Pensemos en una pequeña gota de agua. Supongamos que 1 mL o cm3 contiene una veintena de esas gotas. Así, el volumen de una gotita del líquido de la vida sería de 1/20 centímetros cúbicos, es decir, 0,05 cm3. Puesto que 1 mol de agua, que equivale a 18 gramos de esa sustancia o 18 cm3 (la densidad del agua líquida es 1 g/cm3), contiene un número de Avogadro de moléculas, 6,02 por 10 elevado a 23 (aproximadamente), es fácil calcular que en una gota de agua, con un volumen de unos 0,05 cm3, hay aproximadamente 1,67 por 10 elevado a 21 moléculas de H2O. O si lo prefieren, 1670 millones de billones o 1670 trillones (difícil de imaginar, ¿verdad?).
Recurramos a otros ejemplitos. Cien folios de los que usamos para nuestros trabajos escolares tienen un grosor aproximado de 1 cm (compruébenlo). Pues bien, si apiláramos (dejemos trabajar ahora a la imaginación) un mol de hojas, o sea, 6,02 por 10 elevado a 23 hojas de papel, llegaría a una altura de más de 6 por 10 elevado a 21 cm, o 6 por 10 elevado a 16 km: ¡60.000 billones de km!
Y una de juego de azar. Si introducimos en una bolsa un par de docenas de bolas numeradas del 1 al 24 y nos dedicamos a extraer, sin mirar, al azar, todas ellas, una tras otra, la probabilidad de que las saquemos en orden (1, 2, 3, ..., 24) es aproximadamente de 1 entre ese gigantesco número de Avogadro; como suponíamos, pequeñísima.
Encontramos más ejemplos curiosos en Historias de la ciencia, blog de Fernando del Álamo.
Os dejo, amigos. Tal vez dediquemos otra entrada a los aspectos históricos relacionados con este gran número que lleva su nombre en honor de Avogadro, insigne físico y químico italiano de la primera mitad del siglo XIX, cuyos trabajos resultaron ser cruciales para la química, cimentada en la teoría atómica, que no puede entenderse sin una distinción clara entre átomos y moléculas.
Comenzamos con una gota de agua. Por cierto, llueve.
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