viernes, 28 de noviembre de 2008

Andrés Manuel del Río, descubridor del vanadio (dedicado a los amigos mexicanos)




Me produce gran satisfacción el contar con bastantes visitas a este blog procedentes de México. Y es que no sólo es un país hermano y querido, sino que, además, me siento vinculado en cierta medida con él: mi madre, a la que tanto amé, nació allí. Mi abuelo, Bernardo Taravillo La Loma, joyero de profesión, cruzó el charco (que nos une, o nos separa) buscando un futuro más próspero y se instaló en la gran urbe, hoy descomunal, de México. Allí nacieron sus dos primeras hijas, mi tía Goya (que sería esposa y madre de importantes farmacéuticos sevillanos), y mi madre. Siempre admiramos con devoción (y curiosidad) aquel bello cuadro de la Virgen de Guadalupe, pintado sobre metal, que había traído mi abuelo de las lejanas tierras mexicanas y que nos recibía al cruzar el umbral de nuestro hogar.


Recordamos ahora, en "El devenir de la Ciencia", a un eminente científico español, o mexicano, que descubrió el vanadio (aunque muchos autores le otorguen el mérito al sueco Sefstroem, quien "redescubrió" el eritronio en 1831 al analizar un mineral de hierro de Taberg y le dio el nombre de vanadio, como conocemos desde entonces a este metal): Andrés Manuel del Río.


Incluimos aquí la biografía que de este gran científico hizo L. Blas en su libro "Biografías y descubrimientos químicos" (Aguilar Ed.; Madrid, 1947), que compró mi padre en la capital de España en agosto de 1963, tres años antes de mi nacimiento. He querido añadir las notas manuscritas de mi padre, que figuran insertadas en el texto entre corchetes y en cursiva. Esta biografía inaugura una "etiqueta" que he bautizado como "Queridos viejos libros". He aquí el relato del catedrático y académico L. Blas:


" Mineralogista madrileño, nació en la calle del Ave María, el 10 de noviembre de 1764, recibiendo sus primeros estudios en el Colegio de San Isidro, y el grado de Bachiller, en Alcalá de Henares.


Sus aficiones a la mineralogía le llevaron a Almadén y más tarde a Francia, Inglaterra y Alemania, pensionado por el Gobierno español para ampliar estudios [corrió peligro de ser guillotinado durante su estancia en París].


En el mes de agosto de 1794 salió de España, por Cádiz, destinado a Méjico como profesor de la Escuela de Minas de Méjico, que fundó Elhuyar, cargo que desempeñó durante cerca de cincuenta años.


El año 1795 publicó su famosa obra Elementos de orictognosia que, según Humboldt [al que conocía desde sus estudios en Alemania], es el trabajo mineralógico mejor que posee la literatura española, y el año 1801 realizó el descubrimiento del vanadio, analizando un plomo pardo de Zimapán, nuevo elemento al que puso el nombre de pancromio, primero, y luego, el de eritronio, por el color rojo de sus sales; pero tuvo desconfianza de su descubrimiento y, durante algún tiempo [por influencia de otros químicos], creyó que era cromo.


El segundo volumen de su obra Elementos de orictogenia, lo publicó en 1805, y seis años más tarde montó la primera fabricación de hierro mejicana, que, según Humboldt, tenía una parte mecánica superior a la de las mejores minas de Hungría.


En 1818 vuelve a España, donde le ofrecen el cargo de director de las Minas de Almadén y del Museo de Ciencias, de Madrid; pero él prefiere volver a Méjico, donde continúa, infatigable, su labor científica y de enseñanza [después de la independencia de Méjico].


Murió el 23 de marzo de 1849 de un ataque cerebral, y en recuerdo de su valía, en 1877 se dio el nombre de Cantón de Andrés del Río a una rica región minera de Chihuahua, cuya capital es Batopilas".


