sábado, 30 de agosto de 2014

Alfred Nobel: emprendedor y experimentador incansable (parte II)

[OLOF RUDBECK (1630 - 1702); ilustre antepasado de Alfred Bernhard Nobel.
Fuente de la imagen: Wikipedia]

Petrus Nobelius había nacido en Nöbbelöv (Escania, al sur de Suecia) a mediados del siglo XVII. Su apellido, latinizado, hacía referencia a su lugar de nacimiento. Su suegro era nada menos que Olof Rudbeck, una de las figuras más notables de la cultura y la ciencia suecas. El polifacético Olof Rudbeck ("el viejo"), nacido en 1630, fue catedrático de Medicina en la Universidad de Uppsala y, además de dominar su especialidad y la botánica, fue historiador, compositor, arquitecto e ingeniero. Hoy podemos disfrutar de una de sus magníficas creaciones: el teatro anatómico en la cúpula del antiguo edificio Gustavianum de la Universidad de Uppsala (actualmente museo de obligada visita), inspirado en los de Padua y Leiden, con la sustancial mejora respecto a ellos de una excelente iluminación natural para realizar las disecciones. Tuvo Petrus Nobelius un nieto que convirtió el apellido en Nobel para la posteridad. Este nieto de Petrus tendría otro nieto llamado Alfred Bernhard, quien pasados los años haría importantes avances en el campo de los explosivos (tan necesarios en las minas, los túneles y otras obras de ingeniería en un mundo, el de la segunda mitad del siglo XIX, en vertiginoso desarrollo técnico) y haría fortuna con sus fábricas. El padre de nuestro protagonista, Immanuel Nobel, ya se dedicaba a la obtención de explosivos, así pues no es de extrañar la trayectoria de Alfred Nobel. Y con un antepasado tan sobresaliente como Olof Rudbeck y una educación privada exquisita (en San Petersburgo, donde se trasladó la familia, no acudió a la escuela sino que recibió clases en su propia casa por parte de prestigiosos profesores, como los químicos Trapp y Zinin) no es raro que Alfred Nobel, el padre del detonador y la dinamita (y de más de 350 patentes) y de los premios más célebres y apreciados, fuera un hombre de gran talento y cualidades extraordinarias para la experimentación y la invención.

[ALFRED B. NOBEL de joven. Imagen procedente de www.nobelprize.org]

Sin duda fue de enorme importancia para el joven Alfred Nobel (Estocolmo, Suecia, 1833 - San Remo, Italia, 1896) su estancia en París a comienzos de la segunda mitad del siglo XIX. Allí completó su formación como químico bajo la supervisión de Jules Pelouze, de gran reputación en aquella época. El célebre químico francés contaba entre sus discípulos con el italiano Ascanio Sobrero (1812 - 1888), quien había descubierto una sustancia explosiva en los años 40 del siglo XIX al añadir glicerina a una mezcla con ácido nítrico (HNO3). Él la llamó piroglicerina, posteriormente conocida como nitroglicerina. Sobrero sufrió en su propio rostro la cualidad explosiva de la nueva sustancia y descartó su aprovechamiento debido a la peligrosidad de su manejo (la nitroglicerina es muy sensible a los golpes, la agitación y el calor). Resulta irónico que Ascanio Sobrero, habiendo estudiado medicina, despreció la utilidad de la nitroglicerina debido a los riesgos que conlleva. No podía imaginar entonces que llegaría a aplicarse en medicina como vasodilatador.



[La nitroglicerina, CH2ONO2-CHONO2-CH2ONO2, es un líquido viscoso, amarillo pálido, soluble en alcohol y éter, ligeramente soluble en agua y con mayor densidad que ésta (1,6 g/cm3). Fue obtenida por primera vez por el médico y químico italiano ASCANIO SOBRERO en 1847 al hacer reaccionar la glicerina, un subproducto de la fabricación de jabón, con ácido nítrico en presencia de ácido sulfúrico. 1mol de glicerina reacciona con 3 moles de ácido nítrico para formar 1 mol de nitroglicerina y 3 moles de agua.
Imagen procedente de Wikipedia]



