[Cartel de la importante exposición que el 2 de julio abre al público en el Museo Nacional de Escultura de Valladolid. Imagen: http://www.revistadearte.com/2015/06/23/tiempos-de-melancolia-creacion-y-desengano-en-la-espana-del-siglo-de-oro/]
Los siglos XVI y XVII, en los que nace la ciencia moderna, son empero una época en la que cobra protagonismo la melancolía, entendida en el contexto del humoralismo, o teoría clásica de los cuatro humores, base de la medicina hipocrático-galénica que imperó largo tiempo. Esto tiene su reflejo en la cultura y la moral y, cómo no, en el arte (de lo que da buena y exquisita cuenta la exposición Tiempos de melancolía, en el Museo Nacional de Escultura de Valladolid). Especial vigor tomó este mito de la melancolía en España, en su Siglo de Oro.
Creía Hipócrates que el cuerpo poseía cuatro líquidos esenciales o humores de cuyo equilibrio dependía el estado de salud: la sangre, la flema, la bilis (amarilla) y la bilis negra. Cada persona tenía pues su propia proporción de los cuatro humores, que condicionaba su temperamento según el predominio de uno u otro. Así habría cuatro temperamentos: sanguíneo (vital, sociable, noble); colérico (dominado por la bilis amarilla y asociado a la energía, la excitación o la irritabilidad); flemático (en oposición al colérico, representa la calma, la tranquilidad, o una actitud más pasiva); y el melancólico (determinado por el predominio de la bilis negra). La melancolía correspondía a la tendencia a la tristeza, al miedo, a los sentimientos de persecución, a la alternancia de estados de desánimo con otros de vehemencia. Frecuentemente se asociaba a los desequilibrios mentales, a la locura.
Los cuatro humores de Hipócrates tuvieron su correspondencia con los cuatro elementos aristotélicos, de manera que la melancolía es asociada a la tierra, con sus cualidades de sequedad y frialdad. Y será Saturno la deidad y el planeta que le corresponde, el último planeta conocido entonces, en los confines del cosmos (en el modelo aristotélico, más allá sólo se encontraba la esfera de las estrellas fijas), en la profunda negrura. El plomo, según la alquimia, su metal, oscuro y pesado.
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El Renacimiento y el siglo XVII son tiempos de auge de la melancolía, partiéndose de una creencia médica se extiende ampliamente al campo cultural y creativo. El más espectral de los humores, la no observada e imaginaria bilis negra que supuestamente predominaría en los melancólicos, recorrería el cuerpo de los hombres, haciendo languidecer al que se ve afectado por un exceso del negro fluido. El individuo de carácter melancólico se hace una pregunta trascendente, es más, para él el inhóspito mundo es una gran pregunta: "¿para qué?". Pero no pocas veces el espíritu melancólico es inquieto. Nos encontramos a melancólicos de extraordinaria capacidad de reflexión, de singular inteligencia, posiblemente introvertidos y raros, con una actividad mental intensa que los ensimisma de manera extraordinaria. Éstos son capaces de mutar la pregunta melancólica, el "¿para qué?", por un "¿por qué?", interrogándose, en el caso del hombre de ciencia, sobre lo que observa, sobre los fenómenos que ocurren en el mundo (en los que focaliza sus inquietudes). Estos "tiempos de melancolía", valga la paradoja, son los momentos del nacimiento de la ciencia moderna. Y, tal vez, el taciturno Isaac Newton, rara avis, sea el melancólico más representativo de la Revolución Científica (véase el artículo de M. Keynes, "Balancing Newton's mind", análisis riguroso y actual de la singular personalidad y extraño comportamiento del gran científico inglés).
