jueves, 26 de noviembre de 2015

Con ciencia, mejor. Blas Cabrera, un físico en la Academia Española de la Lengua

[Dos grandes físicos paseando por Madrid en 1923. Blas Cabrera, considerado uno de los padres de la física española, acompaña a Albert Einstein, creador de la celebérrima teoría de la relatividad, en su visita a España.
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En la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión que se celebra cada año en la sevillana Plaza Nueva adquirí hace unos días una pequeña joya bibliográfica: el discurso leído por Blas Cabrera, el gran físico canario que investigó las propiedades magnéticas de la materia y explicó a sus compatriotas las revolucionarias teorías científicas de principios del siglo XX que dieron luz a la física moderna (la Relatividad y la Mecánica cuántica), para su ingreso en la Academia Española de la Lengua, en el peligroso año de 1936 (entonces no era Real Academia, pues estamos en la II República, a pocos meses de la trágica Guerra Civil). 

El discurso versaba precisamente sobre estas dos nuevas teorías que abrían un panorama apasionante en la física: la Relatividad y la Mecánica cuántica. El título elegido por Blas Cabrera para el discurso del acto de su recepción académica el 26 de enero de 1936 fue: Evolución de los conceptos físicos y lenguaje. La contestación al discurso del físico canario la realizó el eminente académico Ignacio Bolívar y Urrutia, entomólogo (quien, al igual que Cabrera, terminó sus días, exiliado, en México).

En El devenir de la ciencia dedicamos ya unas líneas a comentar las peculiaridades y características esenciales del lenguaje científico:

El leguaje científico, con sus características de objetividad, precisión y universalidad, es el instrumento que emplean los científicos para comunicarse, para transferir información en la cual el mensaje es de naturaleza científica (una hipótesis, una ley o una teoría). Tal forma de expresión ha de estar al servicio de la ciencia, con las características arriba mencionadas que la determinan. Si la ciencia tiene que ser objetiva, su lenguaje no puede tener connotaciones emocionales, sociales, ni ideológicas, por ejemplo, propias de cada sujeto o de cada cultura. 

El lenguaje de la ciencia es más amplio que el ordinario en el sentido de que su vocabulario introduce neologismos para nuevos conceptos científicos que, en no pocos casos, con su uso por los medios de comunicación, son incorporados al lenguaje ordinario y se emplean en él habitualmente con naturalidad (teléfono, antibiótico, láser, microondas, etc.). El aspecto semántico del lenguaje científico es esencial, no solo por introducir nuevos términos de significado preciso sino por dar otro significado a palabras ya usadas ordinariamente. Por ejemplo, los conceptos de trabajo, energía, fuerza, potencia, calor, etc. tienen precisas definiciones científicas que hay que aclarar para no emplearlas en el sentido en el que se hace en el lenguaje cotidiano (cualquier profesor de Física ha de señalar a sus jóvenes alumnos que si no hay desplazamiento no se realiza trabajo, sólo estaremos haciendo un esfuerzo). El lenguaje de la ciencia también tiene diferencias sintácticas con respecto al lenguaje ordinario, pues, particularmente en física, posee una estructura lógico-matemática de las expresiones científicas (definiciones, leyes, teorías). Esto hace que aparezcan numerosos signos, muchas veces específicos de cada rama de conocimiento: símbolos (lógicos, matemáticos, de magnitudes y unidades, de elementos y compuestos), siglas (láser, por ejemplo, es el acrónimo de "light amplification by stimulated emission of radiation"), gráficas y otros.


Pero, además, el lenguaje de la ciencia debe evitar toda retórica, exageración o pomposidad y ha de cuidar la claridad y la precisión, facilitando su comprensión en la medida que sea posible. Más aún si se trata de divulgar las ideas científicas. Ya en el siglo XVII  Thomas Sprat, en su obra History of the Royal Society of London for the Improving of Natural Knowledge (1667), decía que los científicos debían expresar sus ideas llevando "todas las cosas tan cerca como sea posible de la simplicidad matemática, prefiriendo el lenguaje de los artesanos, los aldeanos y los comerciantes al de los sabios y los eruditos"  (citado en Historia de la ciencia sin los trozos aburridos,  de Ian Crofton con traducción de J. Ros, Ariel, 2011).