Fue en el laboratorio de Pelouze (quien había trabajado también en la obtención de explosivos) donde Alfred Nobel debió interesarse por ese nuevo explosivo que había desechado Sobrero por su peligro y dificultad de controlar. Y para Nobel, familiarizado (nunca mejor dicho) con el mundo de los explosivos, se abría una magnífica oportunidad para investigar y experimentar tenazmente sobre aquella piroglicerina de Sobrero. Tal vez él podría ser capaz de dominar el potente explosivo y hacer posible su comercialización. Y así fue, aunque el asunto tuvo sus complicaciones y no faltarían los accidentes (uno de ellos muy doloroso para toda su familia, la explosión registrada en 1864 en la fábrica sueca de Heleneborg, donde murieron varias personas, entre ellas el hermano menor de Alfred Nobel, Emil). Para proseguir los trabajos de laboratorio con una sustancia de tan peligroso manejo hacía falta mucho valor y tener las ideas muy claras de lo que se busca, lo cual no está al alcance de cualquiera. Pero Alfred Nobel estaba hecho de una madera especial y había mamado los peligros y las dificultades de la obtención y manipulación de explosivos. Por fin en los años 60 fue capaz de producir nitroglicerina en cantidad suficiente y en 1863 obtiene la patente por su método de obtención de nitroglicerina, el aceite explosivo. El descubrimiento de la nitroglicerina fue de Sobrero pero Alfred Nobel hizo posible su fabricación con menos riesgos y su posterior comercialización. Una mente inquieta y emprendedora como la de Nobel no se conforma, sin embargo, con lo obtenido, sino que observa sus defectos y trata de corregirlos. Las invenciones de Nobel no habían hecho más que empezar, las ideas (permítanme la expresión) detonaban en su cabeza...

La primera parte aquí:


Y la tercera y última puede leerse aquí:

- "Alfred Nobel: emprendedor y experimentador incansable (parte III)".

viernes, 29 de agosto de 2014

Alfred Nobel: emprendedor y experimentador incansable (parte I)

[Medalla correspondiente al premio Nobel de Química, concretamente la de 1954, concedida a Linus Pauling. En el anverso, retrato de Alfred Nobel; en el reverso se representa la naturaleza mediante la diosa Isis, que porta la cornucopia o cuerno de la abundancia, símbolo de prosperidad, mientras la ciencia levanta el velo de la diosa. Fuente de la imagen aquí]


"Se puede afirmar sin exagerar que lo que sirve de fundamento a todo el conocimiento humano es la observación y búsqueda de similitudes y disimilitudes".

(ALFRED NOBEL)


Una visita a la bella y elegante ciudad de Estocolmo es una oportunidad magnífica para recorrer los lugares emblemáticos de los celebérrimos premios Nobel: el antiguo edificio de la Bolsa, distinguida construcción del siglo XVIII en el corazón de Gamla Stan (isla que constituye la ciudad vieja), que alberga el Museo Nobel (un recinto expositivo dedicado a los premios que incluye también una pequeña e interesante sala donde se nos explican aspectos de la vida, los intereses intelectuales e invenciones del hombre que hizo posible los galardones más preciados de la ciencia, la literatura y la paz); el feo edificio azulado de conciertos, sede de la Real Orquesta Filarmónica, un mamotreto neoclásico en Norrmalm (ensanche del XVIII al norte del casco viejo de Gamla Stan), construido en los años 20 de la pasada centuria, que, sin embargo, es el lugar (de momento, pues está previsto un nuevo edificio) donde el rey de Suecia entrega los premios; y el imponente Ayuntamiento de la capital (inaugurado en 1923), en cuya Sala Azul (que no es de tal color sino un enorme patio cubierto que recuerda a un palacio medieval de la Italia septentrional, con altas paredes de ladrillo rojizo y señoriales columnas y escalinata) tiene lugar el muy concurrido banquete de gala tras la ceremonia de entrega de galardones en la Sala de Conciertos, que culmina con un baile en la  deslumbrante Sala Dorada del edificio (que sí merece su nombre pues el pan de oro la decora).