PS:

En el siempre recomendable programa de RNE5 A hombros de gigantes, el 7 de enero de 2012, se dedicaron unos minutos a recordar la figura de Andrés Manuel del Río (pínchese aquí; debe irse al minuto 43). El texto, de Nuria Martínez Medina (Andrés Manuel del Río, el vanadio y la reforma de la minería), aquí





Andrés Manuel del Río descubrió el vanadio (que debería llamarse rionio en honor del gran científico hispano-mexicano, pero Berzelius es mucho Berzelius) en 1801, pocos años después del descubrimiento del cromo por Vauquelin. Nuestro eximio mineralogista identificó un nuevo elemento, que inicialmente llamó pancromo (debido a la variedad de colores de sus sales), en muestras minerales que llegaron a su laboratorio. Como buen científico, Del Río quería que su descubrimiento fuera confirmado por otros colegas. Y aprovechando el paso de Alexander von Humboldt por México le dio al explorador y naturalista alemán -colaborador y amigo- unas muestras del mineral que contenía el nuevo metal para que fueran analizadas en París por los mejores especialistas. 

Pero la fortuna no estaba del lado de Andrés Manuel del Río porque resulta que uno de los colegas de Vauquelin, cuenta Aldersey-Williams en su delicioso libro La Tabla Periódica, concluyó que no se trataba de un nuevo metal sino de cromo. Para colmo de infortunio los documentos que Del Río había enviado a Francia, por separado de las muestras, que aportaban información valiosa en apoyo de su tesis de haber descubierto un nuevo elemento se perdieron en la larga travesía por un lamentable naufragio. Del Río, que entonces ignoraba lo sucedido, aceptó la resolución de los químicos franceses con deportividad científica.

Treinta años después del hallazgo de Del Río el nuevo metal es redescubierto en un remoto lugar europeo por el sueco Nils Sefstroem (1831), en otro mineral. Los suecos, a iniciativa de Berzelius, llamaron vanadio al elemento (que posteriormente se comprobaría que no era otro que el pancromo o eritronio de Andrés Manuel del Río), recurriendo a la mitología escandinava  (Vanadis o Freya,  era diosa del amor, la belleza y la fertilidad).

No estaría mal que cuando nos refiriéramos al elemento de número atómico  23 lo hiciéramos llamándolo vanadio o rionio, en pequeño homenaje a tan gran mineralogista hispano-mexicano.

 [Pintura en la que se representa a Freyja o Freya, también conocida como Vanadis.
Fuente de la imagen Wikipedia: aquí

 

El futuro de la fusión nuclear




En su columna "El electrón libre" del pasado jueves 20 de noviembre en el diario Público (que tiene una muy digna y recomendable sección dedicada a las ciencias), el catedrático don Manuel Lozano Leyva analizaba el polémico asunto del problema de la energía. En ella, bajo el título de "La telaraña fósil", tan docto profesor se hacía la siguiente pregunta: "¿Pero puede ser Europa independiente y soberana energéticamente?". Bien sabe él la respuesta al peliagudo interrogante: "Sólo tiene dos vías realistas: basar su bienestar y desarrollo en un consumo mínimo de energía o relanzar la nuclear". Valiente postura (y creo que acertada), que seguramente le habrá provocado no pocas enemistades entre los lectores del diario Público (muchos de ellos, supongo, fervientes antinucleares). Todo plan de actuación serio, responsable y realista en este crucial asunto ha de fundamentarse, como nos indica Lozano Leyva, en tres pilares esenciales y complementarios: ahorro energético, investigación en la energía solar (para mejorar su bajísimo rendimiento) y desarrollo (nos guste o no), prudente y sin prejuicios, de la energía nuclear.