Volvamos a Blas Cabrera, ese eximio físico español que estimuló las mentes, como el filósofo Ortega y Gasset o el matemático Rey Pastor, a tantos jóvenes inquietos de la época (cuando España vivió una ilusionante Edad de Plata de la cultura). Del discurso de ingreso de Cabrera en la Academia Española en 1936 (para ocupar el sillón de Ramón y Cajal, amigo y maestro, quien ejerció profunda influencia en el interés de Cabrera por la ciencia a raíz de las tertulias del Café Suizo, pues en principio nuestro protagonista se había trasladado de Canarias a Madrid en 1894 con la intención de estudiar Derecho) destacamos aquí un fragmento sobre la necesidad de un lenguaje apropiado para la descripción y comunicación de las nuevas ideas científicas, en particular de la  física revolucionaria de comienzos del siglo XX, la Relatividad y la Cuántica:


"He hablado antes de la inercia mental como origen de las dificultades con que tropieza una idea nueva si lleva aparejada la renuncia de otras que han jugado papel principal en las concepciones anteriores. Una primera interpretación de esta resistencia, progresivamente debilitada, puede ser el perfeccionamiento paulatino de la capacidad de nuestra inteligencia a consecuencia de un esfuerzo para comprender. Pero no es la única. Las nuevas ideas que brotan en un cerebro no quedan incorporadas a la ciencia hasta que han encontrado una descripción adecuada para ser comunicadas y reconocidas si vuelven a surgir. Se requiere para ello un lenguaje apropiado que frecuentemente necesita una elaboración difícil. La importancia de esta labor adjetiva pero esencial aparece con claridad meridiana si se compara la rápida evolución de la teoría relativista con la lentitud del progreso de la cuantista. Aquélla halló ya construido un lenguaje adecuado en el cálculo diferencial absoluto, mientras la última necesitó elaborar poco a poco su algoritmo propio que parece haber encontrado en el cálculo simbólico de la Mecánica ondulatoria. Acaso la inercia mental sea pura manifestación de este esfuerzo para hallar los modos adecuados para transmitir las nuevas ideas. Naturalmente, sus efectos alcanzan hasta el mismo lenguaje vulgar que, poco a poco, va precisando la significación de las palabras de uso corriente".

El discurso completo de Blas Cabrera y Felipe puede leerse aquí.

Fue Blas Cabrera hombre que conoció bien los cambios sustanciales en la física de su tiempo, aportando él mismo su esfuerzo investigador en el campo del magnetismo de la materia. A pesar de ello, sigue siendo insuficientemente conocido por los españoles de hoy, científicos incluidos. Nuestro país no es justo con sus intelectuales y mentes audaces, particularmente con sus hombres y mujeres de ciencia, actuales y del pasado. Y lo más triste acaso sea que el motivo principal es la escasa formación y el pobre bagaje cultural de buena parte de la población, debido, entre otros motivos, a la ausencia de un interés real por parte de nuestros dirigentes políticos (salvo honrosas excepciones, claro). Personajes de esta época, como los mencionados Ortega, Rey Pastor o Cabrera, por citar solo una terna ilustre de un período brillante, deben ser conocidos por la ciudadanía.

Blas Cabrera (Arrecife, Lanzarote, 1878 - México, 1945) desarrolló una notable carrera científica y es considerado el padre de la física española. Se doctoró en Ciencias Físicas (1901) por la Universidad Central de Madrid con una tesis titulada Sobre la variación diurna de la componente horizontal del viento. En 1905 obtiene la cátedra de Electricidad y Magnetismo en la Universidad Central de Madrid. Su prestigio nacional e internacional va creciendo y en 1923 acompaña a Einstein durante la estancia del célebre físico alemán de origen judío en la capital de España (Cabrera publica ese mismo año su libro Principio de Relatividad). Precisamente celebramos este año el centenario de la teoría de la relatividad general, su magna teoría relativista de la gravitación. Asimismo el gran físico canario profundizó en el estudio de la nueva física del átomo, la mecánica cuántica. Se puede leer El problema del átomo (1926) aquí.

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Nadie mejor que el físico, historiador de la ciencia y también académico de la Lengua (ocupando el sillón G, que sin duda agradará al físico, por aquello de la constante de gravitación universal) José Manuel Sánchez Ron para valorar la significación de la figura de Blas Cabrera. Afirma Sánchez Ron que el canario fue el primer físico de talante internacional en toda la historia de la física española, un físico "de verdad, licenciado en esa especialidad, no que contribuyese a la física desde el punto de partida de una carrera tecnológica o militar". Destaca también Sánchez Ron que nadie antes que él tuvo tantos y tan sólidos contactos con la comunidad física internacional, ni publicó tanto en el extranjero. Señala Sánchez Ron que dos contribuciones científicas de singular relieve de Blas Cabrera fueron la modificación de la ley de Curie-Weiss (sobre la susceptibilidad magnética) para las tierras raras y la obtención de una ecuación para el momento atómico magnético que tenía en cuenta el efecto de la temperatura.