[Magnífica Sala Dorada del Ayuntamiento de Estocolmo. Imagen procedente de www.estocolmo.org]

Los premios Nobel se entregan cada 10 de diciembre (tal día de 1896 murió el científico e inventor sueco en San Remo) en las categorías de Física, Química, Medicina o Fisiología, Literatura, Paz (los originales incluidos por Alfred Nobel en su testamento) y de Ciencias Económicas (instituido por el Banco de Suecia a finales de los años 60 del pasado siglo). Alfred Nobel tenía un espíritu cosmopolita y humanista (había viajado por diferentes países de Europa y por Estados Unidos y dominaba cinco idiomas: ruso, francés, inglés y alemán, además del sueco) y era su deseo que los premios que debían concederse con la fortuna que había acumulado gracias a sus patentes y negocios para premiar a aquellos cuyos trabajos y esfuerzos hubieran sido de mayor utilidad a la humanidad tuvieran carácter internacional (lo cual fue motivo de cierta crítica en Suecia pues algunos no veían con buenos ojos que parte de la herencia de Nobel fuera destinada a extranjeros). La Real Academia de Ciencias de Suecia concede los galardones de Física y de Química, mientras que el prestigioso Instituto Karolinska de Estocolmo decide el correspondiente a Medicina o Fisiología. Tras salvarse las dificultades del testamento de Nobel por fin se entregaron los primeros premios en 1901, con el nacimiento del siglo XX, que tantos descubrimientos científicos revolucionarios depararía. El primer galardón de Física fue para el alemán W. C. Röntgen, por su descubrimiento de los rayos X; el de Química para el holandés van't Hoff, por su descubrimiento de las leyes de la dinámica química y de la presión osmótica en disoluciones; el de Fisiología o Medicina se concedió aquel primer año al alemán von Behring, por su descubrimiento de la aplicación de suero sanguíneo en la terapia de enfermedades infecciosas, particularmente en la difteria. Son innumerables las curiosidades que se pueden citar respecto a la ya larga trayectoria de los premios Nobel. Tan sólo diré aquí que dos son los españoles que han recibido el galardón de Fisiología o Medicina: Santiago Ramón y Cajal (en la temprana fecha de 1906) y Severo Ochoa (en 1959). Puede consultarse la entrada "Cajal y Ochoa, científicos españoles con el Nobel" en El devenir de la ciencia.

[ALFRED BERNHARD NOBEL (1833; Estocolmo, Suecia - 1896; San Remo, Italia). Fuente de la imagen: http://www.nobelprize.org/alfred_nobel/]


Resulta curioso que los premios que llevan el nombre de Nobel sean tan conocidos y valorados en todo el mundo y, en cambio, la biografía y la tenaz labor investigadora y empresarial del inventor sueco que donó en su testamento buena parte de su fortuna para los mismos queden reservadas para un relativamente reducido número de curiosos, científicos e historiadores que se han interesado por ellas.

El personaje, en sí mismo, es del máximo interés. Y no sólo por su invención de la dinamita. Alfred Bernhard Nobel fue un emprendedor y experimentador incansable que no se conformó con haber dominado el poder explosivo de la nitroglicerina, de tantas aplicaciones en obras públicas e ingeniería, sino que no dejó de trabajar toda su vida, en diferentes partes de Europa (también en Estados Unidos), para innovar, crear fábricas y fomentar el progreso (no es justo reducir la visión que se tiene de Nobel a las aplicaciones bélicas que los gobiernos de las naciones han hecho de los explosivos o a los accidentes que éstos han provocado). Allá donde residiera Alfred Nobel había un completo laboratorio para experimentar y buscar soluciones.

A lo largo de su vida Alfred Nobel había conseguido 355 patentes (además de diferentes tipos de explosivos Nobel ideó un aparato fotográfico ligado a un cohete para tomar imágenes y mediciones del terreno, diferentes aparatos de electroquímica y óptica, un extintor de incendios, un sistema para realizar transfusiones de sangre, un método para la destilación continua del petróleo, etc.). Pero por si esto fuera poco, a la mentalidad del científico y el humanista (se interesó especialmente por la literatura y la filosofía) hay que añadir la del hombre de negocios que tiene que luchar contra todo tipo de dificultades y zancadillas para abrirse camino. Fue capaz de levantar unas cien fábricas repartidas en una veintena de países, también en España, concretamente en Vizcaya



viernes, 15 de agosto de 2014

Los tres grados en el conocimiento humano, según Claude Bernard

[CLAUDE BERNARD, en un retrato de 1875; procedencia de 
la imagen aquí]