En el blog de ciencias de Público le preguntaba yo al profesor Lozano Leyva (ante mis temores de que las dificultades técnicas y económicas estén ralentizando el desarrollo de la energía nuclear de fusión y tal vez el optimismo al respecto se esté desvaneciendo) lo siguiente: ¿Podremos ver alguna central nuclear de fusión funcionando dentro de tres o cuatro décadas? El amable físico me respondió así:


"La fusión nuclear controlada se está desarrollando por etapas. Las podríamos correlacionar con sus costos y (en consecuencia) con su carácter: nacional, europeo y (casi) mundial. En España, por ejemplo, tuvimos el TJ en el CIEMAT, un dispositivo experimental tipo Sterelator. Después vino el JET (Joint European Torus), instalado cerca de Oxford en UK. Sus resultados positivos dieron paso al ITER (International Thermonuclear Experimental Reactor) que se está instalando en Francia y en el que, además de Europa, participan Estados Unidos, Japón, Rusia, India y Corea del Sur (quizá algún país más que no recuerdo). Este es del tipo Tokamak. su instalación estará a punto allá por el 2017. Si los resultados son como se esperan, tras varios años de estudios, se podrá diseñar (supuestamente) el DEMO, cuya construcción durará del orden de otra década. Este reactor ya podrá conectarse a la red, es decir, será supercrítico proporcionando más energía eléctrica de la que consume. Pero seguramente aún tendrá que proporcionar datos para los diseños industriales. Si hace la suma...con suerte tendremos la energía de fusión en unas tres décadas. Todo son incertezas salvo una: si no investigamos y abandonamos la energía nuclear, la energía de fusión no la obtendremos nunca".


Paciencia pues, y constancia en la investigación en este asunto, que sí que es crucial para el devenir de la humanidad. Mientras tanto, los ciudadanos debemos esforzarnos en ahorrar energía dentro de nuestras posibilidades (un servidor, por ejemplo, ha escrito esta "entrada" bien abrigado, y con una manta sobre las piernas, en vez de mantener la calefacción encendida al máximo).


Manuel Lozano Leyva es catedrático de Física Atómica, Molecular y Nuclear en la Universidad de Sevilla y, además de numerosas publicaciones científicas, ha escrito tres interesantes obras de divulgación ("El cosmos en la palma de la mano", 2002; "De Arquímedes a Einstein. Los diez experimentos más bellos de la física", 2005; "Los hilos de Ariadna. Diez descubrimientos que cambiaron la visión del mundo", 2007) y cuatro novelas, que tendremos que leer ( "El enviado del Rey", 2000; "Conspiración en Filipinas", 2002; "La excitación del vacío", 2002; "El galeón de Manila", 2006).


sábado, 22 de noviembre de 2008

Ciencia y espiritismo en el siglo XIX




Probablemente el lector se sorprenderá de que, en la segunda mitad del XIX (el siglo de la eclosión y auge del positivismo), no pocos científicos solventes y de reconocido prestigio se interesaron por el espiritismo y sus prácticas; en algún caso incluso el interés pasa a ser militancia. Sin embargo, diremos que todos ellos lo hicieron honestamente e intentaron interpretar el espiritismo bajo una perspectiva rigurosa y científica.


Quizás el caso más paradigmático es el de Alfred Russell Wallace (1823 - 1913), padre, junto con Darwin, de la teoría de la evolución de los seres vivos mediante un proceso de selección natural. Wallace fue un convencido militante del espiritismo. Así, en 1875, publicó un voluminoso libro sobre el tema: On miracles and modern spiritualism. El espiritismo surgió a mediados del siglo XIX y se difundió rápidamente, de manera que, a finales de dicha centuria, había unos quince millones de adeptos en todo el mundo. Wallace identificaba las formas espirituales con la realidad objetiva y, aunque hoy nos choque en extremo, el insigne naturalista inglés (observador y teórico de gran talla) llegó incluso a afirmar en su libro sobre el espiritismo que "el espiritualismo moderno es una ciencia experimental".


