martes, 5 de junio de 2018

De la alquimia a la ciencia química. Los nuevos tratados de Química europeos del siglo XVII

A lo largo del siglo XVII van apareciendo importantes obras en Europa en las cuales se aprecia una clara evolución hacia una ciencia química moderna. Eso sí, de forma tardía, pues en la todavía llamada Filosofía Natural (la Física) se produce en este siglo la Revolución Científica, y la rigurosa ciencia física del XVIII se construye ya bajo el paradigma newtoniano (podemos afirmar que la Química, en un sentido moderno, surge con un retraso de unos cien años respecto de la Física). Estas obras deben considerarse precursoras y de gran importancia para el posterior desarrollo de la Química (pionero es el texto de Andreas Libavio, Alchemia , 1597, que contribuyó decisivamente a la escisión entre química y alquimia; este libro, donde se describen los hechos químicos con un lenguaje sencillo, al margen de toda fantasía y hermetismo, es considerado el primer manual de química).

Surge pues en el siglo XVII una literatura química que conduce de forma irreversible de la alquimia a la ciencia química. No obstante, tengamos en cuenta que la entonces llamada “Chymica” era considerada fundamentalmente como un arte, el “Arte Noble”. Nicolas Le Févre (o Le Febure), químico del Jardin du Roi y excelente farmacéutico, miembro de la Royal Society, en su Traicté de la Chymie (1660) afirma:

“La contemplación es el único motivo de una ciencia, y su único objeto el de llegar al conocimiento por medio de esta contemplación, por lo que debe quedar satisfecha sin emplear la mente en ulteriores pesquisas; el arte, en cambio, se inclina siempre a obrar  y no descansa jamás, aunque los propósitos del Artista hayan alcanzado su meta”.

Le Févre y sus contemporáneos consideran a la “chymica” en cierta manera como Ciencia y Arte al mismo tiempo, es decir, como una ciencia práctica u operativa (es un conocimiento fundamentalmente empírico y práctico).

Entre estas novedosas obras de química, amén del mencionado tratado, citemos:

Tyrocinium chymicum (1610) o “Química para principiantes”, de Jean Beguin (iatroquímico y estudioso de la minería, el cual adoptó los tres principios esenciales de la materia de Paracelso: sal, azufre y mercurio).

Philosophia pirotécnica, seu curriculus chymiatricus (“Filosofía pirotécnica o curso de química espagírica”), 1633 – 1635, del escocés William Davidson.

Furni novi philosophici (“Nuevos hornos filosóficos”), 1650, del gran químico práctico Johann R. Glauber, que a pesar de este extraño título es un libro escrito con claridad sobre preparados químicos (instrucciones para su obtención y manipulación, así como la descripción de los aparatos necesarios para las operaciones químicas).

Traité  de la Chymie (1663), del boticario y médico suizo, trasladado a París, Christopher Glaser (libro que alcanzó enorme popularidad en las últimas décadas del siglo, apareciendo más de treinta ediciones, la mayoría en francés, algunas en alemán y una en inglés).

Por último, entre otras obras de “artistas químicos”, destacamos el Cours de Chymie (1675), de singular calado para la época, del boticario y químico francés Nicolas Lemery (del cual hablaremos con mayor extensión más adelante dada la gran influencia que tuvo en Félix Palacios; digamos ahora tan sólo que fue discípulo de Glaser y alcanzó gran fama y reputación como comentarista químico popular, claro y ameno, y excelente experimentador, además de sugerir ideas y explicaciones bastante originales que otorgan a su obra un singular matiz científico-teórico).

[Cours de Chymie, de LEMERY. Procedencia de la imagen aquí]


Félix Palacios introdujo las ideas y conocimientos prácticos de Lemery en España al traducir el importante libro del químico de Rouen (esta primera versión española es de 1703, tan sólo tres años antes de que Palacios publicase su Palestra pharmaceutica).



[Fragmento de mi artículo La Química a la palestra, publicado en EL RINCÓN DE LA CIENCIA, nº 41, junio de 2007. Puede leerse completo aquí]

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