[El edificio del Instituto Nacional de Física y Química (INFQ), financiado por la Fundación Rockefeller, se construyó entre 1926 y 1932. Esta importante institución científica de la Edad de Plata de la cultura española se creó como continuación y ampliación del Laboratorio de Investigaciones Físicas, fundado por la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (JAE). La JAE, antecesora del CSIC, se creó en 1907 inspirada en la ideología novedosa y abierta de la Institución Libre de Enseñanza. Blas Cabrera dirigió el Laboratorio de Investigaciones Físicas y el INFQ. Los investigadores del Laboratorio y del INFQ fueron pensionados por la JAE para ampliar su formación científica en los mejores centros del extranjero, lo cual contribuyó decisivamente al elevado nivel de las investigaciones de hombres como Moles (en la determinación de los pesos atómicos por métodos físico-químicos), Catalán (descubridor de los multipletes o grupos complejos de líneas de los espectros atómicos), o el mismo Cabrera (investigador del magnetismo de la materia, determinando susceptibilidades atómicas de tierras raras.
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No se pretende en este artículo desarrollar la brillante trayectoria investigadora de Blas Cabrera sino, más bien, estimular al amable lector, particularmente al español y al mexicano (pues Cabrera se exilió en el país hermano, donde fue profesor de Física Atómica y de Historia de la Física en la UNAM, colaboró con jóvenes científicos y en 1944 sucedió al naturalista español Ignacio Bolívar en la dirección de la revista Ciencia) en el conocimiento y valoración de tan notable físico.

Y por ello incluyo aquí también un pequeño vídeo introductorio a la figura humana y científica de Blas Cabrera. Corresponde al espacio de TVE (ya no se emite, desgraciadamente, pero puede verse "a la carta" en internet) Con Ciencia. En este programa, en pocos minutos, se hace una semblanza de grandes hombres y mujeres que han dedicado sus energías al progreso científico en un país, nuestra España, que frecuentemente los ha ignorado: José Zaragoza, Jorge Juan, Mutis, Cajal, Cabrera, Severo Ochoa, Cirac, Margarita Salas, Pedro Alonso y un dignísimo etcétera.



         
         Blas Cabrera
   



domingo, 8 de noviembre de 2015

Del pancromo al vanadio (homenaje a Andrés Manuel del Río)

[Andrés Manuel del Río (Madrid, 1764 - Ciudad de México, 1849); eminente científico, descubridor del vanadio. Procedencia de la imagen aquí (Wikipedia)]

Me produce gran satisfacción el contar con bastantes visitas a este blog procedentes de México. Y es que no sólo es un país hermano y querido, sino que, además, me siento vinculado en cierta medida con él: mi madre, a la que tanto amé, nació allí. Mi abuelo, Bernardo Taravillo La Loma, joyero de profesión, cruzó el charco (que nos une, o nos separa) buscando un futuro más próspero y se instaló en la gran urbe, hoy descomunal, de México. Allí nacieron sus dos primeras hijas, mi tía Goya (que sería esposa y madre de importantes farmacéuticos sevillanos), y mi madre. Siempre admiramos con devoción (y curiosidad) aquel bello cuadro de la Virgen de Guadalupe, pintado sobre metal, que había traído mi abuelo de las lejanas tierras mexicanas y que nos recibía al cruzar el umbral de nuestro hogar.

Recordamos ahora, en El devenir de la ciencia, a un eminente científico español, o mexicano, que descubrió el vanadio (aunque muchos autores le otorguen el mérito al sueco Sefstroem, quien "redescubrió" el eritronio en 1831 al analizar un mineral de hierro de Taberg y le dio el nombre de vanadio, como conocemos desde entonces a este metal): Andrés Manuel del Río.

Incluimos aquí la biografía que de este gran científico hizo L. Blas en su libro Biografías y descubrimientos químicos (Aguilar Ed.; Madrid, 1947), que compró mi padre en la capital de España en agosto de 1963, tres años antes de mi nacimiento. He querido añadir las notas manuscritas de mi padre, que figuran insertadas en el texto entre corchetes y en cursiva. He aquí el relato del catedrático y académico L. Blas:

" Mineralogista madrileño, nació en la calle del Ave María, el 10 de noviembre de 1764, recibiendo sus primeros estudios en el Colegio de San Isidro, y el grado de Bachiller, en Alcalá de Henares.