Otro caso destacable es el del astrónomo francés Camille Flammarion (1842 - 1925), fundador en 1887 de la Sociedad Astronómica de Francia, meticuloso observador del Sistema Solar (particularmente de Marte, por lo cual a uno de sus cráteres se le dio su nombre) y gran divulgador (el Carl Sagan del siglo XIX). Flammarion se interesó sobremanera por el espiritismo y consideraba estos fenómenos sujetos a principios científicos no descubiertos todavía. Al igual que Wallace, el eminente astrónomo francés concebía el espiritismo como una ciencia. Para su estudio, pensaba, era preciso abordar rigurosamente la investigación de los fenómenos psíquicos (a la sazón muy oscuros). A la muerte de Allan Kardec (patriarca del espiritismo en Francia) en 1869, se le propuso a Flammarion la presidencia de la Sociedad Espiritista de París, pero éste rehusó, según el epistemólogo e historiador de las ciencias Pierre Thuillier, "por considerar que los discípulos de Kardec tenían una tendencia demasiado acusada a ver el espiritismo como una especie de religión" y no como una ciencia.


Concluimos este repaso a tan apasionante e inquietante asunto con un fragmento de la interesante biografía de Faraday (1791 - 1867) escrita por Fernando Rivero Garrayo (1925 - 2005), Michael Faraday, fundador del electromagnetismo, publicada en la Revista Digital de Ciencias del Club Científico Bezmilina (en tres partes; la última, a la que corresponde este fragmento, en la edición de 2008), que nos sirve de colofón:


"Faraday, a pesar de su aguda intuición, que le condujo a sus grandes descubrimientos, tenía una mente racional. Sobre esto, no está de más recordar su firme oposición al espiritismo. Desde que en 1848, las hermanas norteamericanas Margaret y Kate Fox afirmaron que tenían contacto con espíritus del otro mundo, esta creencia se extendió rápidamente, no sólo por Estados Unidos sino por toda Europa y, en especial, por Inglaterra. Aquí se realizaron bastantes sesiones espiritistas, asistiendo a ellas algunos científicos para convalidar su supuesta veracidad. Entre ellos se pueden citar, desde esta época hasta final de siglo, a algunos que creyeron en estos fenómenos, como el biólogo Alfred Russell Wallace, cofundador con Darwin de la teoría de la selección natural; el químico y físico William Crookes, ya citado por sus estudios sobre los rayos catódicos, y el también físico Oliver Lodge, que desarrolló la telegrafía sin hilos; el precursor de la teoría lógico-matemática de los conjuntos, Augustus de Morgan; y el astrónomo francés Camille Flammarion. Por el contrario, otros científicos eminentes, que también estudiaron el espiritismo, como los físicos lord Rayleigh y J. J. Thomson, se mostraron -como la inmensa mayoría de los científicos del presente siglo [XX]- renuentes a aceptarlo. A este último grupo perteneció Faraday, demostrando que, en algunos casos, el movimiento de la mesa en una sesión espiritista era consecuencia de la contracción muscular de las manos de los asistentes; a partir de aquí, dejó de interesarse en este asunto".


(Para profundizar en el tema: PIERRE THUILLIER, "La trastienda del sabio", Fontalba, Barcelona, 1983)


(Fotos: Camille Flammarion, superior; sesión de espiritismo, inferior)


El movimiento browniano...desde otro punto de vista (para jóvenes desorientados)


¿No nos recuerda nuestra vida a un movimiento browniano? ¿No es nuestro existir una sucesión de movimientos caóticos, sin un rumbo fijo? ¿No es nuestra vida un continuo avanzar y retroceder, un actuar sin saber la causa que nos mueve, sin saber realmente el fin de nuestras desordenadas acciones? ¿Tiene significado y propósito nuestra vida? ¿Sabemos qué rumbo debemos tomar, o simplemente dejamos que los impactos externos nos desplacen sin fin, azarosamente, no alcanzando jamás una meta, no llegando a ninguna parte? ¿Sobrevivimos en el coloide vital o acaso vivimos con un objetivo?

