[Dos grandes físicos paseando por Madrid en 1923. Blas Cabrera, considerado uno de los padres de la física española, acompaña a Albert Einstein, creador de la celebérrima teoría de la relatividad, en su visita a España.
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En la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión que se celebra cada año en la sevillana Plaza Nueva adquirí hace unos días una pequeña joya bibliográfica: el discurso leído por Blas Cabrera, el gran físico canario que investigó las propiedades magnéticas de la materia y explicó a sus compatriotas las revolucionarias teorías científicas de principios del siglo XX que dieron luz a la física moderna (la Relatividad y la Mecánica cuántica), para su ingreso en la Academia Española de la Lengua, en el peligroso año de 1936 (entonces no era Real Academia, pues estamos en la II República, a pocos meses de la trágica Guerra Civil).
El discurso versaba precisamente sobre estas dos nuevas teorías que abrían un panorama apasionante en la física: la Relatividad y la Mecánica cuántica. El título elegido por Blas Cabrera para el discurso del acto de su recepción académica el 26 de enero de 1936 fue: Evolución de los conceptos físicos y lenguaje. La contestación al discurso del físico canario la realizó el eminente académico Ignacio Bolívar y Urrutia, entomólogo (quien, al igual que Cabrera, terminó sus días, exiliado, en México).
En El devenir de la ciencia dedicamos ya unas líneas a comentar las peculiaridades y características esenciales del lenguaje científico:
El leguaje científico, con sus características de objetividad, precisión y universalidad,
es el instrumento que emplean los científicos para comunicarse, para
transferir información en la cual el mensaje es de naturaleza científica
(una hipótesis, una ley o una teoría). Tal forma de expresión ha de
estar al servicio de la ciencia, con las características arriba
mencionadas que la determinan. Si la ciencia tiene que ser objetiva, su
lenguaje no puede tener connotaciones emocionales, sociales, ni
ideológicas, por ejemplo, propias de cada sujeto o de cada cultura.
El lenguaje de la ciencia es más amplio que el ordinario en el sentido de que su vocabulario introduce neologismos para nuevos conceptos científicos que, en no pocos casos, con su uso por los medios de comunicación, son incorporados al lenguaje ordinario y se emplean en él habitualmente con naturalidad (teléfono, antibiótico, láser, microondas, etc.). El aspecto semántico del lenguaje científico es esencial, no solo por introducir nuevos términos de significado preciso sino por dar otro significado a palabras ya usadas ordinariamente. Por ejemplo, los conceptos de trabajo, energía, fuerza, potencia, calor, etc. tienen precisas definiciones científicas que hay que aclarar para no emplearlas en el sentido en el que se hace en el lenguaje cotidiano (cualquier profesor de Física ha de señalar a sus jóvenes alumnos que si no hay desplazamiento no se realiza trabajo, sólo estaremos haciendo un esfuerzo). El lenguaje de la ciencia también tiene diferencias sintácticas con respecto al lenguaje ordinario, pues, particularmente en física, posee una estructura lógico-matemática de las expresiones científicas (definiciones, leyes, teorías). Esto hace que aparezcan numerosos signos, muchas veces específicos de cada rama de conocimiento: símbolos (lógicos, matemáticos, de magnitudes y unidades, de elementos y compuestos), siglas (láser, por ejemplo, es el acrónimo de "light amplification by stimulated emission of radiation"), gráficas y otros.
Pero, además, el lenguaje de la ciencia debe evitar toda retórica, exageración o pomposidad y ha de cuidar la claridad y la precisión, facilitando su comprensión en la medida que sea posible. Más aún si se trata de divulgar las ideas científicas. Ya en el siglo XVII Thomas Sprat, en su obra History of the Royal Society of London for the Improving of Natural Knowledge (1667), decía que los científicos debían expresar sus ideas llevando "todas las cosas tan cerca como sea posible de la simplicidad matemática, prefiriendo el lenguaje de los artesanos, los aldeanos y los comerciantes al de los sabios y los eruditos" (citado en Historia de la ciencia sin los trozos aburridos, de Ian Crofton con traducción de J. Ros, Ariel, 2011).