Sus aficiones a la mineralogía le llevaron a Almadén y más tarde a Francia, Inglaterra y Alemania, pensionado por el Gobierno español para ampliar estudios [corrió peligro de ser guillotinado durante su estancia en París].

En el mes de agosto de 1794 salió de España, por Cádiz, destinado a Méjico como profesor de la Escuela de Minas de Méjico, que fundó Elhuyar, cargo que desempeñó durante cerca de cincuenta años.

El año 1795 publicó su famosa obra Elementos de orictognosia que, según Humboldt [al que conocía desde sus estudios en Alemania], es el trabajo mineralógico mejor que posee la literatura española, y el año 1801 realizó el descubrimiento del vanadio, analizando un plomo pardo de Zimapán, nuevo elemento al que puso el nombre de pancromio, primero, y luego, el de eritronio, por el color rojo de sus sales; pero tuvo desconfianza de su descubrimiento y, durante algún tiempo [por influencia de otros químicos], creyó que era cromo.

El segundo volumen de su obra Elementos de orictogenia, lo publicó en 1805, y seis años más tarde montó la primera fabricación de hierro mejicana, que, según Humboldt, tenía una parte mecánica superior a la de las mejores minas de Hungría.

En 1818 vuelve a España, donde le ofrecen el cargo de director de las Minas de Almadén y del Museo de Ciencias, de Madrid; pero él prefiere volver a Méjico, donde continúa, infatigable, su labor científica y de enseñanza [después de la independencia de Méjico].

Murió el 23 de marzo de 1849 de un ataque cerebral, y en recuerdo de su valía, en 1877 se dio el nombre de Cantón de Andrés del Río a una rica región minera de Chihuahua, cuya capital es Batopilas".

 [Vanadinita, mineral de vanadio. Procedencia de la imagen aquí]


Andrés Manuel del Río descubrió el vanadio (que debería llamarse rionio en honor del gran científico hispano-mexicano, pero Berzelius es mucho Berzelius) en 1801, pocos años después del descubrimiento del cromo por Vauquelin. Nuestro eximio mineralogista identificó un nuevo elemento, que inicialmente llamó pancromo (debido a la variedad de colores de sus sales), en muestras minerales que llegaron a su laboratorio. Como buen científico, Del Río quería que su descubrimiento fuera confirmado por otros colegas. Y aprovechando el paso de Alexander von Humboldt por México le dio al explorador y naturalista alemán -colaborador y amigo- unas muestras del mineral que contenía el nuevo metal para que fueran analizadas en París por los mejores especialistas.

Pero la fortuna no estaba del lado de Andrés Manuel del Río porque resulta que uno de los colegas de Vauquelin, cuenta Aldersey-Williams en su delicioso libro La Tabla Periódica, concluyó que no se trataba de un nuevo metal sino de cromo. Para colmo de infortunio los documentos que Del Río había enviado a Francia, por separado de las muestras, que aportaban información valiosa en apoyo de su tesis de haber descubierto un nuevo elemento se perdieron en la larga travesía por un lamentable naufragio. Del Río, que entonces ignoraba lo sucedido, aceptó la resolución de los químicos franceses con deportividad científica.

 [Vanadio (V); metal de número atómico 23. Procedencia de la imagen aquí]


Treinta años después del hallazgo de Del Río el nuevo metal es redescubierto en un remoto lugar europeo (muy lejano al México de Del Río) por el sueco Nils Sefstroem, en otro mineral. Los suecos, a iniciativa de Berzelius, llamaron vanadio al elemento (que se comprobaría que no era otro que el pancromo o eritronio de Andrés Manuel del Río), recurriendo a la mitología escandinava  (Vanadis o Freya,  era diosa del amor, la belleza y la fertilidad).

  [Pintura en la que se representa a Freyja o Freya, también conocida como Vanadis. Procedencia de la imagen Wikipedia: aquí


No estaría mal que cuando nos refiriéramos al elemento de número atómico  23 lo hiciéramos llamándolo vanadio o rionio, en pequeño homenaje a tan gran mineralogista hispano-mexicano.




Nota:

En el siempre recomendable programa de RNE5, A hombros de gigantes, el 7 de enero de 2012, se dedicaron unos minutos a recordar la figura de Andrés Manuel del Río. El texto, de Nuria Martínez Medina (Andrés Manuel del Río, el vanadio y la reforma de la minería) puede leerse aquí