Me parecen de interés estas palabras del eximio médico y fisiólogo francés Claude Bernard (1813 - 1878), impulsor decidido del método experimental en la investigación médica; visión bastante simplificada de la evolución de la actitud del hombre ante el conocimiento del mundo (pero creo que valiosa, aunque hay que analizarla, claro está, en su contexto histórico: el siglo XIX) que comparto con el lector, para que él mismo juzgue. Son fragmentos recogidos en el libro Dos biólogos: Claudio Bernard y Ramón y Cajal, de Pedro Laín Entralgo, Espasa-Calpe (Colección Austral), Buenos Aires, 1949. He aquí las palabras del sabio francés del XIX:

"El espíritu humano, en los diversos períodos de su evolución, ha pasado sucesivamente por el sentimiento, la razón y la experiencia. En un principio, el sentimiento se impuso por sí solo a la razón y creó las verdades de fe, es decir, la teología. La razón o la filosofía se constituyó luego en dueña y señora, y alumbró la escolástica. Por fin, la experiencia, es decir, el estudio de los fenómenos naturales, enseñó al hombre que las verdades del mundo exterior no se encuentran formuladas de antemano ni en el sentimiento ni en la razón. Uno y otra son tan sólo guías indispensables; mas para obtener esas verdades es necesario descender a la realidad objetiva de las cosas, donde se encuentran ocultas bajo su forma fenomenal".

Dice Laín Entralgo que no es necesario ser un lince para advertir la coincidencia entre el pensamiento del fisiólogo francés y las ideas del padre del positivismo, Auguste Comte. Sin embargo, a pesar de esta sintonía, aclara Laín, mientras que para Comte el logro histórico del último estado, el "estado positivo" (el período de la experiencia de Bernard), anularía las dos fases anteriores (el "estado teológico" y el "estado metafísico") para Claude Bernard el "período de la experiencia", aun siendo el último, no invalidaría las anteriores actitudes del hombre o modos de ser del espíritu humano, sino que el método experimental resume todo lo precedente y, dice Bernard, "se apoya sucesivamente sobre las tres ramas de este trípode inmutable: el sentimiento, la razón y la experiencia". Obviamente un investigador actual, sin negar que tenga una faceta emocional o pueda alimentar su "dimensión espiritual" con el sentimiento, incluso que posea fe religiosa (nada raro, por cierto, sobre todo entre médicos), emplea en su labor el método hipotético-deductivo, en el que la razón y la experiencia, nunca el sentimiento o las creencias sentimentales (que quedan al margen del método científico, que no las necesita y se vería gravemente adulterado por una contaminación de este tipo), son las herramientas imprescindibles.

Añade Laín Entralgo que Bernard, en un texto manuscrito de 1865, muestra un claro pensamiento "transpositivista" (término empleado por Laín) al definir tres grados o ramas del conocimiento humano, que no etapas históricas sucesivas. Asimismo observa Laín cómo Claude Bernard, en consonancia con su época, cae en el ingenuo error de llamar "ciencia" a la religión (que es una forma de conocimiento, no científica, del "mundo espiritual"). Escribe el médico y fisiólogo francés en dicho manuscrito:

"Es preciso distinguir tres grados en el conocimiento del hombre. En un principio se hace una representación de las cosas, en el [la] cual cree. En seguida quiere saber por qué cree, y razona sobre sus creencias. Por fin, quiere tener la prueba de sus razonamientos [aspecto genuinamente científico]: entonces demuestra, experimenta. De donde derivan las tres ramas fundamentales de los conocimientos humanos: 1º La ciencia de las creencias: Religión. 2º La ciencia del razonamiento: Filosofía. 3º La ciencia de las demostraciones, de las pruebas: Ciencias propiamente dichas".

Hoy no hablaríamos de ciencia más que para el tercer grado, mientras que los otros dos, aunque Bernard los cataloga como ciencias, quedarían al margen, aquí, en las palabras de Bernard, el término hay que entenderlo como sinónimo de saberes humanos. La conclusión de Claude Bernard es que en todos los conocimientos humanos y en todas las épocas hay una mezcla en proporción variable de religión, filosofía y ciencia. Esto, en todo caso, podemos asumirlo hasta mediados del siglo XIX, pero con posterioridad y particularmente desde comienzos de la pasada centuria el conocimiento de la naturaleza es absolutamente independiente del religioso y, aunque con influencias mutuas, tiene un carácter diferenciado (precisamente por su método) del filosófico.