El lenguaje de la ciencia es más amplio que el ordinario en el sentido de que su vocabulario introduce neologismos para nuevos conceptos científicos que, en no pocos casos, con su uso por los medios de comunicación, son incorporados al lenguaje ordinario y se emplean en él habitualmente con naturalidad (teléfono, antibiótico, láser, microondas, etc.). El aspecto semántico del lenguaje científico es esencial, no solo por introducir nuevos términos de significado preciso sino por dar otro significado a palabras ya usadas ordinariamente. Por ejemplo, los conceptos de trabajo, energía, fuerza, potencia, calor, etc. tienen precisas definiciones científicas que hay que aclarar para no emplearlas en el sentido en el que se hace en el lenguaje cotidiano (cualquier profesor de Física ha de señalar a sus jóvenes alumnos que si no hay desplazamiento no se realiza trabajo, sólo estaremos haciendo un esfuerzo). El lenguaje de la ciencia también tiene diferencias sintácticas con respecto al lenguaje ordinario, pues, particularmente en física, posee una estructura lógico-matemática de las expresiones científicas (definiciones, leyes, teorías). Esto hace que aparezcan numerosos signos, muchas veces específicos de cada rama de conocimiento: símbolos (lógicos, matemáticos, de magnitudes y unidades, de elementos y compuestos), siglas (láser, por ejemplo, es el acrónimo de "light amplification by stimulated emission of radiation"), gráficas y otros.
Pero, además, el lenguaje de la ciencia debe evitar toda retórica, exageración o pomposidad y ha de cuidar la claridad y la precisión, facilitando su comprensión en la medida que sea posible. Más aún si se trata de divulgar las ideas científicas. Ya en el siglo XVII Thomas Sprat, en su obra History of the Royal Society of London for the Improving of Natural Knowledge (1667), decía que los científicos debían expresar sus ideas llevando "todas las cosas tan cerca como sea posible de la simplicidad matemática, prefiriendo el lenguaje de los artesanos, los aldeanos y los comerciantes al de los sabios y los eruditos" (citado en Historia de la ciencia sin los trozos aburridos, de Ian Crofton con traducción de J. Ros, Ariel, 2011).
Volvamos a Blas Cabrera, ese eximio físico español que estimuló las mentes, como el filósofo Ortega y Gasset o el matemático Rey Pastor, a tantos jóvenes inquietos de la época (cuando España vivió una ilusionante Edad de Plata de la cultura). Del discurso de ingreso de Cabrera en la Academia Española en 1936 (para ocupar el sillón de Ramón y Cajal, amigo y maestro, quien ejerció profunda influencia en el interés de Cabrera por la ciencia a raíz de las tertulias del Café Suizo, pues en principio nuestro protagonista se había trasladado de Canarias a Madrid en 1894 con la intención de estudiar Derecho) destacamos aquí un fragmento sobre la necesidad de un lenguaje apropiado para la descripción y comunicación de las nuevas ideas científicas, en particular de la física revolucionaria de comienzos del siglo XX, la Relatividad y la Cuántica:
"He hablado antes de la inercia mental como origen de las dificultades con que tropieza una idea nueva si lleva aparejada la renuncia de otras que han jugado papel principal en las concepciones anteriores. Una primera interpretación de esta resistencia, progresivamente debilitada, puede ser el perfeccionamiento paulatino de la capacidad de nuestra inteligencia a consecuencia de un esfuerzo para comprender. Pero no es la única. Las nuevas ideas que brotan en un cerebro no quedan incorporadas a la ciencia hasta que han encontrado una descripción adecuada para ser comunicadas y reconocidas si vuelven a surgir. Se requiere para ello un lenguaje apropiado que frecuentemente necesita una elaboración difícil. La importancia de esta labor adjetiva pero esencial aparece con claridad meridiana si se compara la rápida evolución de la teoría relativista con la lentitud del progreso de la cuantista. Aquélla halló ya construido un lenguaje adecuado en el cálculo diferencial absoluto, mientras la última necesitó elaborar poco a poco su algoritmo propio que parece haber encontrado en el cálculo simbólico de la Mecánica ondulatoria. Acaso la inercia mental sea pura manifestación de este esfuerzo para hallar los modos adecuados para transmitir las nuevas ideas. Naturalmente, sus efectos alcanzan hasta el mismo lenguaje vulgar que, poco a poco, va precisando la significación de las palabras de uso corriente".
El discurso completo de Blas Cabrera y Felipe puede leerse aquí.
Fue Blas Cabrera hombre que conoció bien los cambios sustanciales en la física de su tiempo, aportando él mismo su esfuerzo investigador en el campo del magnetismo de la materia. A pesar de ello, sigue siendo insuficientemente conocido por los españoles de hoy, científicos incluidos. Nuestro país no es justo con sus intelectuales y mentes audaces, particularmente con sus hombres y mujeres de ciencia, actuales y del pasado. Y lo más triste acaso sea que el motivo principal es la escasa formación y el pobre bagaje cultural de buena parte de la población, debido, entre otros motivos, a la ausencia de un interés real por parte de nuestros dirigentes políticos (salvo honrosas excepciones, claro). Personajes de esta época, como los mencionados Ortega, Rey Pastor o Cabrera, por citar solo una terna ilustre de un período brillante, deben ser conocidos por la ciudadanía.