Desgraciadamente, creo que la mayoría de nosotros somos meros granos de polen en browniana agitación. La filósofa y pionera feminista británica Mary Wollstonecraft (1759 - 1797), madre de Mary Shelley (la autora de Frankenstein), escribió certeramente: " Nada contribuye más a tranquilizar la mente como un firme propósito, un punto en el que el alma pueda fijar su ojo intelectual".

En esta salvaje sociedad del consumo vivimos, salvo dignísimas excepciones, sin más objetivo que el de consumir para mejorar, supuestamente, nuestra calidad de vida, o peor aún, consumir por consumir, arrastrados por la vorágine que nos lleva (a ninguna parte). ¡Qué brutal contraste con las palabras de Francisco de Asís! Recordemos: "Yo necesito poco y ese poco lo necesito muy poco". Sabias palabras que deberían hacernos reflexionar. Sin llegar al extremo del santo, sí hemos de pensar si nuestra vida necesita un viraje, un punto de inflexión que inicie un camino diferente, firme, con un propósito que nos saque del caótico movimiento. Acaso nuestros objetivos no sean nada ambiciosos (¡qué importa!), pero darán significado a nuestra existencia.

(Foto: galeriadelsur.xoc.uam.mx/images/buendcua.gif)

lunes, 17 de noviembre de 2008

El lenguaje (poético) de la Física


El escritor Antonio Muñoz Molina, miembro de la R.A.E., aficionado a los temas científicos (una rareza para un literato, que se agradece), publica mensualmente un artículo en la revista de divulgación "Muy Interesante" (en la sección "Las dos culturas", que recomendamos). En el número de este mes de noviembre escribe Muñoz Molina sobre el LHC y los temores, injustificados en su mayor parte, que despierta, incluidos catastróficos agujeros negros caníbales ("La máquina del fin del mundo" es el significativo y sugerente título).

En dicho artículo nos dice asimismo:

"Con sus hipótesis sobre la materia oscura y las dimensiones múltiples del espacio-tiempo el lenguaje de la Física se aproxima muchas veces al de la poesía".

No es el único que piensa así (no hace falta decir que sus contenidos son mucho más prosaicos).

Si el lector tiene cierta inclinación por lo poético le sugiero que no deje de visitar "Poesía y ciencia", se sorprenderá. Asimismo recomiendo los poemas de "Planetario", del poeta y traductor sevillano Antonio Rivero Taravillo (biógrafo de Luis Cernuda).

(También puede visitarse, para las relaciones entre ciencia y literatura, el blog del escritor y geólogo Jorge Ordaz, "Obiter dicta", con una exótica y fascinante sección titulada "Geoletras"; tal vez le interese al amable lector la lectura de mi artículo en la Revista Digital de Ciencias del Club Científico Bezmiliana, "La ciencia en la literatura", en la edición de 2007)


jueves, 13 de noviembre de 2008

La ciencia en la historia


Saboreaba sosegadamente una taza de café aquella tarde estival, antes de tan importante cita. Para distraer la imaginación había adquirido en el quiosco un ejemplar de "Historia y Vida" (sugerente nombre). Me había llamado la atención su portada, en la cual se anunciaba un número especial con motivo del 40 aniversario (1968 - 2008) de la histórica revista de divulgación. La hojeaba apaciblemente, repasando el especial "40 hechos que cambiaron la historia" y pronto quedé sorprendido por el gran número de acontecimientos científicos al que se hacía referencia, considerándolos momentos clave de la historia de la humanidad. Aplaudimos con entusiasmo esta propuesta. Y es que, afortunadamente, cada vez es mayor la presencia de las noticias y reportajes sobre asuntos científicos en la prensa general y en revistas de divulgación de la historia, como la mencionada. Parece, por fin, que la Ciencia comienza a ser considerada como una parte más, esencial, de la Cultura, y no como esa extraña actividad de los (raros) científicos.

