Los manuales Soler (Sucesores de Manuel Soler, Barcelona), colección de libritos divulgativos de principios del siglo XX, son una auténtica delicia y, hoy, transcurridos más de cien años, siguen teniendo interés y al valor de sus contenidos se añade la gracia de leer los textos escritos con aquella característica redacción de la época. Cualquiera de ellos es una buena elección si entramos en una librería "de viejo" o paseamos por una de esas maravillosas ferias del libro antiguo y de ocasión (como la que todos los otoños se celebra en Sevilla) o, como marcan los tiempos, nos decidimos por Internet. Aquellos pequeños manuales Soler son buen ejemplo del esfuerzo de divulgación del conocimiento en los albores del siglo XX, cuando en España germinaba la Edad de Plata de nuestra cultura. Lemas como "los pueblos prosperan instruyéndose y educándose", "los pueblos que más leen y estudian son los que marchan a la vanguardia de la civilización" o "los más instruidos son los más útiles a la sociedad" constituyen el mascarón de proa de este gran galeón cultural, declaración de intenciones que, al margen de los intereses comerciales de la editorial, suscribimos y que, un siglo después, en el apogeo de esta crisis que sufrimos casi todos, debería hacernos reflexionar.
Encontramos en la colección gran variedad de títulos y autores, algunos ciertamente de relieve: Química Orgánica (Rodríguez Carracido), Geología (José Macpherson), Meteorología (Augusto Arcimis), Química Biológica (del mencionado R. Carracido, padre de la Bioquímica en España), Pedagogía Universitaria (F. Giner de los Ríos)... Y El Aire Atmosférico, del químico Eugenio Mascareñas Hernández , catedrático y decano de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Barcelona, autor de diversas obras como El aire líquido, folleto de 40 páginas correspondiente a la conferencia pública experimental impartida en la Real Academia de Ciencias Naturales de Barcelona el 13 de diciembre de 1899.
Como muestra del estilo divulgativo del pasado siglo incluyo aquí un fragmento de la Introducción de El Aire Atmosférico (ca. 1900), de Eugenio Mascareñas (en la imagen superior izquierda). Disfrutadlo:
"Envuelve a nuestro globo, le acompaña en sus movimientos de rotación sobre su eje y de traslación alrededor del Sol, una cubierta o capa gaseosa, conocida vulgarmente con el nombre de aire atmosférico o también atmósfera. Masa u océano fluido, indispensable a la vida orgánica, así animal como vegetal, que interviene eficazmente en la mayor parte de los fenómenos producidos en la superficie terrestre, y a la cual somos deudores de los encantos de esa aparente bóveda azul que nos cobija durante el día, y que admiramos tachonada de innúmeros puntos brillantes o estrellas en la obscuridad y silencio de la noche. Propagadora al mismo tiempo del sonido, difunde con providente uniformidad en todas direcciones la luz y el calor que el Sol nos envía, dando origen a los crepúsculos matutino y vespertino, que cual mágicos nuncios, envueltos en vistosos arreboles, advierten al hombre y a la naturaleza toda la próxima salida del radiante astro, al comenzar el día, y su desaparición lenta y gradual, antes de hallarnos sumidos en las tinieblas de la noche. Sereno y apacible en sus horas de calma, hubiera pasado inadvertido al hombre de las primitivas civilizaciones, a no ser por los terribles efectos que origina cuando, roto su equilibrio, es presa de violenta agitación en los huracanes y tempestades. Entonces se concibe su existencia, y asalta al espíritu la idea de su pesantez, presentida ya por el célebre filósofo de la antigüedad Aristóteles y probada experimentalmente, muchos siglos después, en el XVII de nuestra Era, [...]".