Lo cierto es que durante el Renacimiento había quien relacionaba la melancolía con la inteligencia, el ingenio y ciertas capacidades extraordinarias (en sintonía con las ideas aristotélicas). Carlo Frabetti en "¿En qué se parece la melancolía a un cuadrado mágico?" (capítulo de su último libro de divulgación científica, que recomendamos, ¿El huevo o la gallina?, en Alianza editorial) nos dice que la mayoría de los expertos coinciden en ver en el famoso y misterioso grabado de Durero, Melancolía (1514), en el que aparece un cuadrado mágico de orden cuatro (16 casillas), una alegoría del estado de ánimo deprimido, melancólico, característico del pensador incapaz de pasar a la acción (normalmente el intelectual no es hombre de acción). Se creía en el Renacimiento que la melancolía era típica de los estudiosos, ensimismados por sus profundas reflexiones que les hacían parecer enfermos. Por tanto, el grabado de Durero podría ser una alegoría de la inteligencia deprimida.
Aunque entre los médicos de la época hay discrepancias, no faltan quienes llevan sus ideas sobre la melancolía hacia la extravagancia, asociándola a las capacidades intelectuales más disparatadas. Así, por ejemplo, Alfonso Ponce de Santa Cruz, catedrático en Valladolid y médico de Felipe II (autor de Dignotio et cura affectuum melancolicorum), estaba convencido de que los melancólicos poseían la extraordinaria capacidad de hablar latín sin tener que haberlo aprendido antes.
[Vídeo sobre la exposición Tiempos de melancolía, en Valladolid, aquí]
[Tres artículos interesantes en Internet sobre el tema:
- R. BARTRA, Melancolía y ciencia en el siglo de oro, Revista Ciencias de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
- M. KEYNES, Balancing Newton's mind: his singular behaviour and his madness of 1692 - 93, Notes and Records of The Royal Society (2008).
- A. MOYA, Una reflexión sobre la melancolía del hombre de ciencia, Mètode (invierno 2002/03). ]
Lo cierto es que durante el Renacimiento había quien relacionaba la melancolía con la inteligencia, el ingenio y ciertas capacidades extraordinarias (en sintonía con las ideas aristotélicas). Carlo Frabetti en "¿En qué se parece la melancolía a un cuadrado mágico?" (capítulo de su último libro de divulgación científica, que recomendamos, ¿El huevo o la gallina?, en Alianza editorial) nos dice que la mayoría de los expertos coinciden en ver en el famoso y misterioso grabado de Durero, Melancolía (1514), en el que aparece un cuadrado mágico de orden cuatro (16 casillas), una alegoría del estado de ánimo deprimido, melancólico, característico del pensador incapaz de pasar a la acción (normalmente el intelectual no es hombre de acción). Se creía en el Renacimiento que la melancolía era típica de los estudiosos, ensimismados por sus profundas reflexiones que les hacían parecer enfermos. Por tanto, el grabado de Durero podría ser una alegoría de la inteligencia deprimida.
Aunque entre los médicos de la época hay discrepancias, no faltan quienes llevan sus ideas sobre la melancolía hacia la extravagancia, asociándola a las capacidades intelectuales más disparatadas. Así, por ejemplo, Alfonso Ponce de Santa Cruz, catedrático en Valladolid y médico de Felipe II (autor de Dignotio et cura affectuum melancolicorum), estaba convencido de que los melancólicos poseían la extraordinaria capacidad de hablar latín sin tener que haberlo aprendido antes.
[Vídeo sobre la exposición Tiempos de melancolía, en Valladolid, aquí]
[Tres artículos interesantes en Internet sobre el tema:
- R. BARTRA, Melancolía y ciencia en el siglo de oro, Revista Ciencias de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
- M. KEYNES, Balancing Newton's mind: his singular behaviour and his madness of 1692 - 93, Notes and Records of The Royal Society (2008).
- A. MOYA, Una reflexión sobre la melancolía del hombre de ciencia, Mètode (invierno 2002/03). ]
1 comentario:
Caso paradigmático de carácter taciturno o melancólico es el de KEPLER (que chocaba con el de Brahe), figura clave de la Revolución Científica.
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