En el susodicho especial, entre esos 40 hechos que cambiaron la historia encontramos: "El arma que cambió la guerra" (sobre la pólvora, inventada en China en el siglo IX y que se expandió por el resto del mundo gracias a la ruta de la seda); "Apocalipsis medieval" (que hace referencia a la terrible epidemia de peste negra que asoló Europa a mediados del siglo XIV); "Cultura para todos" (donde se narra cómo el conocimiento y la difusión de las ideas recibieron un impulso crucial y sin precedentes gracias al invento de Gutenberg en 1440, la imprenta); "Un nuevo mundo para Europa" (sobre el descubrimiento de Cristóbal Colón en 1492, ampliando el mundo conocido, que a mediados del siglo XV se limitaba a Europa, África y Asia); "En busca de las leyes del universo" (donde se nos cuenta cómo Isaac Newton se vio obligado a refugiarse en su pueblo natal huyendo de la peste que hacía estragos en Londres en 1665, y en la tranquilidad del mundo rural fue capaz, en un par de años, de esbozar los fundamentos del cálculo infinitesimal, la naturaleza de la luz y la ley de gravitación universal); "El despegue del capitalismo" (sobre la trascendencia socioeconómica de la máquina de vapor, inventada por Newcomen y perfeccionada por el escocés James Watt medio siglo después, en 1763); "La biblia del saber universal" (sobre la Enciclopedia de Diderot y D´Alembert, publicada en París en 1772, la cual era un monumental compendio de conocimientos científicos, artísticos y técnicos); "Una nueva forma de mirar" (que narra la historia de la fotografía, desde la cámara oscura descrita por Leonardo en el siglo XV y los experimentos de Boyle con sales de plata en el XVII, hasta la Leica, la primera cámara portátil, de 1913); "El gran salto de la medicina" (sobre el estudio de las enfermedades infecciosas a mediados del siglo XIX, con el gran triunfo de la antisepsia de Lister y de la asepsia de la esterilización según el método de Pasteur); "Sincronizar el tiempo" (aquí nos es contada la historia del establecimiento de los husos horarios y de cómo en 1884 se decidió adoptar como referencia el meridiano que pasaba por el centro del Observatorio de Greenwich, Londres); "El precio del progreso" (sobre el petróleo, la fuente de energía que "ha producido cambios más rápidos y trascendentales"); "Nada es lo que parece" (sobre cómo Albert Einstein transformó nuestra visión del cosmos con la publicación de su teoría de la relatividad en 1905, demostrándonos que el tiempo no siempre pasa igual de rápido, ni los objetos miden lo mismo ni la masa es constante, lo único invariable en nuestro universo es la velocidad de la luz); "El secreto de la vida" (que hace referencia al descubrimiento, por parte de los jóvenes científicos Crick y Watson en 1953, de la estructura de doble hélice de la molécula de ADN, "el descubrimiento biológico más importante desde la teoría de Darwin"); "Un idioma de ceros y unos" (sobre la revolución iniciada en 1953 con el nuevo ordenador, el 701 EDPM de IBM, que usaba cintas magnéticas para almacenar la información y que tenía un hardware binario); "La llave de la revolución sexual" (sobre las primeras píldoras anticonceptivas, a comienzos de los años 60 del pasado siglo); y "Un momento de gloria" (que nos narra el magno acontecimiento de julio 1969, cuando Neil Armstrong, al pisar el suelo de nuestro satélite, dio aquel célebre pequeño paso para un hombre pero gigante para la humanidad ).

¡Qué bien me supo aquel café!

(En la foto de la cabecera vemos a Michael Faraday en su laboratorio, quien, por cierto, no es mencionado en el reportaje y sí debería estar, pues su contribución al estudio del electromagnetismo y de sus aplicaciones cambiaron el mundo)

martes, 11 de noviembre de 2008

Caótico movimiento (browniano)







Robert Brown (1773 - 1858), médico y botánico escocés, hizo un importante descubrimiento en 1827 cuando observaba al microscopio una suspensión de granos de polen de clarkia pulchella: éstos, lejos de permanecer quietos, se movían continuamente, al azar, cambiando su posición sin cesar en un movimiento realmente caótico.



