conocimiento fundamentalmente
empírico y práctico).
Entre estas novedosas obras de química,
amén del mencionado tratado, citemos:
Tyrocinium chymicum (1610) o “Química para
principiantes”, de Jean Beguin (iatroquímico y estudioso de la minería, el cual
adoptó los tres principios esenciales de la materia de Paracelso: sal, azufre y
mercurio).
Philosophia pirotécnica, seu curriculus
chymiatricus (“Filosofía pirotécnica o curso de química espagírica”), 1633 – 1635, del
escocés William Davidson.
Furni novi philosophici (“Nuevos hornos
filosóficos”), 1650, del gran químico práctico Johann R. Glauber, que a pesar
de este extraño título es un libro escrito con claridad sobre preparados
químicos (instrucciones para su obtención y manipulación, así como la descripción
de los aparatos necesarios para las operaciones químicas).
Traité de la Chymie (1663), del boticario y
médico suizo, trasladado a París, Christopher Glaser (libro que alcanzó enorme
popularidad en las últimas décadas del siglo, apareciendo más de treinta
ediciones, la mayoría en francés, algunas en alemán y una en inglés).
Por último, entre otras obras de “artistas
químicos”, destacamos el Cours de Chymie (1675), de
singular calado para la época, del boticario y químico francés Nicolas Lemery
(del cual hablaremos con mayor extensión más adelante dada la gran influencia
que tuvo en Félix Palacios; digamos ahora tan sólo que fue discípulo de Glaser
y alcanzó gran fama y reputación como comentarista químico popular, claro y
ameno, y excelente experimentador, además de sugerir ideas y explicaciones
bastante originales que otorgan a su obra un singular matiz
científico-teórico).
[Cours de Chymie, de LEMERY. Procedencia de la imagen aquí]
Félix Palacios introdujo las ideas y
conocimientos prácticos de Lemery en España al traducir el importante libro del
químico de Rouen (esta primera versión española es de 1703, tan sólo tres años
antes de que Palacios publicase su Palestra pharmaceutica).
[Fragmento de mi artículo La Química a la palestra, publicado en EL RINCÓN DE LA CIENCIA, nº 41, junio de 2007. Puede leerse completo aquí]