Blas Cabrera (Arrecife, Lanzarote, 1878 - México, 1945) desarrolló una notable carrera científica y es considerado el padre de la física española. Se doctoró en Ciencias Físicas (1901) por la Universidad Central de Madrid con una tesis titulada Sobre la variación diurna de la componente horizontal del viento. En 1905 obtiene la cátedra de Electricidad y Magnetismo en la Universidad Central de Madrid. Su prestigio nacional e internacional va creciendo y en 1923 acompaña a Einstein durante la estancia del célebre físico alemán de origen judío en la capital de España (Cabrera publica ese mismo año su libro Principio de Relatividad). Precisamente celebramos este año el centenario de la teoría de la relatividad general, su magna teoría relativista de la gravitación. Asimismo el gran físico canario profundizó en el estudio de la nueva física del átomo, la mecánica cuántica. Se puede leer El problema del átomo (1926) aquí.
Nadie mejor que el físico, historiador de la ciencia y también académico de la Lengua (ocupando el sillón G, que sin duda agradará al físico, por aquello de la constante de gravitación universal) José Manuel Sánchez Ron para valorar la significación de la figura de Blas Cabrera. Afirma Sánchez Ron que el canario fue el primer físico de talante internacional en toda la historia de la física española, un físico "de verdad, licenciado en esa especialidad, no que contribuyese a la física desde el punto de partida de una carrera tecnológica o militar". Destaca también Sánchez Ron que nadie antes que él tuvo tantos y tan sólidos contactos con la comunidad física internacional, ni publicó tanto en el extranjero. Señala Sánchez Ron que dos contribuciones científicas de singular relieve de Blas Cabrera fueron la modificación de la ley de Curie-Weiss (sobre la susceptibilidad magnética) para las tierras raras y la obtención de una ecuación para el momento atómico magnético que tenía en cuenta el efecto de la temperatura.
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Nadie mejor que el físico, historiador de la ciencia y también académico de la Lengua (ocupando el sillón G, que sin duda agradará al físico, por aquello de la constante de gravitación universal) José Manuel Sánchez Ron para valorar la significación de la figura de Blas Cabrera. Afirma Sánchez Ron que el canario fue el primer físico de talante internacional en toda la historia de la física española, un físico "de verdad, licenciado en esa especialidad, no que contribuyese a la física desde el punto de partida de una carrera tecnológica o militar". Destaca también Sánchez Ron que nadie antes que él tuvo tantos y tan sólidos contactos con la comunidad física internacional, ni publicó tanto en el extranjero. Señala Sánchez Ron que dos contribuciones científicas de singular relieve de Blas Cabrera fueron la modificación de la ley de Curie-Weiss (sobre la susceptibilidad magnética) para las tierras raras y la obtención de una ecuación para el momento atómico magnético que tenía en cuenta el efecto de la temperatura.
[El edificio del Instituto Nacional de Física y Química (INFQ), financiado por la Fundación Rockefeller, se construyó entre 1926 y 1932. Esta importante institución científica de la Edad de Plata de la cultura española se creó como continuación y ampliación del Laboratorio de Investigaciones Físicas, fundado por la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (JAE). La JAE, antecesora del CSIC, se creó en 1907 inspirada en la ideología novedosa y abierta de la Institución Libre de Enseñanza. Blas Cabrera dirigió el Laboratorio de Investigaciones Físicas y el INFQ. Los investigadores del Laboratorio y del INFQ fueron pensionados por la JAE para ampliar su formación científica en los mejores centros del extranjero, lo cual contribuyó decisivamente al elevado nivel de las investigaciones de hombres como Moles (en la determinación de los pesos atómicos por métodos físico-químicos), Catalán (descubridor de los multipletes o grupos complejos de líneas de los espectros atómicos), o el mismo Cabrera (investigador del magnetismo de la materia, determinando susceptibilidades atómicas de tierras raras.
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No se pretende en este artículo desarrollar la brillante trayectoria investigadora de Blas Cabrera sino, más bien, estimular al amable lector, particularmente al español y al mexicano (pues Cabrera se exilió en el país hermano, donde fue profesor de Física Atómica y de Historia de la Física en la UNAM, colaboró con jóvenes científicos y en 1944 sucedió al naturalista español Ignacio Bolívar en la dirección de la revista Ciencia) en el conocimiento y valoración de tan notable físico.
Y por ello incluyo aquí también un pequeño vídeo introductorio a la figura humana y científica de Blas Cabrera. Corresponde al espacio de TVE (ya no se emite, desgraciadamente, pero puede verse "a la carta" en internet) Con Ciencia. En este programa, en pocos minutos, se hace una semblanza de grandes hombres y mujeres que han dedicado sus energías al progreso científico en un país, nuestra España, que frecuentemente los ha ignorado: José Zaragoza, Jorge Juan, Mutis, Cajal, Cabrera, Severo Ochoa, Cirac, Margarita Salas, Pedro Alonso y un dignísimo etcétera.