Este movimiento es debido a los impactos de las partículas invisibles constituyentes del agua, las moléculas, con las partículas relativamente grandes que forman la suspensión (en este caso, los granos de polen).



Albert Einstein (1879 - 1955) explicó teóricamente el movimiento browniano, que así se denomina al caótico fenómeno, en 1905 y el francés Jean Perrin (1870 - 1942) llevó a cabo posteriormente las experiencias definitivas. La teoría cinética de la materia tenía entonces una importantísima prueba experimental a su favor; y ello poco después del suicidio de Boltzmann.



Para profundizar en el movimiento browniano hay un excelente trabajo en: http://omega.ilce.edu.mx:3000/sites/ciencia/volumen1/ciencia2/13/htm/



Para saber más sobre Boltzmann puede consultarse mi artículo en la Revista Digital de Ciencias del Club Científico Bezmiliana (edición de 2007): "Una misteriosa ecuación en el cementerio".

Tres telescopios con historia







Continuando con el asunto de los telescopios, traemos a este blog las fotos de tres de ellos, reflectores, con mucha historia: el de Isaac Newton (1643 -1727), inventor del telescopio de reflexión, el que William Herschel (1738 - 1822), descubridor del planeta Urano en 1781 y pionero en la construcción de telescopios de gran tamaño, diseñó para el Observatorio Astronómico de Madrid (fundado por iniciativa de Carlos III a sugerencia de Jorge Juan y ubicado en una pequeña colina junto al actual Parque del Retiro) y el de William Parsons (1800 - 1867), conde de Rosse, parlamentario aficionado a las ciencias y a la astronomía. El noble irlandés (quien durante la tristemente célebre hambruna de 1845, que castigó cruelmente a su, entonces, pobre país, se negó a cobrar los alquileres a los campesinos que labraban sus tierras para mitigar su sufrimiento) logró construir en 1848 el Leviatán, un telescopio de reflexión de 184 cm de diámetro, con un tubo de 8 metros de largo, el mayor telescopio reflector metálico del mundo, con el que se hicieron importantes descubrimientos (como, por ejemplo, la forma espiral de la Galaxia del Remolino o M51). Otra curiosidad: el gigantesco telescopio Leviatán es mencionado por Julio Verne en "De la Tierra a la Luna" (1865).



Procedencia de las fotos: Newton (www.um.es/docencia/pherrero/); Herschel (www.fomento.es/); Leviatán de Parsons (http://mizar.blogalia.com/).



Para saber más: "Historia del telescopio", Isaac Asimov, Alianza Editorial, 1986.



(Foto superior: telescopio de Newton; foto intermedia; telescopio de Herschel para el O.A.M; foto inferior: telescopio "Leviatán" de Parsons).

sábado, 8 de noviembre de 2008

Galileo y el telescopio




No está del todo clara la autoría de la invención del telescopio. Según nos cuenta Arthur Koestler en su biografía de Kepler (Biblioteca Salvat de Grandes Biografías, Barcelona, 1985), el 2 de octubre de 1608, el fabricante de lentes holandés (de Middleburg) Lippershey solicitó al gobierno de su país una licencia por treinta años para manufacturar telescopios con lentes simples y dobles. Parece ser que durante el siguiente mes vendió varios de sus catalejos, pero no le fue concedida la licencia en exclusiva debido a que en el intervalo otros dos hombres habían presentado el mismo invento.


No obstante, recientes investigaciones llevadas a cabo por Nick Pelling, atribuyen la autoría del invento a un español, el catalán Juan Roget en 1590. El catalejo de nuestro compatriota habría sido copiado por Zacharias Janssen, quien intentó patentarlo el 17 de octubre. Éste y Jacob Metius, que intentó patentarlo el día 14, serían los dos hombres a los que se refería Koestler. El informático Nick Pelling defiende su tesis apoyándose en las pesquisas de José María Simón de Guilleuma (1886 - 1965), quien no llegaría a concluir su investigación.


En 1609 varios telescopios holandeses llegaron a Italia y fueron copiados. Galileo, que había tenido noticias del invento, decidió construir un instrumento similar, para lo cual se vio obligado a estudiar profusamente la teoría de la refracción. Lo cierto es que, dadas su habilidad y capacidad intelectual, Galileo perfeccionó notablemente el catalejo, convirtiéndolo en un verdadero telescopio refractor capaz de escrutar los cielos como nunca se había hecho antes (¡ay, Tycho Brahe, si hubieras vivido un poco más para poder usar el telescopio en tus observaciones astronómicas!).


Cuenta Koestler que Galileo, tras sucesivas mejoras de su telescopio, comenzó a apuntarlo hacia la Luna y las estrellas (que anteriormente no le habían atraído demasiado). Según palabras del propio sabio pisano, logró construir un instrumento tan superior que los objetos vistos a través de él aparecían aumentados casi un millar de veces, y parecían estar más de treinta veces más cerca que vistos simplemente con los ojos (como hizo Brahe). Afirmaba esto Galileo en Sidereus Nuncius ("El mensajero sideral"), publicado en Venecia en marzo de 1610. Fue esta la primera obra científica de Galileo, en la que no sólo describía su telescopio y los descubrimientos efectuados con él, sino que el libro, como indica Koestler, estaba escrito en un estilo nuevo, claro y conciso que ningún erudito había empleado antes (se vislumbra ya aquí al gran Galileo, el que sería considerado padre de la nueva ciencia, basada en el método experimental). Con su telescopio observó la Luna (con sus "mares" de polvo, cráteres y cadenas montañosas), el Sol (con sus zonas oscuras o manchas) y los planetas. De gran trascendencia es el descubrimiento de cuatro lunas de Júpiter el 7 de enero de 1610, satélites que giraban alrededor del más gigante de los planetas exteriores. Pruebas evidentes a favor de la teoría heliocéntrica de Copérnico (aunque a la sazón no tan evidentes para muchos, ¡pobre Galileo!).

jueves, 6 de noviembre de 2008

Viajando por el cosmos con Carl Sagan









Hemos añadido a este modesto blog enlaces a vídeos científicos (y a otros que no lo son, por ejemplo, algunos musicales para que el visitante pueda disfrutarlos si lo desea, y varios del filósofo Gustavo Bueno para el debate y la reflexión).




Entre los vídeos científicos he querido incluir los de la añorada serie televisiva Cosmos, del también inolvidable Carl Sagan (1934 - 1996), astrónomo y divulgador norteamericano. La serie está presentada por el propio Sagan y escrita con su última esposa, la científica Ann Druyan (cuántos hombres de ciencia han estado apoyados fielmente por mujeres; recuerdo aquí a Caroline, hermana del gran astrónomo William Herschel).




Obras de Sagan son también: Contacto (1985), Un punto azul pálido (1994), El mundo y sus demonios (1997) y La diversidad de la ciencia (2006), entre otras.




Gocemos con este magnífico regalo del amable astrónomo de Brooklyn. Gracias.

lunes, 3 de noviembre de 2008

Laboratorio iatroquímico


Podemos considerar a la iatroquímica, o química médica, como una rama heterodoxa de la alquimia, fundada por Paracelso (1493 - 1541), que, no obstante, pronto se separaría completamente de ella y a lo largo del siglo XVII jugó un papel esencial en el nacimiento de la química moderna. En España, es justo que destaquemos a Félix Palacios y Bayá, traductor de Lemery y autor de la célebre "Palestra pharmaceutica chymico-galenica" (1706). En la foto se muestra un laboratorio iatroquímico (fuente: www.mde.es/).

Para leer mi artículo "La Química a la palestra. Una aproximación a los orígenes de la ciencia química en España", en El rincón de la ciencia, pínchese aquí.